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Tribuna
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El plan Keynes y la eurozona

Castigar a los países deudores contrae la actividad económica a nivel global

La crisis de deuda en la eurozona está planteando dos problemas. De un lado, el más inmediato es el de cómo afrontarla. Y aquí el pésimo diseño del entero sistema euro se traduce en que no hay alternativa real a los países deudores fuera de la austeridad y de la devaluación interna como única esperanza de que, vía el crecimiento de sus exportaciones, se compensen en algo los efectos recesivos de esas políticas, a la vez que la mejora de sus desequilibrios exteriores les permitan ir pagando sus deudas más desahogadamente.

Por otro lado está la cuestión del desarrollo de nuevos mecanismos institucionales que impidan que lo que ha ocurrido pueda repetirse en el futuro. Abundan así las propuestas tendentes hacia una mayor regulación vía una unión bancaria, unas políticas fiscales más coordinadas, un fondo monetario europeo y un mayor activismo para el BCE.

Y es aquí, en el campo de las propuestas de rediseño de la zona euro, donde Keynes, si resucitase, tendría algo que decir. Algo que estaría en consonancia con su propuesta en la conferencia de Bretton Woods de 1944 para diseñar un sistema monetario internacional que sortease los problemas a los que había conducido el sistema previo, basado en el patrón oro, en un contexto de depresión económica.

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En su plan, dicho de modo simplificado, Keynes proponía la creación de una nueva moneda internacional, el bancor, moneda que sería usada para ajustar las transacciones financieras internacionales en el marco de una nueva institución supranacional, la International Clearing Union (ICU), que actuaría como cámara de compensación. Cada país tendría abierta una cuenta en la ICU en bancores para ajustar sus pagos internacionales, de modo que cada bien exportado añadiría bancores a esa cuenta por su valor y cada bien importado restaría. A cada país se le asignaría en su cuenta en la ICU una dotación inicial de bancores, es decir, una liquidez para llevar a cabo los ajustes requeridos en sus transacciones monetarias internacionales. Si como consecuencia de sus relaciones económicas internacionales, la necesidad de bancores de un país superaba esa dotación —es decir, cuando ese país tuviera un déficit exterior— se vería entonces obligado a solicitar de la ICU una financiación adicional para responder a sus obligaciones, y por la que debería pagar intereses. En consecuencia, los países en déficit tendrían un claro incentivo en reducirlo buscando los mecanismos para incrementar sus exportaciones. También podían reducir sus déficits de otra manera: disminuyendo sus importaciones vía planes de ajuste internos que contrajesen sus economías. Pero esta vía no era deseable, pues reducía la demanda hacia otros países, y, por tanto, los niveles de producción y empleo de estos.

Y era aquí donde estaba la clave del plan. Pues era el caso que Keynes incluía en el proceso de ajuste también a los países acreedores: a los países con superávits externos continuos (y que, por tanto, acumulaban bancores en su cuenta en la ICU). Proponía para ello que se cargara un interés a los países acreedores por sus excedentes en bancores que superasen determinados niveles. En consecuencia, también los países acreedores con excedentes comerciales estructurales tenían así un incentivo en aumentar sus importaciones para reducir sus excedentes en bancores.

La revolucionaria propuesta de Keynes partía del reconocimiento del hecho evidente de que, a nivel global, el sistema de intercambios es un sistema cerrado, es decir, que el valor agregado de las importaciones de todos los países es igual al valor agregado de las exportaciones de todos los países. El corolario de este hecho es que tan desequilibrado está el país que continuadamente sufre un déficit en su balanza comercial, que le hace propenso a sufrir crisis de deuda, como el que permanentemente disfruta de un superávit. Y, más aún, la solución de esos desequilibrios externos estructurales debería ser consecuentemente cosa de todos, pues tan problemático debería ser el superávit estructural de unos como el déficit estructural de otros. No es posible, a nivel global, que haya unos países con excedentes sin que haya necesariamente otros con déficit, ambas cosas son las dos caras de la misma moneda. La exigencia de corrección económica unilateral (o sea, que solo se ajustasen los países deudores) es, por ello, económicamente absurda y lo es porque si solo se exige a los países deudores unas políticas activas en pro del ajuste externo, ello contrae los intercambios internacionales y la actividad económica a nivel global, obligando así a que los países acreedores se ajusten también pasivamente.

Pero ¿qué tiene que ver todo esto con el euro? Si se mira con cierta perspectiva, la eurozona puede considerarse como si fuese un sistema en sí, como si fuese un entero mundo económico en pequeño. Dicho de otra manera, se puede pensar en la zona euro como el resultado de una política de desarme arancelario junto con la creación de un sistema monetario “internacional” propio. Analizando el proceso de su creación desde la perspectiva de lo que se discutió en Bretton Woods, el parecido es sorprendente: al igual que de allí salió un orden monetario internacional que, a diferencia del propuesto por Keynes, se acomodaba a los intereses de Estados Unidos, también el proceso de construcción monetaria europea se ha diseñado al servicio del país hegemónico en la eurozona: Alemania. Y, al igual que en Bretton Woods no se hizo caso de la propuesta keynesiana de penalizar también los saldos positivos en las cuentas exteriores de los países acreedores a la hora de corregir de forma automática los desequilibrios dentro del sistema, tampoco existe en la eurozona un mecanismo interno de corrección de los desequilibrios financieros interiores que actúe a semejanza de como hubiese actuado la ICU que propusiera Keynes, de forma que la corrección de los desequilibrios no suponga la implementación de planes de ajuste recesivos en los países deudores.

Pero la lección de Keynes en Bretton Woods sigue hoy tan vigente como en 1944. Los desequilibrios externos son —como mínimo— cosa de dos, y su corrección ha de ser por tanto cosa de dos. La crisis de la deuda en la zona euro no es sino la otra cara de los continuados desequilibrios comerciales externos de cada país, pero internos a la zona. La respuesta a la misma desde las instituciones europeas hubiera horrorizado a Keynes, pues consiste en generalizar el malestar económico y social en los países deudores sin ganancia clara para los acreedores. En suma: un auténtico despropósito económico. Pero ¿quién podría hacerles leer hoy a los dirigentes de la Unión Europea el plan pergeñado en 1944 por Keynes por si hay en él ideas que permitan salir del actual marasmo? Pues es el caso que la propuesta de creación de una cámara de compensación interna en la eurozona, semejante a la ICU que propuso Keynes, que “penalice” también a los países de la zona en superávit estructural, es perfectamente factible y merece ser considerada como alternativa a la austeridad contractiva y el empobrecimiento.

Fernando Esteve Mora es profesor titular de Teoría Económica de la Universidad Autónoma de Madrid.

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