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LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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La propaganda de las reformas

La crisis puede marcar la entrada de España en una fase de decadencia que nos hará más pobres y desiguales. Una reforma de verdad se planea con tiempo, se negocia con los implicados y se desarrolla según un plan

RAQUEL MARIN

En lo tocante a las reformas económicas, probablemente todo el pescado ya esté vendido para lo que queda de legislatura. A menos que el presidente Rajoy tenga un desconocido gusto por los experimentos, y si ningún factor exterior obliga a tomar medidas imprevistas, la lógica preelectoral que gobierna a nuestros gobiernos será cada vez más implacable. En un momento en el que el país necesita diálogo y colaboración de todos para resolver los problemas pendientes, lo más probable es que en los dos próximos años el Gobierno siga a la defensiva frente a una oposición que es francamente poco constructiva. Cuando más necesitamos de la política para corregir la economía es cuando parece que menos podemos esperar de ella.

No es ahora el momento, ni mucho menos, de hacer balances. Como la labor del Gobierno no ha terminado, ello no es posible y, además, ya habrá tiempo. Ahora bien, no todo ni todos en España pueden esperar. Puede que para algunos, tanto en el poder como en la oposición, mantener el status quo signifique ganar tiempo, pero me temo para la mayoría de ciudadanos significa perderlo.

La realidad según la última EPA es que en España hay casi 6 millones de parados y más de 1,8 millones de hogares con todos sus miembros en paro. Las cifras conocidas a finales de octubre representan unos incrementos del 2% y del 4% respectivamente en relación a las del año anterior. El paro se extiende, la morosidad alcanza cotas nunca vistas y el sistema financiero, auténtico pozo sin fondo de recursos públicos e inyecciones de liquidez, sigue averiado y sin cumplir su función social fundamental de apoyar a la actividad económica y la creación de empleo.

Debería ser evidente que la crisis económica es algo mucho más serio que un bajón cíclico o una cadena de trimestres de recesión. Puede marcar la entrada de España en una fase de decadencia más o menos lenta y prolongada, que nos dejará más pobres y, probablemente, desiguales entre sí. Nuestra situación económica actual es el resultado de la superposición de problemas a tres niveles. Empezando por lo más cercano, el modelo económico-financiero español de crecimiento iniciado a principios de los años noventa está agotado y sin recambio. En cuanto a la UE, todavía no está claro cómo nos coordinaremos en cuestiones clave de política económica, como la unión bancaria y la fiscal. Estas dudas, naturalmente, penalizan más a los Estados más débiles y que han necesitado asistencia, como España. Finalmente, lo que sí está claro es que el peso económico, comercial, demográfico —y por tanto, político— de las economías desarrolladas se reducirá a favor de las economías emergentes, cuyos menores costes de producción siguen ganando contratos internacionales.

España necesita repensar su futuro económico si quiere salvar el progreso acumulado desde 1975

A todo ello hay que añadir las mutaciones que el capitalismo experimenta en todo el mundo. Por citar sólo dos: se va desdibujando el perfil del empresario tradicional, que asumía riesgos propios en un negocio que conocía y que gestionaba de forma más o menos personal, y vamos hacia un mundo en el que las empresas mismas son bienes que se compran y venden. En paralelo, se están quebrando los fundamentos del contrato social vigente, dado que, por un lado, las rentas del capital crecen de forma sostenida más que la remuneración al trabajo y, por otro, la viabilidad de los Estados de bienestar, tal como están ahora, está seriamente comprometida.

Frente a este cuadro, relajarse y hablar de recuperación por una alegría de la prima de riesgo, unas décimas de mejora en las previsiones de crecimiento o el aumento del gasto de los extranjeros en nuestro país es pura superficialidad. España necesita repensar muy seriamente su futuro económico si quiere preservar el avance en nivel de vida y progreso social que, de forma tan clara y tangible, hemos alcanzado desde 1975. Mucho de lo anterior es también aplicable para el resto de la UE, pero esto no reduce la urgencia y la profundidad de los cambios que debemos operar aquí.

Para afrontar una situación tan delicada, el Gobierno ha optado por la paciencia, forzando a muchos ciudadanos a vivir la situación con resignación y abrazándose al mismo tiempo a la propaganda de las “reformas”. Y en este punto España sí que es algo original. Aquí las reformas se definen por exclusión: todo aquello que hace el Gobierno y que no son recortes son necesariamente reformas. Como atenuante, cabe decir que parte de Europa participa de este juego. Pide reformas en el sur y luego, cuando llegan, sea lo que sea lo que llegue (salvo en casos muy exagerados, como la propuesta española inicial de creación de la CNMC), las aplauden a medio gas, se felicitan por la dirección pero demandan más intensidad. Naturalmente, estos juegos de cubrimiento mutuo terminan por minar la credibilidad de las instituciones.

¿Cómo son las verdaderas reformas? Los estudios internacionales, por ejemplo los de la OCDE, muestran que las reformas más eficaces son aquellas que se preparan con tiempo (el periodo de preparación activa parece rondar los dos años en promedio), en las que se dialoga con las partes implicadas, cuentan con un mandato electoral claro y se desarrollan de forma gradual y conforme a un plan. Por contra, las reformas rápidas e impuestas suelen ser de diseño defectuoso, vuelo bajo y corto recorrido. En definitiva se trata de relajar al máximo la tensión que genera toda reforma verdaderamente estructural: sus perjuicios suelen estar concentrados pero sus beneficios, dispersos. En España quedan unas cuantas pendientes: la educación, las políticas activas de empleo, la administración pública, el sistema impositivo, el Estado de bienestar o la agencia de investigación, por citar algunos ejemplos. No es este el lugar para hablar de todas ellas en detalle, pero en todos estos expedientes contamos con experiencias internacionales que se pueden estudiar a fondo para tomar o dejar los elementos que más nos convengan. Un trabajo de este tipo sería el primer paso para hacer reformas en condiciones.

Europa pide cambios al Sur; cuando llegan, los aplaude a medio gas y reclama má intensidad

¿Cómo se sacan adelante las reformas? En una democracia no hay otro camino que las explicaciones claras y la participación ciudadana. Además es importante que los que las proponen muestren con objetividad los costes de no reformar y que se prevean mecanismos para compensar a los perjudicados. Por supuesto, una primera condición para reformar con legitimidad es incluir el plan de la reforma con suficiente definición en el programa electoral, sin perjuicio de que se encargue a los expertos la concreción final. Estas condiciones pueden parecer elementales en otros países pero, desgraciadamente, resultan utópicas en España.

¿Es fácil reformar? Naturalmente que no. La historia reciente de Italia es aleccionadora y muestra con claridad lo complejo de la cuestión. Muchos en España envidiaron durante un tiempo a los italianos por contar con una figura como la de Mario Monti que parecía acercarse al reformador ideal. Se trata de un político experto, serio, honesto y bien relacionado con Bruselas. Sea como fuere, Mario Monti gobernó por virtud de gestiones de despacho y cuando llegó el momento de la verdad y presentó a los votantes su proyecto, obtuvo una rotunda (y tal vez injusta) derrota.

¿Es imposible reformar? Como contrapunto, y por citar sólo algunos, los casos de Suecia, Finlandia, Australia, Holanda, Alemania (éste, con luces y sombras) y, sin ir más lejos, el de España al inicio de la Transición, muestran que las reformas de calado son posibles. Además, un suceso reciente ocurrido dentro de la península italiana, pero ajeno a la política, puede que tenga algo que enseñarnos sobre el espíritu y la dinámica de las reformas: la elección del papa Francisco. El nuevo papa, que se enfrenta también a una tarea compleja, empezó por renovar los gestos y siguió con las palabras. Ahora faltan por llegar los hechos; veremos qué hace y qué le dejan hacer. Pero quizá lo más importante es hasta qué punto sus reformas movilicen y motiven a su gente y generen un clima “prorreforma” en la base, que a su vez, mueva a las estructuras a avanzar en esta dirección. Ese clima es, precisamente, otro de los factores que los estudios internacionales citan como condición para realizar con éxito las reformas estructurales.

Salvando todas las distancias, puede que algo así nos viniera bien por aquí. Y tenemos dos años por delante.

Ramon Xifré Oliva es profesor de Negocios Internacionales en ESCI-UPF e investigador en el Centro Sector Público-Sector Privado del IESE.

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