Emerger tras el naufragio
El 'Costa Concordia' muestra el camino a un país en dificultades
Diecinueve horas tardó el crucero Costa Concordia en resurgir de su naufragio. Con todas las heridas mortales de su costado de estribor, pero en posición vertical por primera vez en 20 meses. La proeza sirve de soplo de aire fresco para Italia, una inyección de optimismo cuyo resultado ha sido aireado a los cuatro vientos no solo por las sirenas y las campanas de la isla toscana de Giglio, sino por el seguimiento de la rotación del navío a través de televisión e Internet. “Un momento de gran orgullo italiano”, en palabras del primer ministro, Enrico Letta, quien no ha perdido la ocasión de resaltar “lo que es capaz de hacer la tecnología italiana”.
En realidad, la recuperación fue un poco más compartida de lo que sugiere esa frase de orgullo nacional. Pero Letta muestra de nuevo su habilidad para relegar a un segundo plano los problemas de la prima de riesgo y las inestabilidades que planean sobre el Gobierno cada dos por tres.
Incluso siendo un poco más escépticos, lo menos que puede decirse del rescate del crucero es que lava la imagen del desastre sufrido por un barco tan moderno y la vergüenza provocada por la conducta del capitán, Francesco Schettino, quien abandonó la nave cuando seguían a bordo la mayoría de sus 4.200 ocupantes, tras el naufragio del 13 de enero de 2012. No contento con haberlo estrellado en las rocas —responsabilidad que pretendió desviar hacia un subordinado—, él fue uno de los primeros en alejarse del nuevo Titanic, en el que murieron 32 personas.
Seiscientos millones de euros más tarde, la mole permanece enderezada, pero sin vida. La operación de trasladarla al puerto donde deba ser desguazada presenta considerables desafíos técnicos, de modo que no faltarán ocasiones de superar problemas en el futuro.
Pero, hasta entonces, hay quien ve el reflotamiento del navío como la metáfora de un país capaz de hacer emerger de nuevo su maltrecha economía. Una imagen que conviene a los italianos y a muchos otros en el sur de Europa, acostumbrados a fustigarse y a que les fustiguen durante los años en que solo querían tocar fondo de una vez.
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