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La Merkel alpinista

Un pequeño pueblo en los Alpes italianos refugia cada verano a la canciller alemana y su marido

Angela Merkel y su marido, Joachim Sauer, escalando una montaña en Solde, el pasado fin de semana.
Angela Merkel y su marido, Joachim Sauer, escalando una montaña en Solde, el pasado fin de semana.STRINGER (REUTERS)

La tradición señala que la política alemana se paraliza cada año con la llegada de las vacaciones de verano. Berlín se queda vacía tras la huida de los principales actores políticos del país, que se alejan de la capital para recluirse en refugios protegidos por un ansiado anonimato. Una ley no escrita entre la prensa y que se ha convertido en costumbre recomienda a los periodistas alemanes no inmiscuirse en la vida privada de los gobernantes. En un raro ejercicio de autodisciplina, los medios renuncian voluntariamente a investigar detalles sobre los planes vacacionales de los protagonistas de la lucha por el poder y esperan con paciencia que los portavoces revelen, con el mínimo de detalles, el paradero de sus respectivos jefes.

El asueto de verano de Angela Merkel, por ejemplo, tiene un lado público y otro muy privado. Todo el país sabe que la canciller, después de ofrecer su rueda de prensa prevacacional, visita, junto a su marido, el profesor de química Joachim Sauer, el famoso festival de Wagner que tiene lugar cada año en Bayreuth y donde su esposo es conocido como el “fantasma de la ópera”, a causa de su interesado mutismo a la hora de conversar con la prensa o con los otros invitados. Tras la pausa musical, la pareja desaparece del mundanal ruido y busca la tranquilidad y la inspiración, según la oficina de prensa del Gobierno, en el Tirol italiano. No se entrega ni un solo detalle más.

Sin embargo, gracias a las indiscreciones de los periódicos locales y la curiosidad del tabloide Bild, los alemanes se han enterado de que la mujer más poderosa del mundo (según la revista Forbes) siente una particular atracción por el embrujo de los Alpes italianos. Cada año, la canciller y su marido se convierten en excursionistas en Solde, un pequeño pueblo ubicado a 1.900 metros de altura, donde durante el año no viven más de 400 personas y en el que el habitante más ilustre y famoso no es otro que Reinhold Messner, el hombre que desafió a la naturaleza escalando montañas de ocho kilómetros sin máscara de oxígeno y cruzando desiertos feroces a pie.

El destino vacacional de Merkel fue revelado, casi por casualidad, hace ya varios años y, aunque toda la prensa alemana sabe que la pareja se hospeda en el hotel Marlet, un establecimiento de cuatro estrellas y que cobra unos 160 euros diarios con régimen de media pensión, solo los más intrépidos se han atrevido a asomar la nariz para intentar captar unas pocas imágenes que ilustran la pasión alpinista de la canciller. Esta vez, eso sí, no se trata de fotos tan indiscretas como las que se publicaron durante las vacaciones de Semana Santa, en Ischia. En la isla, la canciller fue fotografiada cambiándose el bañador en la piscina y, en su última escapada a ese destino, los paparazis se dieron un festín captando imágenes de ella y su esposo, el hijo de este y sus nietos jugando en la playa.

En Solde, y en el verano, es otra cosa. En el pueblito, situado en Trentino Alto Adige, una región donde se habla alemán, la privacidad tiene prioridad. Durante dos semanas, la pareja se viste cada día con ropas apropiadas para realizar largas caminatas y, de vez en cuando, se anima a escalar las montañas menos peligrosas. “La última vez que la acompañé alcanzamos una altura de 3.500 metros y solo había hielo”, contó el guía Olaf Reinstadler al Bild.

¿Es Angela Merkel una alpinista que desafía a la naturaleza para encontrar la calma que no le ofrece Berlín? En una rara entrevista ofrecida a un estudiante alemán y que se puede ver en YouTube, la canciller confesó que la montaña le hacía olvidar los desafíos que le ofrece la capital, incluida la próxima campaña electoral.

“Si uno camina por las montañas, hay que concentrarse en el camino, algo que impide pensar en política. Después de una excursión uno está muy cansado y no hay tiempo para pensar en otra cosa”, confiesa la canciller, al revelar la pasión que siente por la montaña y las excursiones que realiza en los alrededores de Solde.

El matrimonio visitó el pequeño poblado por primera vez hace ocho años. Fue un amor a primera vista y desde entonces Merkel regresa cada año al pueblo, un ritual que alegra a sus habitantes y, en especial, a los propietarios del hotel Marlet. A la vez, su ínclita visita rescata del anonimato a Reinhold Meisner, que suele ser anfitrión de la canciller y de su esposo en su propio restaurante, llamado Yak & Yeti, donde la especialidad es el carpaccio de yak.

“Es muy buena para caminar y cuando estamos de excursión no hablamos de política, sino sobre las montañas y la naturaleza”, confesó el alpinista, quien se ha convertido con el tiempo en amigo personal de la mandataria. La pasión por la montaña de Merkel deja al desnudo otro aspecto de su personalidad: cuando se enamora de un lugar, siempre regresa.

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