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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Sálvese quien pueda

Gonzalo Fanjul

Mariano Rajoy habla durante la sesión 68 de la Asamblea General de las Naciones Unidas- (EFE)

No se ganan elecciones arreglando países que tus votantes no sabrían situar en el mapa. Con este axioma electoral bajo el brazo, el Partido Popular ha rematado el trabajo que comenzaron sus predecesores y ha convertido la Cooperación Española en lo más parecido a un buen recuerdo. Entre 2010 y 2012 los presupuestos de la ayuda cayeron un 67%, catapultando a España al tercer lugar por la cola de los donantes de la OCDE y poniendo fin a programas que hasta hace poco constituían un sello de identidad de nuestra presencia en el mundo.

El destrozo se justifica en público y en privado con idénticos argumentos: nuestro país cooperaba hasta ahora por encima de sus posibilidades y el recorte responde al mismo ajuste presupuestario que han tenido que realizar otras economías castigadas por la crisis. Los hechos, sin embargo, sugieren una interpretación menos benevolente. Con excepción de períodos puntuales, el esfuerzo relativo de España en este campo ha estado sistemáticamente por debajo de la media de los países europeos (ver gráfico 1). Lo que es más significativo, la ayuda española ha sufrido durante los últimos años un castigo desproporcionado si se compara con países como Irlanda, Portugal o Italia, donde las reducciones de la cooperación no han estado muy por encima del recorte medio del gasto (ver gráfico 2). Todos PIGS, pero unos más que otros.

Si había alternativas, se trata entonces de una opción política con la que el Gobierno extiende al resto del mundo la misma receta del 'sálvese quien pueda' que aplica en casa. Pero el aislacionismo es un juego peligroso. Nuestro país había encontrado en la solidaridad internacional una fuente de prestigio barata y eficaz que compensa sus carencias en otros ámbitos, como el militar. Ese modelo se tambalea ahora, negando la salud y la educación a centenares de miles y amenazando de paso importantes objetivos económicos y políticos de España en el exterior, como la silla en el Consejo de Seguridad de la ONU.

El daño es grave, pero no irreparable. Para reconstruir nuestra maltrecha reputación basta con hacer, por una vez, lo que prometió el Presidente Rajoy en la última Asamblea General de la ONU, volviendo “a apoyar estos esfuerzos [de lucha contra la pobreza] con una gran inversión en cooperación al desarrollo generosa, inteligente y eficaz”. La generosidad pasa, en primer lugar, por recuperar la capacidad presupuestaria. Nuestra cooperación debe aspirar a situarse en el medio plazo en el nivel general del conjunto de la Unión Europea, que en 2012 rondó el 0,40% del PIB. Para lograr este objetivo, España debería garantizar que en 2014 no habrá nuevos recortes y establecer un calendario de incrementos lentos pero continuados (y previsibles) de la ayuda a lo largo de la próxima década. Para ello puede apoyarse en mecanismos alternativos de financiación como la nueva Tasa a las Transacciones Financierasaprobada por la UE,que podría llegar a generar en España hasta 5.000 millones de euros anuales. O, siendo menos sofisticados, en cancelar ruinosos programas de armamento como el de los submarinos no flotantes.

Pero el Presidente tiene razón cuando dice que no todo es cuestión de dinero, sino también de cómo se utiliza. La Cooperación Española necesita de forma desesperada una reforma institucional que ponga orden en el gasto y desarrolle estrategias de verdadero impacto contra la pobreza. Ni se puede sostener la dispersión de la ayuda en más de un centenar de países, como ocurría hasta hace poco, ni se puede esperar que una administración ridículamente infradotada como la Agencia Española de Cooperación gestione de manera adecuada miles de millones de euros y ofrezca resultados tangibles a las poblaciones que los reciben y a los ciudadanos que los pagamos.

Tal vez esa rendición de cuentas ayude a establecer vínculos más sólidos entre la cooperación y la opinión pública. Sabemos que buena parte de la sociedad simpatiza sobre el papel con los valores de la solidaridad internacional, pero el impacto de la crisis en España ha enfriado el entusiasmo real por los programas de ayuda. Sus líderes -empezando por el ministro Margallo- pueden contribuir a recuperarlo asumiendo su responsabilidad y defendiendo abiertamente la importancia de estos recursos, su impacto en las poblaciones afectadas y los beneficios que reporta a España.

Así que la cuestión es mucho más simple de lo que parece. Si fueron capaces de encontrar 52.000 millones de euros para salvar a un puñado de entidades financieras y gestores que ya han empezado a hacer caja de nuevo, seguro que pueden encontrar una pequeña parte de ese dinero para rescatar los programas de ayuda que tanto ha hecho por la dignidad y los intereses de nuestro país. Y en eso sí que coincidirán la mayor parte de los españoles.

[Pueden encontrar una versión desarrollada de estos argumentos en mi informeAhora no podemos parar: razones para reconstruir la ayuda española, que ha publicado recientemente UNICEF Comité Español. LOs gráficos han sido elaborados por Esteve Boix.]

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