Un barco sin rumbo

Desde hace unos cuantos años soy asidua, casi adicta, lectora de las columnas de El País Semanal. Muchas veces he imaginado respuestas, ya sea por acuerdo o desacuerdo, pero no las escribía porque estas cartas me dan la sensación de diálogo inconcluso. La diferencia hoy es que más que con la esperanza de que se publique mi carta, la escribo como si con ello rompiera un maleficio.

Dice la señora Rosa Montero en el número del 18 de agosto que los que tenemos cierta edad sabemos que en una vida hay muchas vidas. Y nos anima a todos, de alguna manera, a buscar mejores vidas si es necesario. En los dos casos que comenta, la necesidad es clara. Otras veces no lo es tanto, la vida en curso no es tan mala y, sabrá la señora Montero, las vidas anteriores no se borran del todo. Es más, siguen su curso sin nosotras y hemos de despedirnos de ellas como si nos fuéramos en un barco sin rumbo. Tampoco creo que ignore que en la forma en la que vivimos no hay un número ilimitado de vidas deseables. Tal vez por ello necesitamos llegar a los extremos para finalmente buscar nuevos caminos. Tal vez no podemos adelantarnos al sufrimiento. A veces el miedo es de perdernos en el intento, pero otras es terminar usurpando una vida que no nos corresponde. Gracias, Rosa Montero, he hecho el conjuro.