Nacionalismos europeos
Los nacionalistas flamencos quieren más poder para autogobernarse; los escoceses mayores cotas de autogobierno y los catalanes promover una consulta
Los nacionalistas flamencos quieren un techo más alto de poder para autogobernarse, pero no quieren saber nada de consultas ni quimeras independentistas. Los escoceses se conformarían con mayores cotas de autogobierno, sobre todo fiscal, pero se han visto obligados a optar entre independencia y statu quo en razón de su acuerdo con Londres sobre el referéndum. Y los catalanes se concentran casi exclusivamente en promover una consulta sobre una independencia que Madrid rechaza de plano, aun a costa de relegar a un segundo término la defensa de su considerable nivel de autogobierno ante la ofensiva recentralizadora lanzada por el Gobierno de Rajoy.
Si el Scottish National Party se plantea salir de Reino Unido, es en buena parte porque Londres flirtea a su vez con salirse de la Unión Europea, lugar de donde los escoceses no quieren salirse nunca, con Reino Unido o sin él. La cuestión europea condiciona también a la Nueva Alianza Flamenca, que aplaza sine die el independentismo y apoya la confederación gracias a que cuenta con Bruselas, la capital de Europa, dentro de su territorio, factor crucial, junto a la corona, para mantener unidos a los belgas. El independentismo catalán, en cambio, quiere dar por imposible la salida de la UE, pese a que las evidencias jueguen en sentido contrario, hasta el punto de que una eventual separación unilateral solo podría materializarse al precio de quedar fuera de la UE, circunstancia de difícil, si no imposible, aceptación por parte de una ciudadanía profundamente europeísta.
El independentismo catalán quiere dar por imposible la salida de la UE, pese a que las evidencias jueguen en sentido contrario
La unión de los belgas es la más reciente y precaria, pero la que menos peligro de ruptura ofrece. La de los escoceses y los ingleses es tan antigua como la de los catalanes y castellanos, aunque distinta: la primera fue fruto de un pacto, y la segunda, de una guerra. Aunque es más fácil deshacer los pactos que regresar a la situación anterior a una guerra, cosa que normalmente solo se resuelve con otra guerra, como ha recordado el historiador Josep Fontana, no parece que el referéndum escocés vaya a desembocar en la separación. Nadie quiere guerras ahora, aunque estemos en tiempo de contiendas geoeconómicas que también producen víctimas y dominación de unos sobre otros. Y además son pocos los que quieren abrir las puertas a una fragmentación que liquidaría la unión cada vez más estrecha entre los pueblos europeos, dada la potencial y bien larga lista de espera: Galicia, Euskadi, Bretaña, Alsacia, Padania, Córcega, Cerdeña, Frisia, Südtirol…
Terminar con la UE está en el programa de los populistas ultras como Geert Wilders en Holanda o Marine Le Pen en Francia, pero no de los nacionalismos más serios de cuantos hay en Europa, que encontramos en Escocia, Flandes y Cataluña. De lo que se deduce que los tres seguirán trabajando por la unión y no por la separación de los pueblos y los ciudadanos europeos.
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