Vida más allá de Mies y Le Corbusier (1)
Sala de conferencias de la Universidad de Jodhpur en Rajastán, 1971, de Uttam Jain. FOTO: Chirag Jain
Cuidado con pasar página. El futuro podría estar en el siglo XX. Muchos edificios, planes urbanísticos y diseños del mañana harían bien en aprovechar la lección que ofrece la arquitectura del pasado siglo. En positivo y en negativo: aprendiendo y desaprendiendo de todas las culturas, escuelas y tradiciones, no solo la occidental ni exclusivamente de la que camina hacia la modernidad. La editorial Phaidon ha rastreado ese legado en un libro imponente que recoge 750 obras más allá de los cánones tradicionales.
Iglesia de San Marcos en Björkhagen, 1960, de Sigurd Lewerentz. FOTO: Max Plunger, from The Swedish Museum of Architecture’s collection
Por eso, junto a Le Corbusier -de acuerdo con esta selección, el arquitecto más influyente del siglo XX (representado con 14 edificios)- este Atlas presenta un mundo desconocido y, además, permite entender cómo se vivía en algunos de los edificios que han escrito la historia del siglo pasado. Así, l’Unité d’Habitation que Le Corbusier concluyó en Marsella en 1952 se puede ver, y entender aquí como una arquitectura con uso más que una obra con presencia. Ese podría ser el gran acierto de esta revisión.
Unité d’Habitation de Le Corbusier en Marsella, 1952. FOTO: Fondation Le Corbusier.
En esa línea, entrar en el edificio que Alison y Peter Smithson levantaron en el corazón de Londres para The Economist tal vez ayude a muchos lectores a entender la fuerza de ese inmueble más que cualquier plano, explicación o juicio de valor. Y eso mismo puede decirse de la posibilidad de ver en crudo, y con un futuro todavía por imaginar, la orilla sur del Támesis por donde ha crecido el Londres peatonal ideado por Richard Rogers.
The Economist. Alison y Peter Smithson. Londres, 1965. FOTO: Riba Library Photograph Collection
Battersea Power Station. FOTO: Andrew Holt
Entre las arquitecturas españolas, el libro reconoce la importancia fundamental del Guggenheim de Frank Gehry en Bilbao (1997), el Cementerio de Igualada (1991) de Enric Miralles y Carme Pinós, de las bodegas para Cavas Codorniu en Barcelona (1915) de Josep Puig i Cadafalch, de la casa Bloc (1936) levantada en la misma ciudad por el GATCPAC, de la Sagrada Familia, la Pedrera (1919) o Can Batjó (1906) de Gaudí, de las viviendas de Josep Lluís Sert (1931), las de Josep Antoni Coderch (1954), la Villa la Ricarda (1962) de Antoni Bonet i Castellana, el Walden (1974) de Ricardo Bofill o el Pabellón Mies van der Rohe (1929) en la misma ciudad.
El Gobierno Civil de Alejandro de la Sota en Tarragona (1957), la cercana Iglesia de San Bartolomé (1923) de Jujol, o el Planetario de Calatrava en Valencia (1999) componen una selección que excluye cualquier obra de Fisac, representa al inquieto Sáenz de Oiza solo con el edificio Torres Blancas de Madrid (1968) y elige dos obras de Torroja -Hipódromo de la Zarzuela (1936) y Silo de Carbón en Madrid (1951)- y la misma cantidad de Rafael Moneo -Museo de Arte Romano de Mérida (1985) y Ayuntamiento de Murcia (1998)- por encima de, por ejemplo, el Kursaal o el edificio Bankinter. La Universidad Laboral de Almería, de Cano Lasso y Campo Baeza (1974), cierra una selección valiente que, tal vez con la distancia de la competencia internacional, retoca el canon ibérico tradicional excluyendo también, en Portugal, el Estadio de Braga de Eduardo Souto de Moura.
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