_
_
_
_
África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

La ONG de mama Mary

Es domingo por la mañana y en Mzingazi están de fiesta de cumpleaños. Mzingazi es un asentamiento de barracas, lo que el apartheid llamó township, un gueto para negros. A tan sólo 10 kilómetros de distancia, luce Richards Bay, un centro de turismo sudafricano gracias a un clima tropical permanente, vegetación exuberante y unas playas de aguas cristalinas y azules. Eso es lo que vende el folleto promocional pero nada dice de Mzingazi.

Mary Mlambo, tras la fiesta de cumpleaños, ante lapuerta de los módulos de Lungelo.

La fiesta es para Uriska, que por primera vez hoy pisa Mzingazi. Supo de esta barriada a través de su madre, una fiscal de Richards Bay, y tras un viaje a la India de sus antepasados decidió estrenar los 15 años con una celebración en el township. La condición que puso a amigos y familiares es que los regalos no fueran para ella sino para los niños del poblado. Y así fue.

Decenas de personas ajenas a este township llegan en coches de gran cilindrada y pasan un rato con unos chavales alucinados por todo lo que pasa en un lugar donde casi nunca pasa nada. Los forasteros han traído juguetes, ropa, lápices de colores, bocadillos, pasteles, refrescos y hasta dos castillos hinchables. Lo normal en una fiesta. Hay alegría por las novedades pero lo que en realidad abunda entre los menores es la estupefacción.


Los niños del poblado esperan los regalos
en la fiesta de cumpleaños.

“Muchos niños no han tenido jamás un regalo y no entienden qué está pasando”. La conexión de Uriska con el barrio se llama Mary Mlambo, quien en febrero de 2013 registró Lungelo Youth Development, una organización sin ánimo de lucro minúscula que ya se ha convertido en el epicentro del gueto para los jóvenes y niño.

La idea primigenia de Mlambo, mama Mary, era poner en marcha una asociación para que la juventud del poblado tuviera un punto de encuentro para hablar de sus deseos, preocupaciones, problemas. Sin parafernalias ni local se instaló en el patio que una “buena vecina” le dejó y al poco tiempo consiguió que “un donante trajera dos contenedores grandes”. Ahora esos espacios son la sede, su oficina, la sala de juegos, la guardería y el comedor.


Los chavales del barrio juegan en el castillo hinchable que instaló un amigo de la cumpleañera.

Sin embargo, la realidad del barrio se impuso. “Un día me trajeron a un niño de meses para que lo cuidara unas horas y no pude decir que no”, explica esta mujer. Fue el primhttp://www.typepad.com/site/blogs/6a00d8341bfb1653ef0162fbf378bb970d/post/6a00d8341bfb1653ef019aff957060970c/edit?saved=eero de la sesentena de menores de tres años que ahora tiene a cargo casi desde que amanece y hasta que oscurece. Ese fue el nacimiento de una ONG al uso, de la ONG de mama Mary. Aunque nace sin buscarlo ni quererlo, tras unos meses de funcionamiento esta mujer afirma estar satisfecha porque los pequeños encuentran en Lungelo un sitio donde socializarse ya que la alternativa es "estar en casa sin hacer nada" y donde tener las necesidades básicas cubiertas.

“Los de dos o tres años vienen solos o con sus hermanos mayores, que los dejan a primera hora antes de ir al colegio”, detalla mientras los bebés duermen encima de colchones que Mary ha ido recogiendo o recibiendo. En Lungelo, estos niños desayunan, comen, hacen la siesta y juegan. A veces, Mlambo asegura que se desespera cuando le traen un bebé “sin pañales o tan sucio que tiene la piel irritada”. La mayoría son hijos de madres adolescentes, sin pareja conocida o con un padre a la fuga al saber de su descendencia.

Lungelo no cuenta con fondos ni subvenciones públicas, así que gran parte del trabajo de Mlambo es buscar dinero con el que costear la comida, los productos de higiene y recolectar material didáctico, de cocina, higiénico, libros que necesita para atender a los menores. “No tiro nada de lo que me dan”, se ríe pero admite que todo es muy lento y que en el Ayuntamiento la ignoran respondiéndole que ya hay otras organizaciones y servicios sociales.

Es mediodía y en el poblado apreta el calor. Los pequeños se tumban en los colchones para dormir la siesta. Mary señala a un pequeño de ocho meses y una niña de cinco meses que descansa en la cuna. Comparten un padre de 21 años seropositivo que ha contagiado al mayor de los menores y a su madre. La historia es dramática y Mlambo dice que podría estar horas contando dramas sin salir del barrio. Cuando empezaron a llegar estos críos tan pequeños a Lungelo se puso en contacto con los servicios sociales y el juzgado de la ciudad para buscar asesoramiento y ayuda pero como estan desbordados le pidieron que manejara la situación "tan bien como pudiera". De ahí surge la relación de Mary con la mandre de la adolescente Uriska, que ejerce de fiscal.


Los más pequeños duermen y comen en Lungelo.

De la fiesta surge una noticia inesperada que satisface y emociona a Mlambo. Uno de los invitados es doctor en un centro hospitalario privado de la ciudad y al ver a Siphamandla, uno de los chavales con discapacidad motriz y psíquica, se ofrece para llevarlo a la consulta del fisioterapeuta. “Esto es una bendición de Dios”, exclama Mary, que pocos días después se encargará de que el niños, de cuatro años, esté preparado para ir al médico. ¿Y su madre? "Se lo diré pero no se va a levantar para acompañarlo ella y como tengo los permisos del juzgado lo llevaré yo", contesta sin titubear.

Lungelo se vacía tras la fiesta. Antes, invitados y niños han recogido los trastos y los papeles del césped del patio y quien ha querido ha podido ver por dentro una ambulancia medicalizada, propiedad de uno de los forasteros. Sostiene Mlambo que los pequeños tienen que “aprender disciplina y orden y adoptar buenos modelos que en casa no encuentran”.

Lungelo ahora dinamiza dos grupos de jóvenes y cuida de los niños que aún no están escolarizados. Varias chicas se turnan como voluntarias para dar clases de inglés, explicar historias a los más pequeños o, simplemente, estar pendientes de los más pequeños. La ONG ya ha organizado, por ejemplo, una jornada de limpieza por los alrededores del poblado pero la falta de dinero de la propia organización y de los jóvenes limita cualquier movimiento. Los mayores están enfrascados buscando fondos también pero el problema es que muchos no tienen ni para los 80 céntimos de euro que vale el transporte hasta el pueblo. "Nos gustaría hacer pulseras o artesanía y venderlas en algún mercado de Richards Bay pero ¿de dónde sacamos el dinero para ir hasta alli?", se queja Celiwe. "El problema también es que se piensan que sólo por tener una idea se van a hacer ricos de la noche a la mañana y cuando se dan cuenta de que no es fácil, de que hay que trabajar duro, se vienen abajo y se desaniman. Y entonces ya tengo que volver a estimularlos", constata Mary. Con todo, esta mujer, nacida en Soweto y zulú por matrimonio, asegura estar comprometida con la suerte de los jóvenes y niños de Mzingazi.

Todas las imágenes de la autora.

Comentarios

La valentía de las personas que ofrecen sus tiempos en beneficios de esta parte arrasada de la sociedad, es un mérito sin paliativos. No es fácil vivir la situación de precariedad que cuenta el artículo y quedar indiferente a la opulencia de la sociedad europea. Mis felicitaciones para todos los cooperantes y voluntarios.http://interesproductivo.blogspot.com.es
Vuestra labor y dedicación es digna de admiración.Gracias por todo...
La valentía de las personas que ofrecen sus tiempos en beneficios de esta parte arrasada de la sociedad, es un mérito sin paliativos. No es fácil vivir la situación de precariedad que cuenta el artículo y quedar indiferente a la opulencia de la sociedad europea. Mis felicitaciones para todos los cooperantes y voluntarios.http://interesproductivo.blogspot.com.es
Vuestra labor y dedicación es digna de admiración.Gracias por todo...

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_