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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Irak sin remedio

La incapacidad del Gobierno de Al Maliki y la tensión regional alientan la espiral la violencia

No por habituales las noticias que llegan de Irak son menos sobrecogedoras. Al menos 80 personas murieron el sábado en una cadena de atentados en barrios chiíes por todo el país. Los coches bomba han estallado en mercados, parques y calles comerciales abarrotadas de familias que celebraban el final del Ramadán. Ha sido un mes sagrado sangriento, con un millar de muertos en julio, que se suman a los casi 3.000 desde comienzos del año. Hay que retroceder cinco años para encontrar esos niveles de violencia. Después de una etapa de relativa calma, que hizo abrigar esperanzas de un Irak viable con su peculiar mezcla étnica y religiosa de chiíes (60%), suníes (20%) y kurdos (15%), vuelven los temores a una guerra sectaria como la que se vivió en 2006 y 2007.

Detrás de este rebrote de barbarie está la filial iraquí de Al Qaeda, formada por extremistas suníes hermanados ahora en franquicia terrorista con el grupo Al Nusra en la vecina Siria.

A este resurgimiento de la violencia ha contribuido, sin duda, la retirada de las tropas de Estados Unidos, hace 18 meses, y la inoperancia de unas fuerzas de seguridad que no han estado a la altura del desafío a pesar del entrenamiento y los fondos recibidos. Ejemplo de ello es el asalto, en julio, a dos prisiones iraquíes que permitió la evasión de al menos 500 reos, entre ellos importantes cabecillas de Al Qaeda.

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Las tensiones regionales —guerra de Siria, Irán— agravan la inestabilidad. Pero la responsabilidad última de la degradación que sufre Irak hay que buscarla en el Gobierno de coalición que preside el chií Nuri al Maliki, mezcla peligrosa de autoritarismo e incapacidad no solo para hacer frente a la violencia, sino para atender las necesidades básicas de la población. La marginación de los suníes, cuyas protestas han sido duramente reprimidas, crea un descontento del que los extremistas sacan provecho.

Peligra la estabilidad en Irak. Pero no es solo Irak. El enfrentamiento entre musulmanes suníes y chiíes envenena como nunca antes Oriente Próximo. Bagdad acusa a los regímenes suníes de Arabia Saudí y Catar de apoyar a los violentos. El Irán chií mueve también sus fichas. Frente a esto, Occidente está maniatado. De poco sirven los drones y los esfuerzos diplomáticos si los Gobiernos en la región no solo no se implican en la búsqueda de una solución, sino que alientan irresponsablemente el odio entre sus ciudadanos.

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