Sisi, el represor
La junta militar egipcia muestra sin rubor su rostro más autoritario, en la calle y en las leyes
A marchas forzadas, el Gobierno de fachada civil de los generales egipcios se va pareciendo a la vieja dictadura de Hosni Mubarak. Hasta el punto de que el contundente asalto a las libertades en el país árabe pone en cuestión si la sublevación popular que derrocó al rais ha servido realmente para algo. La escalada represiva de la junta militar comienza ya a cuartear el apoyo al general Sisi y sus camaradas de armas por sectores que apoyaron el golpe castrense de julio contra el presidente Mursi.
Resulta revelador que los mismos generales que pretenden celebrar la revolución de 2011 y que reclaman su legitimidad de las masivas manifestaciones callejeras posteriores contra los Hermanos Musulmanes hayan promulgado una ley que exige el permiso de la policía para cualquier reunión de más de diez personas. En aplicación de la ominosa norma acaban de ser condenados a años de cárcel tres jóvenes protagonistas del levantamiento contra Mubarak. La nueva ley es solo un mojón en un itinerario que habla por sí solo. La fiscalía acaba de presentar nuevos cargos contra Morsi —traición y espionaje— que podrían acarrear la pena de muerte.
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El asalto a las libertades en Egipto abarca perfiles de mayor alcance. El más alarmante es la previsión constitucional que permite a los militares llevar a civiles ante cortes marciales, una de las varias disposiciones que les blindan en la práctica. La nueva ley fundamental, que será sometida a referéndum a mediados del mes próximo y cuyo borrador redactado prácticamente en secreto ha sido desvelado este mes, no difiere mucho en sus procedimientos de la alumbrada en 2012 por los Hermanos Musulmanes. Si aquella fue redactada en petit comité por los islamistas, esta lo ha sido en otro designado por los militares. Su mayor incógnita es si las elecciones que prevé en el plazo de dos meses serán presidenciales o parlamentarias. Y si el general Sisi, el hombre que manda en Egipto, decidirá o no presentarse.
Probablemente el hartazgo de los egipcios con la inestabilidad y la agitación facilite la aprobación de una Constitución que constituirá un primer indicio sobre la popularidad de la junta castrense. Pero la misma naturaleza del texto, su elaboración y el marco represivo de la consulta auguran lo peor. Y convierten en sarcasmo las declaraciones del jefe de la diplomacia estadounidense, John Kerry, cuando asegura que el proceso de transición democrática en Egipto parece encaminado.
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