Leer (sin saber leer) la ciudad
No es necesario saber nada de urbanismo para saber leer la ciudad, pero sí es fundamental caminar por sus calles y observarla. La ciudad solo pide que la caminemos, que la usemos. Como sucede con las calles, no es preciso saber leer para disfrutar con Mi libro de horas de Frans Masereel (Nórdica). Lo dijo Thomas Mann cuando lo describió en el prólogo como “una creación intelectual sin necesidad de condicionantes”. Es cierto que no hace falta leer para entrar en este libro o para pasear por la ciudad. Pero para disfrutar ambos es necesario querer ver.
Ambos, ciudad –una ciudad cualquiera- y libro –este libro, o cualquiera de los libros de Masereel- tratan de lo mismo, de la vida humana: “esa asombrosa aventura difícilmente valorable en su mezcla de aceptación y vergüenza, felicidad y sufrimiento, alegría y amargura”, dice Mann. Pero “No es necesario ser un políglota como un camarero de la Riviera o una jovencita de un internado inglés del XIX” para entender el amplio mundo que ofrecen las ventanas, las calles, los paseos, las escenas y las multitudes retratadas en este libro que cuenta, en imágenes, la vida de su autor.
Ataviado con una tabla de madera de peral y una navajilla, el xilógrafo Masereel hacía vanguardia hablando de lo cotidiano, haciendo visible lo invisible, con técnicas tradicionales, centenarias. Cuenta Mann que Masereel había escrito un guión de cine. Y su libro de horas es también, como un paseo por la ciudad, una película que juzga, acusa y admira nuestra civilización. “¡Oid! Yo no doy lecciones ni limosnitas. Cuando me doy, me doy”, cita Masereel de Walt Whitman al principio de su libro. Así es. Él no habla desde un púlpito. Evita clasificaciones y juicios totalitarios que inhiben el pensamiento propio. Es muy difícil atinar a acertar la procedencia, gustos, cultura o clase social de los ciudadanos que retrata. Por eso, más allá de explicar las horas del día, o lo que es lo mismo, los escenarios de esas horas y los lugares de una vida, el libro lo retrata a él, lo que ven sus ojos. Por eso será difícil encontrar un libro más placentero para regalar el día del libro.
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