La charca
En el fondo, en todos los viajes nunca se sale de casa
Salí hacia la isla de Pascua cuando en Madrid estaban iniciando la huelga los barrenderos esclavizados y todas las papeleras de la ciudad comenzaban a vomitar desperdicios. Aunque la distancia que uno recorra sea infinita, en cada viaje al llegar a destino sucede que siempre se lleva en el equipaje los propios fantasmas y la basura moral que le rodeaba. En el fondo en todos los viajes nunca se sale de casa. El encanto de la isla de Pascua consiste en que está extremadamente sola en medio del Pacífico, en la Polinesia, sin que se sepa qué clase de extraterrestres la habitaron por primera vez. Al pie de sus extrañas esculturas carbonizadas, algunas de 80 toneladas, que se recortan contra el océano, uno se ve tocado por la fuerza magnética que transmiten, un enigma que algunos jóvenes mochileros a mi alrededor, tumbados en la hierba, descifraban fumando marihuana. La isla de Pascua pertenece a lo que Jung llamó el Alma del Mundo, el sueño animado del inconsciente colectivo. Al mismo tiempo en que los Rapa Nui, hombres-pájaros de la isla, tallaban estas figuras gigantescas, Miguel Ángel estaba esculpiendo La Piedad, que hoy solo emite una emoción estética, exenta ya de su carga sagrada. En cambio las toscas figuras de la isla de Pascua están habitadas todavía por los espíritus de la naturaleza. La basura también es un arquetipo que pertenece al inconsciente colectivo, donde la mitad sumergida del ego comparte la misma charca negra con dioses, animales significativos, sombras y ánimas. Los desechos humanos que han inundado las calles de Madrid se componían solo de envases y restos de comidas, una metáfora de la basura moral que la charca política saca a la superficie, el primer paso de la degradación hasta llegar al último peldaño del infierno social, donde los barrenderos esclavos esperan la orden de empezar una limpieza radical, exhaustiva, empezando por arriba. En las suaves praderas de la isla de Pascua, cerca de un joven tumbado que fumaba marihuana, imaginé los contenedores de basura de Madrid llenos de oro, pero de regreso encontré la ciudad bajo cúmulos de basura adornados con algunas ratas muertas, aunque no con cuerpos de ancianos, mendigos, parados, desahuciados y enfermos rechazados en los hospitales, todavía.
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