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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Memorias y controversias

Antiguos cargos del Gobierno socialista se lanzan a la polémica por varios libros

Un activo de la democracia española desde la Transición es el considerable nivel de consenso de la política económica, incluyendo en este balance el envés: sus trágicos errores. Ese tronco común ha reportado algunas ventajas en comparación con países vecinos anclados en el estancamiento, como Portugal o Italia. Eso no significa negar las notables diferencias entre los distintos Gobiernos. Significa que en la dinámica cruzada entre continuidad y discontinuidades, aquella prevalece, aunque sea por puntos. La continuidad subraya que todos los Gobiernos y sus equipos económicos, de Fuentes Quintana a Boyer y Solchaga, de Solbes a Rato y de Rato a Solbes y Guindos, pese a las particulares preferencias, prioridades y acentos de cada cual, ha habido siempre una doble atención a la solidez de las finanzas públicas y a la cohesión económica y social.

Por eso resulta de particular interés que los dirigentes abandonen la reservona tradición iletrada de los hombres públicos españoles y publiquen libros memorialísticos. Bienvenidos sean, siempre que cumplan las mínimas reglas de dejar algún espacio —o al menos resquicio— a la autocrítica, que no ensalcen lo propio sobre el único pilar de denigrar lo ajeno, y que usen la documentación de forma apropiada.

En los textos recientemente aparecidos, y en las polémicas generadas por ellos, se encuentran ejemplos de todo tipo. Es lógico que dentro de un mismo partido, incluso Gobierno, surjan opiniones distintas, incluso contradictorias, porque la economía no es una ciencia exacta, y la política económica moderna acaba desembocando en una opción por mezcla de distintas recetas. Es lógico que suba la temperatura de la discrepancia —incluso entre miembros de una misma familia política, como la socialista— cuando se discute sobre una etapa, la iniciada con la Gran Recesión, que tensionó todos los diagnósticos y todas las recetas. Pero de la discrepancia al exabrupto media una gran distancia.

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