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Tribuna
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La inmigración en el huracán de la crisis

Lo que se ha visto es la defensa conjunta de derechos sociales que se contraen aceleradamente y el apoyo mutuo en movilizaciones como las protagonizadas frente a los desahucios

Una de las escasas vertientes positivas de las crisis es que ayuda a poner en entredicho las certezas que son prácticamente imposibles de poner en cuestión en tiempos de bonanza, cuando no a sacar a la luz elementos de la realidad que permanecían en la sombra. En estas mismas páginas Joaquín Estefanía hablaba precisamente del carácter revelador de la actual crisis. Pues bien, ¿qué es lo que nos revela la situación que estamos viviendo en relación con la inmigración?

En primer y principal lugar, que la inmigración no se ha desvelado como el gran problema que parecía constituir hasta hace muy poco tiempo. Si en el barómetro del CIS de enero de 2009 la inmigración se situaba como el tercer problema para los españoles, sólo por detrás del paro y la economía, en el barómetro de enero de 2013 la inmigración pasó a ocupar el octavo lugar de los principales problemas, por detrás del paro, la economía, los políticos, la corrupción, la sanidad, los recortes y los bancos, y se situaba al mismo nivel que la preocupación por las pensiones. No obstante, este notable retroceso de la inmigración entre la lista de los principales problemas no debería hacernos perder de vista los riesgos que corremos.

La red social de apoyo  se ha debilitado notablemente: se han recortado presupuestos y personal

La red social de apoyo a la población inmigrante se ha debilitado rápida y notablemente. Prácticamente todas las entidades sociales han visto recortados sus presupuestos y su personal, y no son pocas las que simplemente han desaparecido. El trabajo que ONG y asociaciones de inmigrantes venían realizando en favor de la integración se ha visto profundamente afectado, lo que incrementa las posibilidades de que los conflictos en torno a la inmigración puedan emerger con mayor fuerza. El riesgo ahora es más elevado, aunque los hechos permitan hablar de una relativa calma.

En medio de la profundidad de la crisis, la inmigración ha dejado de ocupar un lugar destacado entre los problemas señalados por los ciudadanos. La atención mediática que en otros tiempos se dedicó a las llegadas “masivas” de inmigrantes, o a la “amenaza” de pateras y cayucos, ha quedado eclipsada en gran medida por la dura realidad económica. En este preocupante contexto la buena noticia es que, afortunadamente, apenas ha habido reacciones xenófobas. Buena parte de los ciudadanos han entendido que los inmigrantes han sido igualmente víctimas de las malas prácticas que a menudo tratan de difuminarse tras una “crisis sin responsables”. En este sentido, la lección de madurez cívica ha sido notable. Los ciudadanos han mostrado una actitud más responsable que la de muchos políticos en tiempo electorales (en breve tendrá que responder ante los tribunales el actual alcalde de Badalona por sus proclamas xenófobas contra la inmigración rumana durante las últimas elecciones municipales) y no han caído en la trampa de identificar a los recién llegados como los culpables de su situación.

Al contrario, lo que hemos podido ver es más bien la defensa conjunta de derechos sociales que se contraen aceleradamente y el apoyo mutuo en movilizaciones como las protagonizadas frente a los desahucios (los inmigrantes se han hecho especialmente visibles en el movimiento anti-desahucios o, anteriormente, en el mismo movimiento del 15M). Llegados muchas veces desde países donde la experiencia de la crisis es larga y donde la movilización social se halla más viva (especialmente los latinoamericanos) han insuflado nuevas energías y aportado nuevas fórmulas de presión social. Un inmigrante marroquí estuvo en el origen del proceso que desembocó en la condena europea a España por aceptar cláusulas abusivas en los créditos hipotecarios, y una nueva palabra de origen argentino se ha incorporado a nuestro vocabulario (los escraches), un préstamo lingüístico que actúa en realidad como una remesa social a la inversa (una transferencia de ideas y su práctica, pero en este caso desde el país de origen al de destino).

Los ciudadanos han  mostrado 
una actitud más responsable
que la de muchos políticos

La segunda constatación reveladora es que, pese a la gravedad de la crisis, el grueso de los inmigrantes ha decidido permanecer aquí, al tiempo que no parece que éstos hayan recurrido de forma consecuente al empleo de los dispositivos de protección social (lo que debería verse como un lógico retorno económico tras su aportación de los últimos años). Es cierto que se ha producido un número significativo de retornos, y es bastante previsible que estos crezcan, pero la mayor parte de los inmigrantes siguen encontrando en España numerosas ventajas respecto a las situaciones que dejaron atrás. La llegada de la crisis había generado en algunos la ilusión del carácter coyuntural de la inmigración y su reversibilidad, pero no parece que ello sea así, e incluso no es en absoluto incompatible la pervivencia de la inmigración junto a la emigración de los propios españoles.

Las cifras más recientes del Instituto Nacional de Estadística nos dicen que entre 2009 y 2011 la población extranjera en España siguió aumentando, aunque a un ritmo muchísimo menor de lo que venía haciéndolo. Sólo a partir de 2012, con la crisis ya en fase avanzada, se pudo observar un descenso apreciable de la población extranjera –lo que no equivale directamente a retornos, pues también hay nacionalizaciones e inmigrantes que sólo desaparecen estadísticamente al dejar de empadronarse si ya no reciben servicios por ello–, de modo que entre 2011 y 2013 se redujo en cerca de 230.000 personas. En cualquier caso el descenso de la cifra de extranjeros no ha sido tan considerable como la profundidad de la crisis cabría hacer esperar. En realidad, la población extranjera en España vuelve a ser prácticamente la misma que teníamos justo al inicio de la crisis, mientras que a comienzos de 2013 todavía superaba en un millón de personas a la que se registró en 2007.

Pese a la gravedad de la crisis, el grueso de los inmigrantes ha decidido permanecer aquí

Pero si volvemos a los riesgos, éstos están sin duda presentes. Todo lo señalado anteriormente no debería hacernos creer que se pueda prescindir de la red de recursos que garantiza en buen grado la estabilidad social, pues una cosa es que la inmigración deje de ser vista como un problema, o incluso no constituya un problema, y otra bien distinta que se actúe como si ésta no existiese, o como si todos los inmigrantes fuesen a regresar a sus países de origen (la coartada del retorno para acometer mayores recortes).

En este desgraciado laboratorio que constituye la crisis actual, estamos poniendo a prueba un buen número de ideas aceptadas antes sin discusión, entre ellas las que afectan también a la inmigración. Esperemos que no las olvidemos cuando volvamos a la senda de una cierta normalidad, pues la mayoría de los inmigrantes seguirá ahí.

Joan Lacomba es profesor titular de Trabajo Social en la Universidad de Valencia.

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