_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Papariano

Era lógico que abrazara a uno de los gobernantes que más han hecho por empobrecer a un país entero

El papa Francisco hizo muy santamente al recibir tan pronto a Mariano Rajoy el Protoplasma. Como abanderado de los pobres e interesados en convertir a la Iglesia en su defensora, era lógico que abrazara, presuroso, a uno de los gobernantes que más han hecho por empobrecer a un país entero con éxito absoluto, poniendo a disposición vaticana una amplia gama de indigentes.

Dirán ustedes que, puesto a premiar con audiencias a los principales empobrecedores de España, el Vaticano habría tenido que abrirse antes a los banqueros, a los vendedores de preferentes e incluso, si se me apura, a la Merkel y a los de la Comisión Europea, sin olvidar al gran divo Mario del Draghi ni a la pija picuda madame Lagarde. Compréndanlo, ninguno de ellos reunía uno de los requisitos más apreciados, ninguno de ellos va a cambiar la legislación sobre la interrupción del embarazo, para que sus compatriotas retrocedan unos tres decenios. Y esas cosas son de agradecer, sobre todo por un Francisco que acaba de ratificar la condena de ex B-16 contra las monjas progresistas estadounidenses, a las que descalifican por feministas.

Quizá don Mariano le susurró al oído que sus fuerzas de choque parlamentarias se disponían también a sancionar una ley de desahucio especial para que nada cambie y todo siga igual, es decir, para que aumenten los pobres sin techo, y el Papa pueda así extender a ellos su fraternal compasión. Eso explicaría que Francisco (no puedo evitarlo, cada vez que escribo su nombre se me aparece su tocayo, el cantante, atacando el himno de Valencia) aceptara con su bella sonrisa campechana la camiseta de La Roja, que digo yo que podrían haberla rebautizado La Encarnada, para no ofender a su santidad.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Solo nos falta que el Pontífice reciba al dueño de Pescanova. Y a la Pantoja.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_