_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La más grande

Las necrológicas sobre Margaret Thatcher parecen dividirse en dos: las hagiográficas y las que sin serlo la convierten en protagonista de anécdotas brillantes

Elvira Lindo

Una mañana de octubre de 1991, entrando con mis papeles a los célebres estudios de Prado del Rey, me vi cercada por más de una decena de agentes de seguridad. Me puse de puntillas para ver, tras los hombros de aquellos gorilas, quién era la autoridad a quien con tanto celo custodiaban. Era la Thatcher. Dios santo, qué impresión. En los pasillos de la tele pública que tanta vida tenían entonces se podía ver lo más grande, pero juro que una de las presencias más poderosas que recuerdo fue la suya. Gran envergadura ósea y un rostro a la inglesa, con perfil de pájaro. Cabía preguntarse para qué necesitaba este pedazo de mujer tanto guardaespaldas. Aun sin ser Margaret Thatcher cualquiera se hubiera apartado al cruzarse con ella por miedo a recibir un bolsazo. Grande físicamente, grande como personaje histórico. Los tiempos que vivimos prácticamente fueron una invención suya. Cómo no van a celebrarla aquellos que proclaman que la única salida a la crisis europea es el desmantelamiento del Estado de bienestar. Qué más da que polarizara a un país y que inaugurara el derrumbe de la protección a los más débiles. La bancada de misoginia la aplaude. De pronto, encuentra en este tipo de mujer a un ser desmarcado del feminismo; fría como un macho; hiriente y humilladora. Bravo. Inteligente también. Los geniales guionistas del Spitting Image retrataban a Thatcher orinando de pie, en el aseo de caballeros. Cuando se iba, uno de sus ministros comentaba que cada vez que la tenía al lado se le cortaba la meada.

Las necrológicas de estos días parecen dividirse en dos: las hagiográficas y las que sin serlo la convierten en protagonista de anécdotas brillantes. Poco hay del personaje cruel. Yo me acuerdo de ella a diario. Sin ir más lejos, hoy, leyendo el desamparo en el que están quedando los enfermos mentales. Por ejemplo.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_