Arbitraje en el Peñón
Bruselas respalda a España pero quiere aliviar las colas en la frontera
La pelea verbal entre España y Reino Unido a propósito de Gibraltar entra en una nueva fase, con la Comisión Europea como árbitro. Y su primer dictamen ha gustado más en Madrid que en Londres, porque Bruselas no encuentra pruebas de que los controles en la frontera del Peñón, reforzados por España desde el verano, incumplan el derecho comunitario.
El disgusto en Gibraltar es mayor de lo aparentado por su Gobierno, que insinúa que, o bien la Comisión Europea está ciega, o ha dedicado un tiempo demasiado escaso a inspeccionar la frontera. De paso le advierte de que absolver a España solo servirá para alentar las tácticas de “intimidación” que han caracterizado los últimos meses.
Es lógica la insatisfacción del ministro principal del Peñón, Fabián Picardo, que, en un alarde de picaresca, pretendía presentar a España ante el mundo como un Estado agresor. No solo por los controles fronterizos, sino por la “campaña de odio” hacia los llanitos, “invasiones” de las Fuerzas Armadas españolas y “disparos contra gibraltareños inocentes” de las que habló ante la ONU. Argumentos de una serie sensacionalista, en vez de hablar del contrabando.
Lo cierto es que Bruselas da satisfacción a España en el plano legal, pero también le pone deberes de los que le examinará en seis meses. En realidad, el árbitro pide medidas prácticas: más carriles para el tráfico fronterizo y controles no tan masivos, de forma que se reduzcan los tiempos de espera.
El contencioso sobre Gibraltar es tan largo que nadie puede apostar a una solución satisfactoria. Ojalá se dejen atrás las truculencias y se piense más en los 4.000 españoles que acuden a trabajar en el Peñón, en los comercios de La Línea donde han caído drásticamente las compras de los llanitos, y en los turistas que se dan la vuelta para no soportar largas esperas en el paso fronterizo.
Lo importante es que España y Reino Unido negocien. No basta con que uno se sienta contento del dictamen, porque considera avalados sus controles, mientras el otro se enroca en que son desproporcionados. En todo caso, el arbitraje es muy necesario.
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