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Columna
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Nuestro Sampedro

Él nos dijo que el poder lamina a los débiles porque se ha ensoberbecido

No es verdad que los que se van nos dejen huérfanos. Tenemos estos días dos ejemplos muy claros. Thatcher puso la primera piedra del mundo despiadado que ahora conocemos: imposible no tenerla presente, como igualmente imposible resulta no sentir el peso de su correligionario Reagan. También Clinton, el día que se muera, nos dejará con su ectoplasma flotando alrededor, porque fue él quien, en 1999, al derogar la ley de 1933 que ponía límites al poder financiero, dio alas a la actual crisis económica mundial, de la que sus causantes se han ido de rositas.

Contra estos aniquiladores del bien se alzó y se alza el segundo ejemplo, nuestro José Luis Sampedro. Y escribo nuestro con toda la boca y todo el corazón, precisamente porque representa lo opuesto a aquellos a quienes debemos este mundo cruel y aplastante. Él nos dijo que el poder lamina a los débiles porque se ha ensoberbecido. Mientras a nuestro alrededor se inflaban los pulmones quienes proclamaban las bondades del libre mercado, nos aclaró: “El mercado está en manos de los poderosos. Dicen que el mercado es la libertad, pero a mí me gustaría saber qué libertad tiene en el mercado quien va sin un céntimo. Cuando se habla de la libertad hay que preguntarse inmediatamente: ¿la libertad de quién?”.

Nos espoleó a ponernos en pie, a rechazar el dogma y a recuperar la dignidad, por eso digo que lo de José Luis tampoco desaparecerá, porque incluso cuando ya no se le recuerde, incluso si sus libros desaparecieran, en la corriente sanguínea de muchos de nosotros, de muchos muchos muchos de nosotros, navega aquello tan hermoso que también nos dijo: “ Tenemos el deber de vivir la vida, de ser lo más que podamos en compañía de los demás, porque solos somos muy poca cosa”.

Arriba, amigos.

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