Los otros todos
México y España celebran el centenario del gran poeta de 'Águila o sol', Octavio Paz
El último miércoles tenían que hablar sobre Octavio Paz en el Instituto Cervantes el mexicano Juan Villoro y el español Fernando Savater. Iberia atascó al español en Roma y el mexicano estaba allí a tiempo. Luego habló Savater, por teléfono, para que lo escuchara la sala, y contribuyó a poner colofón a una de las conferencias más hermosas que yo haya escuchado en mucho tiempo en esta ciudad en la que, decía Eugenio D’Ors, a esa hora de la tarde o das una conferencia o te la dan.
Era porque ahora México y España celebran el centenario del gran poeta de Águila o sol, un hombre que es una enciclopedia de saber y de anécdotas, pues vivió algo menos de un siglo, pero tenía dentro de su cabeza bien puesta milenios de cultura. El discurso de Villoro debía estar en esas antologías que recogen lo que una vez dijo Ortega, o lo que dijo Unamuno, o lo que dijo Paz propiamente dicho. Pero estará grabado, está todo grabado, y ustedes lo pueden ver en las más diversas webs.
Así que lo que yo quería traer aquí muy subrayado es algo de lo que Villoro celebró de Paz y que ya ha sido destacado en la crónica de Winston Manrique en este mismo periódico: el ventarrón de la historia arrojó a Octavio Paz a ese rincón de la historia de los que purgan, como dice Savater, “a aquellos que tuvieron razón antes de tiempo”. Y es cierto, tuvo razón cuando se opuso a los nacionalismos extremos, cuando denunció el estalinismo, y tuvo razón (y esa se la empezaron a dar hace rato los jóvenes mexicanos) cuando estableció su norma de conducta: juntarse con aquellos con los que pudiera discutir. “A mí lo que me interesa”, le dijo una vez a Villoro, que dirigía un suplemento literario en el más izquierdista de los diarios mexicanos, La Jornada, “es colaborar donde voy a estar en contra”.
“A mí lo que me interesa es colaborar donde voy a estar en contra”, le dijo una vez Paz a Villoro, entonces director del suplemento literario La Jornada
Esa saludable proposición, que él llevó a cabo minuciosamente, es algo exótico entre nosotros. Y por eso he traído aquí la buena vibración que me dejó esa evocación de Paz que hizo Villoro. Nosotros vivimos ahora (y ahora especialmente) en un nubarrón de descréditos: el que opina distinto de mí es mi enemigo; el que dice lo que yo digo es mi amigo. Ahora se ve, en el ámbito político, con qué fuerza se tiran las puertas (en el PP, por ejemplo) los amigos en cuanto no hacen los otros aquello que parece dogma de fe. Aznar, Mayor, entre otros, han juzgado oportuno hacer valer su disgusto y no descender a hablar con aquellos que los han disgustado. La agenda los separa, y parece que para un rato largo.
En este mismo renglón de plantones y prohibiciones sitúo la persecución a la que se ha sometido al músico Albert Pla, que una vez dijo que este país no le gustaba y ya por eso lo han tachado de calendarios hasta tal punto que su actuación prevista (y suspendida por infarto del cantante) en el Círculo de Bellas Artes había sido amenazada de manera pertinaz y aviesa. Jamás diría lo que él dijo de España, ni de nada, ni de nadie, pero daría cualquier cosa porque lo dijera. Estamos haciendo un país cejijunto: los que jamás irían a escuchar a Pla estiman oportuno que ni siquiera exista Pla. Permitir que eso ocurra es hacer retroceder a este país a los límites de los que no nos queremos acordar.
Tuvo la inteligencia Villoro de regalarnos este verso de Paz: “Los otros todos que nosotros somos”. Los otros todos somos nosotros también. Incluido Pla.
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