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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Secesión

El espacio del independentismo es el de la Europa postsoberana, pero le da energías la crisis de los países mediterráneos

Lluís Bassets

La idea de la independencia de Cataluña ha crecido gracias a la integración europea. Hasta ahora, el catalanismo histórico la descartaba por varias razones, una de ellas la geopolítica: una pequeña nación, nacida como cuña entre Francia y España, estaba destinada a la absorción por uno de los dos vecinos. La novedad geopolítica del neocatalanismo actual es que ya no se siente amenazado por Francia cuando imagina a Cataluña como independiente. Y esto sucede así gracias a la integración europea.

La dificultad que tiene ante sí este nuevo catalanismo es de un orden distinto. Su independentismo ha madurado en el momento más precario para la idea de independencia. Su soberanismo está a punto de caramelo cuando ya no hay soberanía que no sea compartida. Su Estado propio, cuando los Estados nacionales parecen de cartón piedra. “Eso que ya no sirve para nada”, dijo Xavier Rubert de Ventós en su discurso ante la Via Catalana en El Pertús, “eso es lo que queremos”.

El espacio en el que se ha expandido el independentismo es el de la Europa postsoberana, pero el que le ha dado energías y fuerzas para la implosión es el momento de la crisis de la deuda de los países mediterráneos, que pone al mando de los presupuestos a la troika (Banco Central, Fondo Monetario y Comisión) a la vez que Alemania se asienta como poder hegemónico. Hay una reacción renacionalizadora ante esta integración bancaria y fiscal forzosa en la que debe incluirse la efervescencia catalana. Cada uno defiende su resto de soberanía, y quien cree que no tiene suficiente, como es el caso de Cataluña, la reclama toda entera. El problema es que el formato elegido ya no está a disposición de nadie en el mercado de las naciones soberanas.

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Consiste en desconectar del Estado español para conectar directamente con Europa, convirtiendo a Cataluña en un socio nuevo. Y hacerlo como si fuera una operación dentro de la Unión Europea, fundamentada en la ciudadanía europea de los catalanes y en la perfecta integración de su territorio y su economía. El problema es que la UE es una asociación de Estados y que los catalanes son ciudadanos europeos gracias a que son antes ciudadanos españoles. Como resultado, nada se puede hacer en Europa que no sea de la mano y con el permiso del Gobierno español.

Cabe imaginar una Europa que avance hacia la unión política y diluya los poderes de los Estados hasta dar más protagonismo a las regiones de fuerte peso y personalidad que a los pequeños bálticos. Pero en la actual fase de renacionalización defensiva, poco puede esperar el independentismo de las viejas naciones europeas, y menos de Francia, enemiga de Cataluña al menos desde el siglo XVII y responsable en el XVIII de la imposición del modelo centralista que la ha ahogado, con apenas un breve paréntesis, hasta la Constitución de 1978.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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