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El príncipe pensionista

Carlos de Inglaterra ha cumplido 65. Es heredero de la corona des hace más de 61 años Pero no se ha limitado a esperar. Ha redefinido discretamente el papel que tendrá cuando suceda a la reina (algo a lo que no piensa renunciar) y, de paso, ha sacudido los pilares de la institución

El príncipe Carlos, a la hora del té, el pasado mes de octubre.
El príncipe Carlos, a la hora del té, el pasado mes de octubre.CORDON

El jueves pasado, 14 de noviembre, el príncipe Carlos de Inglaterra cumplió 65 años. Lo celebró ofreciendo una recepción en Colombo, capital de Sri Lanka, adonde había llegado horas antes para representar a su madre, la reina Isabel II, en la cumbre de la Commonwealth, que se inauguró al día siguiente. Es una pura coincidencia que el 65º cumpleaños de Carlos, la edad a la que en Europa occidental la gente suele adquirir el derecho a jubilarse, fuera la primera ocasión en que el príncipe representa a su madre en un acto de la importancia de una cumbre de la Commonwealth, el organismo que más simboliza el viejo Imperio Británico.

Es pura coincidencia, pero de una enorme fuerza simbólica. Carlos ha llegado a la edad que muchos identifican con el fin del trabajo, y de hecho va a reclamar su derecho a cobrar pensión, aunque la destinará a una de sus organizaciones benéficas. Pero eso no significa que se jubila. Y el hecho de que estuviera en Colombo representando a su madre es la mejor prueba de que su futuro no es la jubilación: algún día ocupará el trono que Isabel II tanto se resiste a dejar. Que nadie piense que se va a cumplir ese vaticinio populista de que a la muerte de su madre abdicará en su hijo Guillermo. Carlos de Inglaterra no lleva tantos años esperando el trono para no sentarse en él.

El primer retrato oficial de Carlos de Inglaterra, a los 21 años, vestido con los atributos del príncipe de Gales, en 1969.
El primer retrato oficial de Carlos de Inglaterra, a los 21 años, vestido con los atributos del príncipe de Gales, en 1969.AP

Y lleva muchos años esperando. Más que nadie antes. Concretamente, 61 años y nueve meses. Carlos tenía solo tres años cuando el 6 de febrero de 1952 falleció su abuelo, el rey Jorge VI, su madre accedió al trono como Isabel II y él se convirtió en príncipe de Gales. Es decir, en heredero de la corona. Antes, Eduardo VII había tenido que esperar 59 años para suceder a la reina Victoria en 1901, y Jorge IV esperó 57 años para suceder a Jorge III en 1820, aunque desde 1811 había sido príncipe regente por la enfermedad mental de su padre.

Una espera tan larga ha desatado inevitablemente todo tipo de especulaciones sobre el destino de Carlos e incluso dudas sobre su propio deseo de acceder al trono. Las últimas las ha desatado un amplio reportaje sobre el príncipe publicado hace unas semanas en Time, la revista estadounidense. La autora, Catherine Mayer, publica comentarios de terceras personas sobre la pesadumbre del príncipe por no poder acabar todas las tareas que ha emprendido antes de que llegue “la sombra de la prisión”. “Lejos de tener ganas de asumir la corona, ya está sintiendo su peso y preocupándose por el impacto que tendrá en el trabajo que está haciendo ahora”, continúa Mayer. La periodista cree que la prensa británica ha sacado de contexto la cita al interpretarla como un rechazo a ocupar el trono, cuando en realidad es pesadumbre por tener que dejar de hacer lo que está haciendo ahora.

En unos días empezará a cobrar su pensión de jubilación, que destinará a sus organizaciones benéficas

En todo caso, el reportaje, realizado durante tres meses y basado en 50 entrevistas con amigos o ayudantes del heredero y en encuentros con el propio príncipe, confirma la impresión de que es un hombre lleno de contradicciones. O con multitud de ángulos no siempre fáciles de conciliar. “Parece un aglomerado de contradicciones, comprometido y sin embargo distante, satisfecho y necesitado, un radical en la cumbre de la esclerótica clase dirigente británica, rodeado de gente, pero a menudo profundamente solo”.

Ese amasijo de contradicciones también es subrayado en un artículo del veterano periodista Jonathan Dimbleby en The Guardian: “Es un individuo complejo, con muchas caras, no siempre a gusto consigo mismo o con el mundo”, escribe. “Puede ser egoísta y errático, tiene tendencia a ser a veces irascible e incluso puede perder los papeles. Ha sufrido una tristeza inmensa y su primer matrimonio fue un fracaso. Tiende a creer que es un incomprendido y puede caer en la melancolía (...). Pero, por otro lado, no es ni banal ni arrogante. Es reflexivo e inteligente, tiene una memoria envidiable y emociones poderosas de la mejor especie. Es cortés, misericordioso y sensible. Le saltan las lágrimas con facilidad por el sufrimiento humano individual o por una música sublime. Disfruta de Shakespeare y lo recita. Se monda de risa con Spike Milligan y Rowan Atkinson. Es muy divertido haciendo imitaciones, sobre todo de pomposos dignatarios extranjeros (...). Nada de eso le hace una persona singular, pero sí le convierte en un ser humano”.

El pasado 23 de octubre, la reina Isabel posó, con motivo del bautizó de su biznieto Jorge, con los tres herederos al trono. La imagen, captada por el fotógrafo Jason Bell, reunió al príncipe de Gales, a su hijo el príncipe Guillermo y al recién nacido hijo de este, el príncipe de Cambridge.
El pasado 23 de octubre, la reina Isabel posó, con motivo del bautizó de su biznieto Jorge, con los tres herederos al trono. La imagen, captada por el fotógrafo Jason Bell, reunió al príncipe de Gales, a su hijo el príncipe Guillermo y al recién nacido hijo de este, el príncipe de Cambridge.

Quizá lo más significativo del artículo es que el muy poco monárquico The Guardian lo publicara en primera página a pesar de que Dimbleby defiende el derecho de Carlos a expresar en público sus controvertidas opiniones. Un derecho que muchos le niegan porque consideran que el príncipe se aprovecha del impacto que tienen por ser el heredero y cuestionan la neutralidad a la que estará obligado cuando se ciña la corona. Dimbleby cree que Carlos nunca se callará y que lo que está haciendo es de hecho “redefinir por adelantado el papel que tendrá cuando suceda a la reina, a la que venera”. “Está poniendo en marcha una silenciosa revolución constitucional”, sostiene.

Pero hay algo en Carlos con mayor potencial revolucionario que sus opiniones sobre la arquitectura, sus preocupaciones por el deterioro del medio ambiente, su fobia a la energía eólica o sus campañas por la banda ancha en el mundo rural. Lo más revolucionario es que cuando llegue al trono lo hará como un divorciado que se casó en segundas nupcias con una divorciada. Algo que le costó la corona a su tío abuelo, Eduardo VIII, el rey que abdicó en 1936, menos de 11 meses después de acceder al trono, para casarse con una mujer divorciada.

Carlos y Camilla el día de su boda, la segunda para ambos, celebrada en abril de 2005 en el ayuntamiento de Windsor.
Carlos y Camilla el día de su boda, la segunda para ambos, celebrada en abril de 2005 en el ayuntamiento de Windsor.AP

La abdicación de Eduardo VIII llevó a la monarquía británica a su primera gran crisis del siglo XX. El divorcio de Carlos y Diana de Gales provocó la segunda. Treinta años después, los británicos parecen haberse resignado a aceptar la figura de Camila. Gran parte de ellos parecen admitir que Camila no es solo la persona que se interpuso entre Carlos y Diana, sino el verdadero amor del que un día está llamado a ser rey.

Ha sido un proceso de aceptación gradual, sin entusiasmo. El mismo que ha seguido Isabel II. Primero asumió a regañadientes que su hijo nunca renunciaría a ella. Luego bendijo su matrimonio, pero mantuvo las distancias: no asistió al casamiento civil, en el Ayuntamiento de Windsor, pero sí al servicio de acción de gracias en la capilla de San Jorge, en el castillo de Windsor. La reina le dio el espaldarazo definitivo a Camila el año pasado, cuando la sentó junto a ella en la carroza descubierta en la que cubrió el recorrido entre Westminster Hall y el palacio de Buckingham durante las celebraciones por el 60º aniversario de su acceso al trono.

Frente a ellas estaba Carlos, en su papel de eterno heredero. Dentro de unos días empezará a cobrar su pensión, para la que cotizó durante sus años en la marina y con posteriores aportaciones personales. Pero no le den por jubilado. Nadie se pasa más de 60 años en la cola para luego cederle la vez a su hijo, por muy popular que sea el príncipe Guillermo…

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