Dobles miradas hacia la inmigración
Pongamos que yo les enseño este vídeo:
¿Qué es lo que han visto? Quizá algunos piensen que son parte de esos 30.000 subsaharianos que, según la policía española, están preparando un salto a las vallas de Ceuta y Melilla. Que ya ha empezado el asedio y que nos invaden muy excitados y en actitud violenta. Otros pensarán que, con tanto grito incomprensible, algo malo les está ocurriendo. Que la Guardia Civil les ha pegado o les ha disparado con pelotas de goma.
Pues no es ninguno de estos supuestos. Los chicos que se ven en los dos vídeos son algunos de los 150 procedentes de Marruecos que el lunes lograron traspasar la frontera y tocaron suelo español. Lo que sienten y lo que reflejan no es más que alegría infinita que roza la euforia. Su excitación obedece a que han culminado un camino, que dura años en la mayoría de casos y en el que han convivido con toda clase de riesgos, violencia, sobornos y miseria. Y las calles de Melilla son testigo de la algazara. “Están felices por poder entrar”, asegura la persona que hizo llegar estos dos vídeos a Migrados (y que prefiere no ser nombrado). La Guardia Civil, en este caso, ni les golpea ni les maltrata ni les dispara; solo les guía desde un coche patrulla hasta la comisaría para filiarles. Tanto las ONG presentes como los recién llegados aseguraron que no se produjo ninguna devolución en caliente.
Lo que estos vídeos plantean es el peligro de la doble mirada que posamos sobre el fenómeno de la inmigración y que sirve para crear un discurso en una u otra dirección. Estas imágenes pueden hablar de invasión o de alegría. Se pueden ver desde el prisma del que cree invadido su territorio o su pueblo, del que da más importancia a unas leyes, a unas normas de seguridad o del que cuenta los euros que va a costar acoger a todos esos inmigrantes. Pero también se puede ver desde la alegría. Se puede ver la liberación de quien ha alcanzado una meta muchos años perseguida. Se arrodillan, se abrazan entre ellos, ríen histéricamente, corren de un lado a otro... no dan crédito. ¿Quién cae preso de esa euforia si no es por algo realmente trascendental en su vida?
Seguramente hay una madre en Camerún que está pendiente del teléfono porque no tiene noticias de su hijo, que se fue a buscar una vida mejor y lleva varios años fuera de casa. Sabe que su meta es Europa. Espera que esté bien. Otra madre española observará con espanto a través de los visillos cómo un grupo de "esos subsaharianos" van a la carrera por las calles de su ciudad. Y que a lo mejor la atracan si se cruzan por la calle. Esa misma madre también habrá despedido, seguramente, a su hijo. Porque se ha ido a buscar trabajo a Reino Unido, o a algún país latinoamericano. Y él no roba ni atraca a nadie. Va a buscarse un futuro mejor. A una de las dos le dirán que a su hijo le recibieron en el país al que se dirigía con pelotas de goma y que se ahogó en el mar antes de alcanzar la orilla. No será a la española. Qué fácil es ver a un ladrón o a un hombre de provecho en la misma persona. Todo es según el color del cristal con que se mira, que decía el poeta español Ramón de Campoamor.
Este periódico publicó el lunes una información basada en un informe policial que aseguraba que 30.000 subsaharianos preparaban un salto en Ceutal y Melilla. La noticia hacía alusión a una única fuente, la oficial, sin tener en cuenta otros datos. Como los que maneja el Gobierno marroquí, que cifra entre 25.000 y 40.000 las personas de otros países que viven en su país. Lo recordaba la periodista Elena González en Twitter y lo difundía Gonzalo Fanjul en su blog 3500 millones. Y no todas son negras, ni pobres, ni están en el norte preparando una invasión. O que los flujos migratorios están cambiando y, por mucho que lo contemos en los medios a diario, no significa que haya mas personas que antes intentando venir a España, o al hemisferio norte, que hace unos años. Al contrario, la cifra mengua porque Europa, envejecida, pobre y fortificada, pierde paulatinamente interés a favor de países emergentes como México, Marruecos o Indonesia, según Demetrios Papademetriou, presidente del think tank internacional Migration Police Institute.
“Entre 1990 y 2000, el crecimiento del número de extranjeros se registraba 100% en el Norte, y ahora es de poco más del 50%, mientras que el resto de movimientos son de Sur a Sur. Y creemos que el Sur va a ser cada vez más importante”, aseguraba a EL PAÍS el pasado enero Pablo Lattes, investigador de la División Población del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU.
La información de los 30.000 subsaharianos corrió como la pólvora por las redes sociales. No solo por el contenido, sino también por el tono, fue duramente criticada. “La palabra subsahariano se ha convertido en la manera fina de decir negro de mierda”, escribía un usuario de Facebook. “Es tremendamente alarmista y xenófoba”, criticaban en Twitter.
Se quiso publicar la información que manejaba la policía sobre este fenómeno. Pero un tema tan delicado no se puede tratar solo citando datos o declaraciones, menos de una sola parte, y menos cuando hace pocos días contamos 15 muertos; hay que ir con pies de plomo para no transmitir una idea errónea que dé cabida a esas dobles miradas, para que no parezca que se habla de una gran amenaza a la que se enfrenta la pobre España, para que no parezca que se está justificando la actuación de la Guardia Civil en Ceuta en los últimos días.
Contar más noticias no significa contarlas bien. Se escriben páginas y páginas sobre los problemas de la inmigración en España, pero la ausencia de un exhaustivo análisis y una cuidada elección del vocabulario puede llevarnos al objetivo opuesto que buscamos: la más absoluta desinformación.
*Más información: Defensor del lector - Inmigrantes: ¿peligro o tragedia?
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