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Pioneras de la diferencia Juegos de género a través de la ropa, la melena, el físico o la actitud. Todas estas mujeres tienen algo en común han vivido su vida al margen de las convenciones sociales Tilda Swinton desconcierta. No es nada fácil definir la personalidad camaleónica de una mujer que hace de cada aparición pública una declaración de principios. Los que afirman que resulta masculina tienen que retractarse cuando luce alta costura sobre una alfombra roja. Protagoniza películas, editoriales, videoclips, piezas de videoarte o campañas publicitarias, y en todas es alguien distinto. Cultiva una feminidad extrema, pero llega a ella de un modo totalmente inesperado. Ha encarnado a la matriarca de una familia burguesa y a un ángel asexuado. Ha ocupado portadas fingiendo ser transexual y se ha intercambiado la identidad con David Bowie. En sus facciones no se atisba ningún rasgo típicamente femenino o masculino. Un rostro que, gracias a la poca familiaridad que desprende, se adapta perfectamente a cualquier rol. Por eso representa mejor que nadie el carácter transitorio y fragmentario de las estrellas de la era digital. Y, paradójicamente, es siempre inconfundible. Su historia es la de una mujer que nunca sintió como suyas las barreras de género. Adoraba a Audrey Hepburn y a Keith Richards con la misma intensidad, y no veía incoherencias en lucir un vestido que recordaba a la actriz junto a las mechas despeinadas del guitarrista de los Rolling Stones. Compartía guardarropa con el fotógrafo Robert Mapplethorpe, y un sinfín de retratos atestiguan que ninguno de los dos sentía reparos en jugar con prendas femeninas y masculinas. Uno de los temas del disco Horses, Gloria , narra el encuentro en sueños con una prostituta. Pero cuando se convirtió en icono de los colectivos homosexual y feminista, declaró no sentirse abanderada de ninguna causa. En aquellos años vivía retirada de la escena musical junto a su marido y sus hijos. Había logrado, por fin, una de sus metas: formar una familia tradicional. LYNN GOLDSMITH (CORBIS) Cuando la jamaicana Grace Jones llegó a París en 1970, se encontró con una ciudad que bullía de excitación por la moda y la novedad. No tardó en convertirse en habitual de los desfiles de Montana, Kenzo o Yves Saint Laurent gracias a una actitud arrolladora y a un físico que unía al exotismo racial –las modelos de color eran todavía algo excepcional y ocasionalmente polémico– una androginia que ella misma explotaba. Con el pelo rapado o cortado a cepillo, rasgos como tallados a golpe de hacha y un cuerpo atlético dado a las hazañas acrobáticas, Grace Jones ha sido modelo, cantante y actriz, y jamás ha dejado de cultivar un aspecto sobrehumano gracias a estilismos teatrales y fotografías rotundamente vanguardistas. Se enfrentó a Schwarzenegger en Conan el bárbaro , ha sido retratada por Warhol, ha interpretado sus canciones sin dejar de bailar un hulahop (con 65 años, en el homenaje a Isabel II del año pasado) y, a día de hoy, mantiene intacta su condición de referente contemporáneo. JOHN D. KISCH (GETTY) En 1954, con apenas 18 años, Françoise Sagan conmocionó las letras francesas con Buenos días, tristeza , una primera novela en la que narraba el despertar sexual de una adolescente durante un tórrido verano mediterráneo. Como una nueva Colette, la autora llamada a encabezar la revolución sexual de toda una generación poco tenía que ver con el prototipo de belleza imperante. Esbelta, con el pelo corto y un maquillaje discreto, Sagan cultivaba la ambigüedad de sus rasgos con un armario neutro cuyas prendas deportivas remitían a la Coco Chanel de los años veinte. En los años en que Brigitte Bardot se convertía en el símbolo del erotismo más obvio, Sagan aportó un aire intelectual al deseo, fue musa y amiga de diseñadores como Yves Saint Laurent y escribió cientos de páginas sobre la cultura, el sexo y también la propia imagen. JACQUES ROUCHON (ALBUM) En 1902, en la misma época en que sus primeras novelas escandalizaban al público del nuevo siglo, Colette se cortó el pelo. Desde entonces hasta su fallecimiento en 1954, la escritora francesa más célebre –y más fotografiada– del primer tercio del siglo XX representó también los múltiples rostros del nuevo modelo de mujer, la garçonne. Si la rigidez del vestuario a finales del siglo anterior había convertido a las mujeres en estatuas incapaces de moverse, comer o trabajar, Colette se aproximaba a la feminidad a través de la actividad: hacía deporte, vestía prendas masculinas, fumaba e invadía otros terrenos hasta entonces reservados a los hombres, como la escritura. No en vano fue la primera fémina en ingresar en la Académie Goncourt y una pionera a la hora de cultivar su imagen pública a través de cuidadas puestas en escena. Desde luego, los que la acusaban de poco femenina no se imaginaban que con los años llegaría a ser uno de los más importantes símbolos de la feminidad. Antes de hacerse famoso, F. Scott Fitzgerald publicó Berenice se corta el pelo en el Evening Post, un relato que narra la liberación de una chica de provincias al llegar a la gran ciudad. Louise Brooks, amiga del autor e inspiradora de muchos de sus textos, aún no era la estrella cinematográfica en la que posteriormente se convirtió, pero ya destacaba por su osado peinado –que lucía por iniciativa propia desde la infancia–, una silueta longuilínea que enfatizaba con una faja que ocultaba sus formas, y, sobre todo, por su temperamento: bebía, fumaba y mantenía relaciones esporádicas que nunca se preocupó por ocultar. Leía y escribía compulsivamente, criticaba la cosificación a la que Hollywood sometía a las actrices y decidió abandonar su fulgurante carrera a los 22 años. Su estilo la convirtió en el paradigma de las flappers.