La familia del césar
Al conocerse el auto de su mujer, Ignacio González se declaró víctima de un juicio mediático, cuando no había juicio, sino un auto
Demasiada familia en todo esto. La familia del expresidente (de España), la familia del presidente (de Madrid), la familia (política) olvidada de la expresidenta (de Madrid), la familia del expresident (de Cataluña)… La familia, la familia. La famiglia.
Antes era a los compañeros de pupitre a los que se ofrecía lo más goloso de la vecindad (la Telefónica, Vía Digital, la Caja de Ahorros). Ahora resulta que la familia también tenía sus cartas marcadas y las soltaba cuando era conveniente defender al padre. Es un maldito embrollo, porque al sacar a primer plano esas ansiedades (“con lo que mi padre ha hecho por ti…”) se ponen en cuestión no solo estos gestos menores (una carísima colección de cuadros), sino toda una vida en contacto con lo público. ¿En qué lado de la frontera se sitúa la familia cuando se maneja el poder? Si te entristece que no se compre una colección de cuadros, ¿cómo te pondrás si tu adversario tiene una cadena de televisión y tú quieres que no la tenga?
Los exégetas buscarán entre el grano y entre la paja: ¿qué más hubo, qué más le preocupó al expresidente que no fuera estrictamente de su competencia pública? ¿Dónde paró su mano privada para que lo público se quedara donde tiene que estar? ¿Por qué iba contando su tristeza por las esquinas: Blesa no me ha hecho caso, no ha comprado los cuadros, Alberto también está disgustado, su edificio se quedará vacío, no habrá colección allí? Somos una gran familia, ¿pero para todo y todo el rato? ¿Por qué tuvo que ser el hijo, luego, el que le afeara a Blesa su deslealtad? ¿Por familia, por entrometimiento? Y en todo esto, ¿qué tiene que ver el hijo del pintor? ¿Estaba ahí por entrometimiento? ¿Cómo consiguió el hijo del pintor instalar esa cantidad, 54 millones de euros, que no son tres ni seis, en el cerebro del que le transmitía a Blesa ese interés en que comprara los cuadros de esta colección carísima cuando en la Caja de Madrid se estaban quemando hasta los marcos?
Las preguntas son incontables, pero salen espontáneamente a partir del viejo refrán sobre qué ha de ser y qué ha de parecer la familia del césar. Pero siempre pasa cuando las familias se ponen en primer plano. Por ejemplo, en el caso del presidente de Madrid: nada más conocerse el auto que implica a su mujer en un caso estrictamente familiar (el alquiler barato y la posterior compra de un piso carísimo), el señor González se declaró víctima de un juicio mediático, cuando este aún no podía producirse, pues no había juicio, sino un auto. Pero también arremetió contra el auto: la juez (“sustituta”, se ocupó de aclarar el presidente de Madrid; como si las sustitutas no pudieran ser juezas) no sabe redactar un auto, pues lo llenó de oscuridades. Si él sabe dónde está lo oscuro, y seguro que del caso sabe más que la jueza, ¿por qué no aprovechó la ocasión para poner lo claro en primer plano? ¿Por qué no ayuda de inmediato a la jueza a resolver las dudas que tiene el propio público, antes de que la ignorancia ajena se convierta en juicio mediático y luego en juicio propiamente dicho?
¿Y la expresidenta? No conocía a López Viejo, no tenía fe en él. ¿Cómo fue entonces su hombre de confianza? Bueno. Al menos sabía que se apellidaba López y Viejo. Para ella, ya es de otra familia.
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