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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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El planeta de los simios

Mientras Venezuela vive un febrero cruento, leemos la declaración de la infanta, que debería estar en Arco, Charlene se desmelena y Corinna reaparece con Alberto

Boris Izaguirre
Antonieta Mendoza de López, madre de Leopoldo López, con la camiseta que llevaba el opositor venezolano antes de entregarse a la policía.
Antonieta Mendoza de López, madre de Leopoldo López, con la camiseta que llevaba el opositor venezolano antes de entregarse a la policía.Twitter

Febrero ha sido siempre un mes cruento para Venezuela. Fue un 18 de febrero hace 31 años cuando la moneda nacional, el bolívar, se desplomó para jamás recuperarse del todo. El 27 de febrero de 1989, los habitantes de las favelas alrededor de las principales ciudades descendieron para saquear comercios y abastos como respuesta a medidas económicas impuestas por el FMI. La represión militar de esa noche, con muertes que jamás llegaron a contabilizarse oficialmente, es una de las acusaciones que el chavismo siempre destaca ante la oposición que entonces gobernaba. El 4 de febrero de 1992, Chávez orquestó una asonada militar para derrocar al presidente Carlos Andrés Pérez. Y desde el 12 de febrero de este año, el Gobierno de Nicolás Maduro intenta justificar la violencia desatada después de una marcha de estudiantes contra la inseguridad. Maduro llama a sus enemigos fascistas, estudiantes y ciudadanos hablan de opresión, las víctimas al lado de cacerolas son siempre civiles.

A los periódicos se les dificulta comprar papel para sus ediciones impresas. Las televisiones se han ido cerrando porque el Gobierno no renueva las licencias y las tres en activo tienen que modificar sus emisiones por los discursos del presidente o mantener las telenovelas mientras se acumulan muertos y heridos. Eso ha hecho que las redes sociales se conviertan en cadenas de televisión en directo. En Twitter, un joven caraqueño muestra lo que emite la televisión pública venezolana, enseñando unos “fascistas” lanzando piedras contra agentes de la Guardia Nacional. El joven se desplaza hacia la ventana para mostrar lo que ocurre fuera, en la calle: gente corriendo, contenedores ardiendo, caceroladas y personas vestidas con uniforme de la Guardia Nacional desvalijando vehículos a golpe de martillo. Es el ambiente de una ciudad que sin darse cuenta se convirtió en el nuevo planeta de los simios.

En Venezuela, los ricos no pueden ser ricos y los pobres no dejan de ser pobres. Leopoldo López, un líder opositor, se entrega a la justicia mientras que su esposa le cuelga un rosario XL al cuello. El presidente se jacta de que Diosdado Cabello, el poder en la sombra, habría acompañado a López al volante de su propio coche hasta una cárcel en las afueras de Caracas. ¡Conversación o negociación! Mientras López adquiere dimensión de héroe para unos, resulta un preso incómodo para otros.

El día a día en Venezuela consiste en acercarse al supermercado y ver si hay algo. “Ese pollo tiene tu nombre”, le indicó una señora a mi hermana, después de proveerse de otros dos. Y luego, con o sin pollo, tanto oposición como chavismo se manifiestan. En una de ellas me toman una foto con unas jóvenes encapuchadas. Intento pedirles que preferiría que estuvieran descubiertas, y me responden: “Somos lindas por dentro”. La foto genera una oleada de ataques en mi Twitter que repicatoda la noche al mismo tiempo que suenan tiros en la oscuridad. Por un lado, ruiditos digitales. Por otro, disparos reales.

“A la naturaleza pareciera que no le importara nuestro dolor”, confiesa un personaje en Los Navegaos, obra de Isaac Chocrón reestrenada en estos convulsos días. Un breve tiroteo se coló entre los diálogos. Pero luego, cuando abandono Caracas rumbo a Santiago de Chile, comprendo que esa misma naturaleza desatada y luminosa permite entender qué es lo que pasa con Venezuela y sus problemas: el país petrolífero se ha quedado a 20 años de distancia de sus vecinos. No es emergente, es problemático. Y a los diferentes siempre se les deja solos.

Ya en el verano austral, Santiago de Chile es serenidad, rascacielos con piscinas en el piso 30º desde donde admirar la cordillera andina. Mi labor en este país es comentar la llegada de los invitados célebres a la inauguración del Festival de Viña del Mar. ¡El glamour me ha rescatado! Cada invitado tiene que recorrer metros de alfombra escarlata, mientras cámaras y comentaristas diseccionan vestido, peinado, maquillaje y complementos. Hay hasta una cámara para capturar no solo el brillo y calibre de las joyas, sino la calidad de manicura. “Muchas estrellas se pasan días drenando las manos para que no luzcan hinchadas”, explican en una peluquería. Es el mismo continente, la misma naturaleza, pero no la misma suerte. Y sin petróleo.

Comunicando con España, que busca petróleo donde sea, resulta que encuentran asombroso que la Infanta haya respondido, escudándose, con más de 500 evasivas para luego manifestarse casi ofendida. Ahora que hemos leído ya por escrito su declaración, debemos entender que ese es su sentido de la colaboración: evadirse. La declaración de la Infanta debería exponerse en Arco, que otro febrero más vuelve a demostrar que el mercado del arte es un laberinto. El célebre galerista Simon de Pury ya advirtió que en nuestra época los artistas más afamados son personas acaudaladas, a veces más que los coleccionistas que pagan. Así, en plan coleccionista, quien ha reaparecido en los juegos de Sochi para no evadirse es la querida princesa Corinna Zu Wittgenstein, acompañada de su entrañable sentido de la oportunidad y junto a Alberto de Mónaco. Mientras la prensa alemana descubría que Charlene, la esposa del príncipe Alberto, se suelta el pelo en el Caribe, Corinna, muy profesional, marcaba territorio. Corinna is back para demostrarnos que, con arte y decoro, todo lo que acaricia se hace oro.

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