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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Blaise Compaoré se resiste a marchar

José Naranjo

Manifestación por las calles de Uagadugú el pasado 14 de enero. / Foto: AFP

Lleva 26 años en el poder, pero quiere más. El presidente de Burkina Faso, Blaise Compaoré, pretende presentarse a las elecciones del año que viene para acceder a un nuevo mandato, que sería el sexto desde que en 1987 encabezó un golpe de estado y asesinó a su antecesor Thomas Sankara. Sin embargo, para ello debe reformar la Constitución y, por primera vez, se enfrenta a un fuerte movimiento de oposición popular que le ha hecho llegar el mensaje, alto y claro, de que ya está bien, de que debe partir de una vez y permitir la alternancia democrática. Compaoré, el revolucionario protegido de Gadafi que acabó abrazando la causa del liberalismo, el eterno pirómano bombero de los conflictos de África occidental, el mediador imprescindible en rebeliones y secuestros, el hijo bienamado de la Franciafrique, tendrá que medir bien sus pasos. La calle ya le ha dado el primer aviso.

El pasado 18 de enero, más de 60.000 personas (la oposición asegura que 100.000 y el Gobierno dice unos 10.000) se manifestaron en Uagadugú, la capital de Burkina Faso, para lanzar una advertencia. Portando pancartas y banderas, los ciudadanos exigían que no se reformara el artículo 37 de la Constitución, el que impide a Blaise Compaoré presentarse de nuevo a las elecciones. El ambiente era de júbilo. Por primera vez, una marcha de la oposición lograba reunir tal número de personas para plantar cara al poder. Thierry Camara, vecino de la capital, asegura por teléfono que “ese día se pudo ver que la gente ha perdido el miedo y está dispuesta a luchar por su país. No queremos a un presidente para toda la vida, que se vaya y el pueblo decida a su sucesor”. Días después, sin embargo, los compaoristas movían ficha y anunciaban que sus planes para modificar el artículo 37 y crear un Senado seguían adelante.

Burkina Faso es uno de los países más pobres de la Tierra. Con una economía basada en la agricultura y la ganadería, depende en buena medida de la ayuda exterior. Sin embargo, su vida política ha sido agitada y albergó una de las revoluciones más emblemáticas del continente africano. La ex colonia francesa de Alto Volta se convierte en país independiente en 1960. Tras un primer gobierno de marcado carácter autoritario al frente del cual se sitúa Maurice Yaméogo y que dura hasta 1966, una dictadura militar de 14 años (1966-1980) y una sucesión de golpes de estado, el capitán Thomas Sankara, conocido como el Ché Guevara africano, llega al poder en 1983 con un proyecto revolucionario de corte marxista que incluye la nacionalización de tierras, la lucha contra la corrupción, la negativa a pagar la deuda externa, la apuesta por la educación y la promoción de la mujer, entre otras medidas.

Compaoré y Sankara cuando ambos luchaban por el mismo proyecto revolucionario.

El proyecto político sankarista tuvo que enfrentarse a poderosos enemigos, tanto dentro como fuera del país. El golpe definitivo le llega el 15 de octubre de 1987 de la mano, precisamente, de Blaise Compaoré, compañero de armas de Sankara, capitán como él y su brazo derecho, quien, con el apoyo de Francia, protagoniza un alzamiento, ordena el asesinato del presidente y se pone al frente del Movimiento de Rectificación (de la revolución), conduciendo al país por la senda del liberalismo siguiendo las instrucciones de los organismos financieros internacionales. La revolución de Sankara había muerto con él.

Desde entonces, Compaoré no ha dejado el poder. Tras presidir la junta militar que llevó las riendas del país y la aprobación de una nueva Constitución, se convirtió en presidente “legítimo” en diciembre de 1991 al ganar unas elecciones presidenciales sin candidatos de la oposición, que aseguraron que todo el proceso había sido amañado. Durante estos 26 años, en los que ha ido ganando comicios tras comicios, su régimen se ha visto salpicado por el asesinato de políticos y periodistas que no le eran afines, como el famoso caso de Nobert Zongo en 1998, mientras el presidente comenzaba a jugar un rol cada vez más activo en la región oesteafricana.

Presidente de Burkina Faso desde hace 26 años, Blaise Compaoré. / Foto: AFP

Está demostrado que Compaoré suministró armas al señor de la guerra Charles Taylor, hoy condenado a 50 años de cárcel por crímenes de guerra por la Corte Penal Internacional, durante el conflicto de Liberia, así como a los rebeldes de Sierra Leona. De igual modo, es sabido que mantuvo estrechos lazos de amistad con el dictador togolés Gnassingbé Eyadema, padre del actual presidente, y con el mejor amigo de Francia en la región, el conservador presidente marfileño Félix Houphouët-Boigny. Estas amistades peligrosas no le impidieron ir adquiriendo un creciente peso como mediador en numerosos conflictos, en los que no siempre supo estar exactamente en el medio, como el reciente caso de la propia Costa de Marfil en el que jugó un papel clave para el ascenso al poder de Alassane Ouattara con la complicidad de Francia y la comunidad internacional.

Más recientemente, el régimen de Compaoré ha sido decisivo en la liberación de rehenes occidentales capturados en el Sahel y Uagadugú acoge desde 2013 las negociaciones entre grupos yihadistas, rebeldes tuaregs y Gobierno de Malí para tratar de resolver la crisis que azota a este país vecino desde que en enero de 2012 el Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNA) se alzara en armas en alianza contra natura con grupos narcoterroristas, como AQMI y Muyao. Como se puede comprobar, Compaoré ha sabido estar en todas las salsas y jugar un rol clave en la región, no siempre haciendo gala de independencia.

Sublevación de soldados en Burkina Faso en 2011. / Foto: AFP.

La baza de haber situado a Burkina Faso en el mapa africano es esgrimida una y otra vez por los partidarios del presidente para su hipotética reelección, algo que ni siquiera sus detractores niegan. Sin embargo, el régimen de Compaoré empezó a dar señales de agotamiento a principios de 2011 cuando a las revueltas estudiantiles que sacudieron al país se vinieron a sumar militares descontentos que protagonizaron sublevaciones en toda la geografía nacional y que obligaron, incluso, a que un día el presidente tuviera que huir precipitadamente y en helicóptero de su palacio para trasladarse a su ciudad natal en busca de refugio.

Desde entonces, Compaoré ha sabido llevar a cabo los ajustes necesarios en sus Fuerzas Armadas. Tras renovar a la cúpula militar, adoptó una medida radical: privar de munición a su propio Ejército a excepción de los mil efectivos del Regimento de la Seguridad Presidencial (RSP), su guardia de corps personal, lo que imposibilita de facto cualquier veleidad golpista y deja en las manos exclusivas de estos mil soldados el uso de la fuerza militar en Burkina. Para entrar en este regimiento, claro está, hay que demostrar lealtad absoluta y a prueba de bombas al presidente.

Así las cosas, el problema está hoy en el artículo 37 de la Constitución aprobada en el año 2000 bajo una fuerte presión popular que exigía limitar los mandatos presidenciales. Entonces se decide fijar que estos debían durar cinco años y que el presidente podía ser reelegido sólo una vez, es decir, dos mandatos como mucho. Al no tener carácter retroactivo, Compaoré, que ya había sido elegido en 1991 y 1998, pudo presentarse sin problema a las elecciones de 2005 y 2010. Hasta aquí todo bien. Sin embargo, con motivo de la fiesta nacional de diciembre de 2013, el presidente anuncia su intención de modificar el artículo 37 mediante un referéndum, lo que en realidad significa que se podría volver a presentar. Y comienzan las sacudidas.

Zéphirin Diabré, durante una manifestación antigubernamental en 2013. / Foto: AFP

Al frente del rechazo a la reforma del artículo 37 se ha situado la única persona que, en este momento y a un año y medio de las elecciones, representa una alternativa creíble al poder omnímodo de Compaoré, el líder opositor Zéphirin Diabré, presidente de la Unión por el Progreso y el Cambio (UPC). “Tiene que comprender que el poder tiene un final”, asegura este hombre de negocios. Otra opción que se ha barajado para un relevo al frente del Estado es que el partido gubernamental CPD presente al hermano de Blaise, François Compaoré, quien no oculta sus ambiciones. De hecho, otra de las reformas anunciadas por el régimen es la creación de un Senado y en Burkina se sospecha que la idea es situar al hermano pequeño del presidente al frente de la Cámara Alta para convertirlo en el principal sucesor y aspirante a la Presidencia. Es el plan B del presidente si finalmente no se presenta, aunque François, implicado en el asesinato de Zongo, no cuenta con grandes apoyos ni dentro ni fuera del país.

Si Nelson Mandela, recientemente fallecido, ha pasado a la historia como el presidente que supo renunciar incluso cuando se podía haber vuelto a presentar a las elecciones, el devenir reciente de África está lleno de líderes que se quisieron eternizar en el poder. Teodoro Obiang (Guinea Ecuatorial), José Eduardo Dos Santos (Angola), Paul Biya (Camerún), Robert Mugabe (Zimbabue) y Yoweri Museveni (Uganda), por citar a los más longevos, han conseguido por ahora su objetivo de mantenerse en el sillón presidencial más allá de lo razonable, pero otros, como Mahamadou Tandja (Níger) y Abdoulaye Wade (Senegal), por citar dos ejemplos en la misma región, han sido desalojados en los últimos años, el primero por un golpe de estado, el segundo por las urnas, cuando quisieron torcer la legalidad y la voluntad popular. Blaise Compaoré debería tomar buena nota.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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