_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Niño del tiempo

Cielos parcialmente nubosos con posibilidad de chubascos

Juan José Millás

Debido a un desarreglo producido entre los conductos de mi oído y mi olfato, empecé a oír por la nariz y a oler por las orejas, lo que me obligaba a adoptar posturas poco usuales para escuchar la tele u oler la sopa. Resultaba incómodo, además de obligarme a dar explicaciones inverosímiles a todo el mundo. Más tarde, los sonidos que captaba con la nariz comenzaron a oler y los olores que captaba con las orejas comenzaron a sonar. Leí en Internet que el culpable del síndrome solía ser un pequeño tumor, fácil de extirpar y de carácter generalmente benigno, establecido en el lóbulo frontal del cerebro.

Acudí al otorrino, en cuya sala de espera había un niño de no más de tres años prediciendo al público el tiempo de los próximos días. Trabajaba con la seriedad de un meteorólogo común, señalando en un mapa imaginario las isobaras y las bajas presiones. Al notar mi asombro, la madre, sonriendo, me dijo al oído, aunque yo lo escuché por la nariz, que le había salido un niño del tiempo. La expresión “niño del tiempo”, en las fosas nasales, sonó muy amenazadora, como si hubiera dicho ginecólogo infantil o pequeño proctólogo.

El crío tenía asma, de modo que a veces se detenía a respirar con un silbido angustioso que, al llegarme a través de las narices, sonaba en mi cabeza como si fuese mío. Era un silbido que olía a cola cao y caramelo de eucalipto. Por decir algo, pregunté a la madre por qué, siendo tan pequeño, no lo llevaba al pediatra y me dijo que porque era superdotado. Con esa lógica, pensé, pronto tendría que llevarlo al geriatra. El niño del tiempo sacó entonces el ventolín del bolsillo, se lo aplicó en la garganta, como usted y yo nos aplicamos el desodorante en las axilas, y dijo aquello de “cielos parcialmente nubosos con posibilidad de chubascos”. Pensé que fuera de la enfermedad no hay salvación.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_