Mujeres fuertes incluso debajo del 'burqa'
Son los hombres a quienes el director Atiq Rahimi presenta como débiles. No importa que tengan las armas o el turbante. El marido que ha quedado en coma tras una reyerta es el mejor reflejo de la impotencia. Es también el pretexto para que la mujer se enzarce en un revelador diálogo en forma de monólogo. No es una contradicción. Ella le habla con el deseo de que le escuche, algo imposible cuando él estaba completamente vivo, pero con la esperanza de que en realidad no le oiga porque va a contarle la verdad y la verdad sería imposible de afrontar por ambos en otras circunstancias. Se dirige a él, aunque en el fondo no espera respuesta.
"Por una vez, me estás escuchando”, le dice. Qué remedio. Reducido a la inmovilidad absoluta, se convierte en esa piedra de la paciencia (singué sabur) a la que, según la mitología persa, uno puede contar todos sus secretos para liberarse de su peso. Hasta que se rompe.
Así conocemos su historia; la historia de una mujer sin nombre, como tantas otras (ninguno de los personajes de la película tiene nombre). Casada por sus padres cuando era joven con un hombre mayor que no le presta más atención que la necesaria para procrear. Y ni eso. Ella no parece guardarle rencor, tan amorosamente cuida de su cuerpo inerte. ¿O sí? Porque en varios momentos tiene la tentación de abandonarle a su suerte.
No es por venganza. Su venganza se ha consumado mucho antes, cuando ha parido dos hijas que no son suyas porque es estéril, algo que ni él ni su familia hubieran admitido nunca. Antes la hubieran matado a ella. O repudiado, que viene a ser lo mismo. Porque en las sociedades patriarcales como la que refleja la película, que usan la religión y los valores como argumento para someter a la mujer, una esposa repudiada por su marido, no vale nada. Es peor que estar muerta. Ella lo sabe y actúa para evitarlo.
Es el primer paso de una liberación que sólo acabará con la muerte del marido.
Bajo la aparente simplicidad del relato, La piedra de la paciencia también soslaya el maniqueísmo. No es una historia de buenos (las mujeres) y malos (los hombres). Ahí está esa suegra que monta guardia la noche de bodas para asegurarse de la virginidad de la novia, o que abandona a ésta con el marido en coma ante el avance de la línea de frente. O la historia paralela de la tía condenada a la prostitución por negarse a ser esclava. También hay mujeres cómplices de esa sociedad construida sobre la segregación y la desigualdad. Incluso hombres víctimas, aunque no lo parezcan tanto, como el miliciano tartamudo.
La verdad siempre es compleja y Rahimi, que basa la película en su propia novela, logra transmitir esa complejidad de una forma sencilla, sin aspavientos; gracias en buena medida a la expresividad del rostro de Golshifteh Farahani. La actriz fue premiada en el Festival de Gijón por ese papel de una mujer afgana que representa a todas aquellas (y aquellos) a quienes los sistemas patriarcales quisieran silenciar. Incluso cuando no se usa un burqa para cubrir sus cuerpos.
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.