El alma y la belleza
Mientras Jáuregui trataba de evitar una pasarela de aspirantes al trono del PSOE, Venezuela celebrarba unida el logro de poseer siete coronas de Miss Universo
En el episodio de Los Simpson titulado ‘Bart vende su alma’, Lisa, la hermanita menor de Bart, le dice que “el alma es el símbolo de lo bueno que hay en nosotros”. Ramón Jáuregui, coordinador de la Conferencia Política del PSOE celebrada el pasado fin de semana, recordó el alma y la tradición republicanas de su partido, pero prefirió dejarlas dormir en un cajón para defender la Corona con el pragmático argumento de “no poner al país patas arriba”.
Ya somos un mundo patas arriba, un universo de coronas, almas y contradicciones. Almas unidas por la belleza es lo que explica que Venezuela, una república petrolera de toda la vida, celebre unida el reciente logro de poseer siete coronas de Miss Universo. Al mismo tiempo que Jáuregui trataba de evitar una pasarela de aspirantes al trono del PSOE, la bella venezolana Gabriela Isler conseguía la séptima corona para su país en el certamen de este año, situando así a la cuarta nación exportadora de petróleo a tan solo una corona de diferencia con Estados Unidos, la primera potencia económica, que actualmente tiene ocho. Estrechísima diferencia entre dos repúblicas separadas ideológicamente, pero unidas en la encarnizada lucha por la corona de la belleza universal.
He visto cinco de esas coronas exquisitamente expuestas en el despacho de Osmel Sousa, el llamado zar de la belleza venezolana, un título que a su manera adelantó la cálida relación que la Rusia de Putin mantiene con la Venezuela bolivariana. Y cuando las ves reunidas brillando, de pronto encuentras sentido a eso que llaman patriotismo. Te identificas, de alguna manera te parece que tú también tienes algo, mucho o poco, de Miss Universo. Si una corona une a un país, ¡imagínense ustedes lo que deben unir siete coronas! No cabe duda de que Ramón Jáuregui debería visitar Venezuela e iniciar su entrenamiento como miss cuanto antes, con su tesón y entusiasmo podría alcanzar el sueño de ponerse esa corona que tanto desea y tanto une.
Mientras la belleza venezolana conquistaba esa cima, su presidente, Nicolás Maduro, pedía plenos poderes para librar su “guerra económica” al tiempo que alentaba las confiscaciones, que se han convertido en saqueos, a tiendas de electrodomésticos señaladas como especuladoras. En un país de misses, una lavadora es tan importante como la propia corona. Pese a que una miss jamás antagoniza, su mandatario parece creer que el combate es la única dialéctica democrática. Pero lo que ha resultado muy significativo en este Miss Universo es que la primera finalista, es decir, la segunda mujer más bella del universo, haya sido Miss España. Fue emocionante que las dos, la española y la venezolana, estuvieran muy nerviosas esperando el veredicto en inglés y por un confuso momento ambas creyeran que la otra era la ganadora. Se pudo ver a España y Latinoamérica más hermanadas que nunca gracias a la corona. Igualadas, pero no solo en misses, sino en sencillas cosas de diario como la corrupción, la justicia politizada o en el desparrame de basura en sus calles. Aquí en Madrid, gracias al empeño de su Margaret Thatcher de juguete, Ana Botella, en su desafío a los sindicatos.
Basura y belleza parecen conceptos opuestos aunque marcados por la misma inicial. Bello es el paisaje andaluz cercano a la finca Yerbabuena, pero triste y casi sucio lo que rodea al hijo del diestro Ortega Cano, José Fernando. Es otro heredero con problemas, pero que ha elegido el lado chusco del delito, el que directamente y sin rodeos te dirige a la cárcel. Si existe el más allá, no deben de ser días felices para Rocío Jurado. La triste noticia de la detención de su hijo, a causa de una agresión y robo a las puertas de un club de alterne (con inmejorable nombre: Rey 2000), nos hace concluir que educar a un hijo es igual de complicado que elegir un jefe de partido o ganar una corona de Miss Universo.
El descubrimiento público del rostro de Chabelita Pantoja tras alcanzar los 18 años, a la vez que se confirmaba su embarazo del joven Alberto Isla, propició en algunos comentaristas de televisión la arraigada xenofobia castellana. Son irreproducibles los comentarios sobre lo que señalaban como “racialidad” de la nueva estrella mediática. Lo cierto es que Chabelita Pantoja no está haciendo nada que Rocío Carrasco, la hija mayor de Rocío Jurado, no nos enseñara en los años noventa. Las herederas de las reinas de la copla son infantas que enamoran y se reproducen con un avispado tipo de macho ibérico. El nuevo tema es comparar a Alberto Isla con Antonio David Flores, el padre de los nietos de la Jurado. Isla y Flores comparten esa cosa de varón aventurero, romántico, de buena dentadura y de pantalón vaquero tan ceñido por delante como por detrás. Que igual te baila una sevillana, o en un momento dado te compra un palacete, o te canta una ranchera, o se desvive con una saeta ante la virgen de la que su nuera es muy devota. Aunque a Isla y a Flores les separen más de una década de burbujas inmobiliarias, los dos son modelos de un patriotismo viril que termina por unirnos a todos con las dos grandes de la copla en un remolino de sentimientos que o rompe el amor o enamora el alma.
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