“El esnobismo es universal”
Edward St. Aubyn, el escritor más aristocrático en ejercicio, publica por fin en España sus novelas más refinadamente salvajes. En 'El padre' se reúnen tres obras de su ciclo autobiográfico, una historia de incesto, pederastia y drogadicción en el seno de la clase alta británica
Edward St Aubyn no había concedido una sola entrevista hasta que en 1994 se publicó su tercera novela, Alguna esperanza. Tampoco es que necesitase ensuciarse las manos con algo tan prosaico como la promoción: su familia tiene títulos nobiliarios desde 1671 y, aunque se le suele comparar con Oscar Wilde y Evelyn Waugh, en realidad St. Aubyn es bastante más pijo que aquellos dos juntos.
Después de aquella solitaria entrevista, el autor volvió a su relativa oscuridad, adorado sobre todo por otros escritores, desde su amigo Alan Hollinghurst, que dice de él que es “el escritor más brillante de su generación” y Zadie Smith, quien lo reverencia. Pero en 2006 al jurado del Booker no se le ocurrió otra cosa que nominar la cuarta novela de la trilogía, Mother’s Milk. Aquello obligó a difundir unos cuantos datos biográficos sobre el autor, lo típico: violado repetidamente por su padre desde los cinco hasta los ocho años, alcohólico y heroinómano en su adolescencia, sobrevivió a un intento de suicidio y se presentó a sus exámenes finales de Oxford con un boli Bic cargado de jaco. Casi todo eso está en sus libros.
Random House Mondadori publica ahora El Padre, las tres primeras novelas del ciclo de Patrick Melrose, alter ego del autor. En la primera, Malas noticias, asistimos a ese acto de pederastia y conocemos al elenco de monstruos que pueblan el universo Melrose; en la segunda, Malas noticias, pasamos 24 horas con un Patrick veinteañero y politoxicómano –los personajes de St. Aubyn oyen voces cuando se chutan, pero voces que citan a Joyce y Tennyson– y la tercera, Alguna esperanza, nos traslada a una fiesta en una mansión campestre. Es ferozmente divertida, sí, pero en realidad tan ligera como el plato de venado en salsa parda que cenan los protagonistas. Esto no es P.G. Wodehouse, por mucho que se empeñen algunos reseñistas miopes, que no ven más allá de los cortinajes.
No sin cierta aprensión –al autor siguen sin gustarle un pelo los periodistas–, acudimos a charlar con el autor en Barcelona. Todo temor resultó infundado.
Está aquí hoy en 2013 hablando de estas novelas que empezó a escribir en 1989. ¿Se le hace raro?
En realidad empecé No importa en 1988. La abandoné porque escribirla era demasiado difícil emocionalmente y la continué un año más tarde. Mi relación con esos libros es ambigua. Está claro que están exageradamente caducados y me alegra decir que ya no me preocupan las cosas de las que hablé en esos tres primeros volúmenes. Ahora estoy revisándolos por varias razones, por la publicación aquí y porque la cadena Channel 4 va a hacer una serie basada en los libros, así que todo me empuja hacia mis primeros trabajos. En parte estoy agradecido y en parte…es como volverse a meter en un bañador mojado. ¿Conoce esa sensación?
¿Cómo se decidió a escribirlos?
No importa es el libro que evitaba escribir cuando tenía veintitantos años. Antes, empezaba novelas pero nunca pasaban de la página 40. Eran postizas. Quizá bastante inteligentes, pero irrelevantes. No podría haberlo escrito si no hubiera muerto mi padre, ni sin obtener algún tipo de psicoterapia, porque estaba demasiado perturbado.
Pero escribirlo no fue terapéutico, imagino. Eso sería demasiado “californiano”, como dice uno de sus personajes.
No, escribirlo fue retraumatizante. El psicoanálisis me ayudó a mantenerme vivo y las novelas son novelas, no son una extensión de la terapia. Son completamente artificiales. Pero el tema del que tratan los libros era inevitable. Si no hubiera escrito sobre eso, no hubiera podido hacerlo sobre nada más. A medida que avanza el ciclo, los libros van volviéndose menos y menos autobiográficos.
¿Qué reacción hubo en su círculo cercano?
Mi madre me apoyó mucho. [En los libros, la madre, Eleanor, está demasiado ocupada con sus obras de caridad como para atender a su hijo torturado], mi hermana también. Un conocido, al parecer, dijo: “Vaya cosa tan horrible le ha hecho a su padre” [risas] Algunos amigos de mi padre, aunque no tenía muchos, dejaron de hablarme, pero si ese era el precio a pagar, fue muy barato. Esperaba que nadie me mirase a la cara, que nadie quisiese volver a tratar conmigo.
El padre, David Melrose, es pura maldad. Leí en una reseña que hay algo de histórico en su perfidia, que solo algunos emperadores romanos llegan a ese nivel, y me pareció bastante acertado. ¿Hasta qué punto es un producto de su clase?, ¿O hay gente como David en todas partes?
La actitud de David hacia su hijo es de un extremo esnobismo. Es cierto que cuesta encontrar el eslabón entre el esnobismo y la pedofilia, entre la malicia y la violación, pero lo hay. Él no es solo un producto de su clase. Estoy seguro de que pasa en otros ambientes, solo que yo no sabía mucho de eso. El esnobismo es universal. La gente siempre está buscando una razón para no empatizar con los demás. ¡Cuesta tanto esfuerzo hacerlo! Pueden usar la clase, el género o la raza. Cualquier excusa para despreciar a los demás y liberarse del peso que supone la empatía. No creo que ignorar a otros seres humanos sea una cosa propia de la clase alta británica, pero en el caso de David tiene ciertas actitudes ya precocinadas que funcionan como una cubierta: su arrogancia, el sentirse legitimado... David puede citar a la Antigua Grecia para justificar sus actos.
Estos tremendos personajes suyos solo se revelan como son ante sus familiares más cercanos. Para el resto del mundo, son figuras quizá ambiguas, posiblemente ponzoñosas, pero entretenidas. ¿La familia es el escenario perfecto para el verdadero horror?
Bueno, hay gente que consigue extender su maldad más allá: los dictadores, los asesinos en serie… El mundo está lleno de tiranos dentro del ámbito de la familia que pueden resultar encantadores para sus colegas y amigos. La familia es obviamente el escenario de la peor perversión potencial porque es ahí donde hay más presunción de amor. En ese contexto, la crueldad es más perversa. Además, todo queda en privado. La gente duda a la hora de intervenir. ¡Hoy ya no! Ahora la gente corre tanto a denunciar pederastas que se tropieza. Pero en aquellos días se pensaba que esas cosas eran trapos sucios de familia, sobre todo, en Inglaterra.
Es cierto, la pederastia parece ser una obsesión especialmente británica. A los profesores no se les permite tocar a los niños, aunque se hayan hecho daño, porque podrían denunciarles. Es como si se sospechara que todo el mundo lleva un pedófilo dentro.
Sobre todo, después de la operación Yewtree, que ha descubierto todo lo que hizo el presentador Jimmy Saville. La pederastia está muy de moda en estos momentos, pero cuando yo escribí este libro nadie hablaba de ello. Era muy peligroso. Yo tenía la superstición psicológica de que alguien me mataría por escribir sobre esto y sentía mucha vergüenza, pero ahora ¡sería de lo más popular! Me alegro de haberlo hecho antes.
También es notoriamente difícil escribir sobre drogas, sobre el hecho de estar drogado. Casi más que escribir sobre sexo. ¿Qué autores cree que lo han hecho con dignidad?
No sé, no he leído a muchos autores drogadictos. DeQuincey se sale bastante airoso. Y supongo que cuando escribí Malas noticias ya había leído a Burroughs, pero no me afectó especialmente. También había leído En la carretera, pero no me gustó. De todas formas, no necesitaba muchos modelos para escribir sobre drogas.
Claro. Pero ya estaba sobrio y limpio cuando la escribió, ¿no?
Si hubiera estado haciendo todo lo que describo, no hubiera tenido mucho tiempo para coger un bolígrafo. Fue bastante perturbador porque experimentaba síntomas físicos mientras lo escribía, era todo muy vívido. Habitualmente, trabajo desde las cuatro de la mañana hasta la hora de comer, pero Malas noticias la escribí de noche. Vivía solo. Creo que entonces ya había roto con mi preciosa ex novia española, que fue quien me animó a escribir.
¿Era importante para usted reflejar el acto de chutarse como algo terrible y a la vez completamente atractivo?
No sé si es tan simple como eso. Es una cosa bastante rara necesitar inyectarse veneno en las venas cada 20 minutos con un objeto punzante. Solo lo puede hacer gente que no puede contemplar la idea de estar a solas con sus pensamientos y su conciencia. Lo que sí era importante para mí darle era darle un fondo psicológico. Uno ve películas como Trainspotting o Drugstore Cowboy, en las que hay yonquis, pero no tienes ni idea de por qué lo son. Solo son como un loco diario de sustancias. Yo quería reflejar qué es lo que lleva ahí pero también cómo son las sensaciones al drogarse.
Usted es un escritor de frases. Muy citables, además.
Nunca me ha llamado la atención algo como el argumento [escupe ligeramente la palabra]. Cuando lees un libro, pasas bastante tiempo en compañía del autor y si su mente no te resulta intrigante, fascinante…no puedo soportarlo. Me da exactamente igual si el chico consigue a la chica. Solo me interesan las frases. Además, tenía mucha dificultad para leer cuando era pequeño, era bastante disléxico y leía en voz alta, así que sigue preocupándome la sonoridad.
¿Por qué decidió incluir a la princesa Margarita como personaje en la tercera novela? Sale fatal, por cierto, como una odiosa mequetrefe.
Algunos lo habían hecho antes. Napoléon, por ejemplo, sale en Guerra y Paz. Pero sacar a la princesa Margarita tenía un punto transgresor en su momento, fue antes de que Alan Bennett hiciera algo sobre la Reina, antes de que Alan Hollinghurst retratara a Margaret Thatcher en La línea de la belleza… y ella estaba viva aún. Hacerlo era un suicidio social pero me daba igual. Ya había escrito el libro, ya tenía mi material y no necesitaba que me invitasen más a ese tipo de fiestas.
¿Le pasa a usted como a su personaje, el arribista Nicholas Pratt -siempre está a punto de escribir un libro sobre la aristocracia-, que la gente de su círculo teme aparecer en sus libros o cree reconocerse?
Mucha gente dice que sale en mis libros, gente en la que nunca pensé cuando los escribía. Incluso hay varios que se pelean por ver quién es Nicholas, por el privilegio de ser el modelo para este monstruo. Pero todos se equivocan: la mayoría de personajes son inventados o amalgamados a partir de varios conocidos. Los únicos retratos son los de los padres y el propio Patrick.
Ha dicho que no volverá a escribir sobre ellos. ¿Se sintió un poco solo al separarse de Patrick?
En absoluto. Lo celebré de inmediato escribiendo otra novela que bebía de otra parte completamente distinta de mi imaginación y con una idea diferente de la creatividad. En lugar de ser el artista ceñudo que tiene que sacar algo bello de una cosa horrible, quería escribir un libro que fuera juguetón, travieso, rápido. El experimento loco era tratar de disfrutar escribiendo, y resultó parcialmente exitoso: conseguí disfrutar de la primera parte, pero luego tuve que alcanzar una fecha de entrega. Normalmente escribo una página 15 veces, la reviso y la vuelvo a revisar y solo la versión final va a la montaña de aprobados. Mi despacho está lleno de rascacielos de papeles rechazados y solo hay un pequeño montoncito de páginas que consiguen mi aprobación.
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