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DON DE LENGUAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Existe la injusticia?

¿Es posible la reinserción? Es posible si se cree en ella. Es algo que jamás podría lograrse con la prensa pisando los talones

Elvira Lindo

La vida no es una película. No es tan pedagógica como el cine puede serlo. Poco aprendemos de la experiencia, menos aún cuando nuestra opinión se ve acogotada por un sentimiento colectivo. La vida no nos permite ser espectadores que aparcan el drama en cuanto salen a la intemperie. La vida es la intemperie. La vida no es Pena de muerte,aquella película, aunque la historia estuviera basada en un hecho real, en la relación que la monja Helen Prejean mantuvo con un violador y asesino al que acompañó como asistente espiritual hasta la silla eléctrica. Porque el asesino real no era Sean Penn. Lo cual no quita para que Sean Penn hiciera un impresionante trabajo; aunque, por mucho que lo intente, un actor no puede llegar a provocar el mismo miedo que un asesino de verdad. Sí es posible, en cambio, que despierte más piedad que un asesino de verdad. La monja de verdad no miraba con los ojos de Susan Sarandon, que son ojos que saben provocar empatía y compasión. Es muy probable que, como sucede en la vida real, tanto los familiares como los trabajadores de la prisión estuvieran de la monja hasta las narices y no acabaran de entender a una religiosa que decía cosas tales como: “Yo no sabía nada sobre este hombre, excepto una cosa: si había sido condenado a muerte, seguramente era pobre, y como yo estaba en ese lugar para servir a los pobres, acepté”. Es decir, no acababan de entender la propia palabra del hijo de Dios, aunque asistieran a misa cada domingo.

No sé si la película sacudiría conciencias en Estados Unidos. No lo creo. De hecho, desde que el cine es cine hay todo un género cinematográfico dedicado a los ajusticiados, más conmovedor si cabe si se descubre después que el ajusticiado era inocente. Pero allí el ciudadano que cree en la cadena perpetua o en la pena de muerte las defiende sin sonrojo, sin entrar a calibrar cómo juzgarán los demás su posición. Aquí somos más cucos. Vemos una película como la dirigida por Tim Robbins y volvemos a casa maldiciendo el sistema judicial americano, analizando la falta de piedad de un pueblo rocoso, que se rige por la falta de escrúpulos del Lejano Oeste; otro género, el de los westerns, que también creó una poética de la justicia a manos del individuo. Luego, cuando nos encontramos con asesinos de verdad, nuestro juicio cambia.

Muy poco se utilizan estos días los términos cadena perpetua o pena de muerte, pero en los discursos alertados de mucha gente es eso lo que resuena de fondo. Yo estoy en contra de cualquiera de esas dos penas, y así lo escribo. Si estuviera a favor de la cadena perpetua, también lo escribiría. En cualquier caso, parece que exista una alianza tácita entre el espectáculo que los recientes excarcelamientos proporcionan a los medios de comunicación y la torpeza del sistema judicial y penitenciario: ¿no ha habido otra manera más chapucera de que se produzcan? Los reporteros esperan a la puerta de las prisiones, y gentes de mala ralea (amigos de los terroristas) reciben a los liberados como si fueran héroes. En el caso de los “otros” asesinos se anuncia su posible llegada a tal o cual pueblo, y algunos programas convocan a los paisanos ante las cámaras a fin de que muestren su indignación y su miedo. La cuestión es provocar una alarma social que no se traduzca en nada, una alarma estéril, a la que encuentro una oscura intención: la de poner sobre la mesa dos soluciones que no se nombran, la cadena perpetua y la pena de muerte.

Muy poco se utilizan los términos cadena perpetua o pena de muerte, pero es eso lo que resuena de fondo

Me pregunto si antes de que nos desayunáramos todas las mañanas con el rostro de un criminal no sería posible evitar el espectáculo a las puertas de la cárcel y negociarle al expresidiario una existencia discreta en un lugar lejos de donde provocó tanto dolor; me pregunto también si antes de que se ande especulando sobre la peligrosidad de los que vuelven a la calle no habría manera de que los expertos valoraran ese riesgo caso por caso; al fin y al cabo, la posibilidad de que se vuelva a delinquir es más crucial que el arrepentimiento por lo que se hizo. ¿Es posible la reinserción? Es posible si se cree en ella. Se ha efectuado con éxito cuando se ha tenido la firme voluntad de rehabilitar a un menor, por ejemplo, que es algo que jamás podría lograrse con la prensa pisándole los talones.

De discursos enardecidos todos somos capaces y hay verdaderos especialistas en buscar el aplauso; particularmente, me revientan esos opinadores que al hilo de un asunto tan sensible como este nos dan lecciones de humanidad, comprensión y psicología criminal. A veces pienso que aprovechan cualquier suceso sangriento para volver a defender algo a lo que no quieren ponerle nombre. Son cucos, muy cucos. Alientan el desasosiego y la venganza personal, y difunden la idea de que la justicia no existe. Ellos jamás apretarían un gatillo ni moverían el culo del sillón de contertulio, pero disparan frases como: “Si es mi hija la víctima, yo agarro al tipo y…”. De valientes por delegación está lleno el planeta. Pero no es ese tipo de actitud el que precisamos, sino medidas prácticas y sensatas que sosieguen los ánimos encendidos. A no ser que lo que se pretenda es alterarnos hasta el punto de que creamos que solo podemos esperar justicia de nuestras propias manos.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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