Cumbres iberoamericanas… ¿para qué?
España y México tienen que redefinir los intereses de esta cita, ya no en términos de comunidad cultural, histórica y lingüística, sino de nexos económicos
Desde que el 11-S provocó que ya no tuviera sentido la doctrina “América para los americanos”, la política exterior en todas partes, especialmente en América, ha sufrido un cambio sustancial.
Las cumbres iberoamericanas nacieron cuando España era el modelo incontestable de una transición exitosa -de la dictadura a la democracia-, con una capacidad institucional que no había tenido en 300 años y un ejemplo de democracia, libertad y juego limpio como evidencia del éxito que había arrojado la Ilustración en la Madre Patria.
El presidente mexicano y líder del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Enrique Peña Nieto, hizo una declaración en la reciente cita de Panamá, considerando en primer lugar, que México será el anfitrión el próximo año de las nuevas cumbres e instrumento para el diálogo iberoamericano. En su participación, Peña Nieto también hizo referencia a lo que cada vez más aparece como una dinámica de hechos que no está bien analizada, en mi opinión, y que significa un cambio global, especialmente en América y, hasta cierto punto en la relación con España, que debe ser motivo de reflexión profunda.
La nueva América en la era de Twitter bascula sobre dos hechos fundamentales: dos países, Brasil en el Sur y México en el Norte, son la mejor representación de lo que ha quedado después de todos los traumas, contradicciones, errores y cambios de política de Estados Unidos de América.
Brasil, desde hace muchos años, mantiene una posición de enfrentamiento con Estados Unidos. Los brasileños son conscientes de que representan un subcontinente y no solo por un problema del lenguaje –hablan portugués–, sino también por la suma de todos los factores que les hacían ser diferentes. Brasil tenía una relación, en la época menos honorable de la democracia, cuando las dictaduras, de dependencia hacia Estados Unidos, pero también de choque que comenzó a final de la Segunda Guerra Mundial, cuando fue, entre otras cosas, el gran refugio de todos los nazis que quisieron ir allí o que no llegaron primero a Argentina.
En el caso mexicano, el dicho popular define bien la relación entre el país y la primera potencia mundial: “Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Esta frase bien ha servido para explicar el paradigma de las desgracias, consecuencias y tragedias de México.
Hoy, 22 años después de la primera cumbre iberoamericana, su papel es cada vez más irrelevante y existe el riesgo de que acaben en la inoperancia, si no se toma en cuenta que emergen nuevos escenarios dentro de una concepción económica, política y social completamente diferente: la presencia de los populismos en los países andinos, el hartazgo de tanta reunión y la proliferación de mecanismos alternativos regionales de cooperación, el ascenso de las clases medias en la región que ya suman 152 millones de personas, la pujanza hasta ahora imparable de Brasil y la relación de los países latinoamericanos con China, entre otros.
Pekín se expande por todo el continente como una inmensa mancha de aceite. Estados Unidos hegemoniza, cada vez más, el control tecnológico y su desautorización moral en términos políticos o de respeto hacia sus vecinos o intereses cercanos.
En cuanto a España, qué decir. Nunca antes se ha visto nada igual. Los mismos protagonistas de una historia de éxito se han convertido en los representantes de uno de los mayores fracasos históricos, no solo del país europeo sino también de su modelo hacia América.
Enrique Peña Nieto debe redefinir su política. Y para ello hay tres ejes fundamentales. El primero, su relación con Washington, basada en muchas cosas, no solo en los 500 millones de dólares que se mueven cada hora por los intercambios comerciales entre los dos países, sino también en los 3.000 kilómetros de frontera que sumados al complejo problema de las drogas, seguridad, carteles y defensa forman casi una trama perfecta para que sea muy difícil poder desembarazarse o tener una relación que no sea la que ha impuesto desde la propia naturaleza hasta la realidad económica.
Peña Nieto necesita también definir unas políticas y una relación con países como España y los otros miembros de la Unión Europea.
Las cumbres iberoamericanas tuvieron un sentido. Era el sentido que se daba cuando la Corona española y el éxito de la aventura democrática permitía decirle a un líder tan popular como inoportuno en sus expresiones, Hugo Chávez: “¡¿Por qué no te callas?!”.
Pero también eran el reflejo de una América que hablaba español y que luchaba por llegar a tener las legitimidades, el factor de progreso social y económico, que aparentemente daba el país que ha sostenido económicamente las cumbres: España.
Madrid tiene en este nuevo eje con México –a la hora de reconstruir las cumbres iberoamericanas, y veremos si eso es posible y como se hará–, que definir también su marco de intereses que hoy, ya no residen tanto en el valor histórico de la lengua o la relación histórica en la antigua metrópoli y sus colonias, sino en la innegable importancia económica que tiene para las empresas españolas y para los bancos su dominio de esta América.
Lo único que debe blanquearse de verdad en esas nuevas cumbres son tres aspectos. Primero, determinar qué parte van a seguir queriendo los estadounidenses y quién se la puede negar. En eso incluyo tanto a Peña Nieto como a Dilma Rousseff o a cualquiera que gobierne Brasil, así como al resto de América.
Segundo, delimitar cuál es la tajada de la económica que se van a llevar los chinos por su actuación en el continente a través de inversiones estratégicas.
Tercero, pero no menos importante, debemos saber cuál es el modelo político, económico y social que pueda encarnar la globalidad de un continente con países que, como en el caso mexicano, cada vez tienen menos razones para explicar su fracaso en la política social y su necesidad de reformas estructurales, básicamente porque el bono demográfico que, junto al petróleo y a la capacidad de aguante del pueblo, ha sido el gran aliado que explica la estabilidad en muchos países –México, no tanto Brasil– que se va a ir esfumando mes a mes y tuit a tuit.
¿Cumbres iberoamericanas para qué? Es una buena pregunta, más ahora cuando de los 22 países invitados, sólo asistieron 12 jefes de Estado, pero, sobre todo, si no se responden las tres cuestiones planteadas no tendrán ninguna posibilidad de éxito.
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