Lo más sagrado de nuestro oficio
No he podido resistirme. Soy médico de aparato Digestivo en el Hospital Rio Carrión de Palencia. El pasado mes de mayo fui destituido, a petición propia, de mi puesto de jefe de sección en dicho centro. Puse mi cargo públicamente a disposición de la Gerencia Regional en protesta por unos recortes de plantilla que entendía injustificados y perjudiciales para la población asignada a nuestro cuidado. He defendido públicamente y a costa de sacrificios personales y profesionales la conveniencia de mantener el sistema público de salud mejorando su gestión sin entregarla a compañías privadas. No soy sospechoso por tanto de connivencia con el partido en el Gobierno.
Dicho esto, nada justifica la protesta realizada por alguno de mis compañeros del hospital La Paz. Cuando una persona traspasa las puertas de nuestro centro con su vida en peligro, se convierte en lo más sagrado que existe en nuestro oficio: nuestro paciente. Es a ellos a quienes consagramos nuestra vida, nuestra dedicación y nuestros desvelos. Nuestro oficio no permite, según la versión del juramento hipocrático aprobada en la convención de Ginebra, “que entre mi deber y mi enfermo vengan a interponerse consideraciones de religión, de nacionalidad, de raza, partido o clase”.
Cristina no puede ser un bote zarandeado por ninguna marea, ni blanca, ni azul, ni roja. Cristina es nuestro paciente y como reza en ese mismo juramento “su salud y su vida, son la primera de nuestras preocupaciones”.
Estoy seguro de que, con la ayuda de todos los profesionales de ese hospital, Cristina recobrara pronto su salud y su bienestar. Por Cristina, por todos nuestros pacientes, es por quienes algunos elegimos nuestra profesión. Por ellos estamos dispuestos a defender lo que creemos justo. Nunca contra ellos ni mucho menos a costa de su sufrimiento.— Francisco Igea Arisqueta.
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