La destrucción de la democracia
El mal gobierno ha erosionado, sobre el fondo de la crisis, las instituciones representativas
En el 60º aniversario de la muerte de Stalin, conviene recordar la complejidad de su estrategia de destrucción de la democracia, llevada a cabo en los países ocupados por el Ejército soviético entre 1945 y 1948. A diferencia de Lenin, Stalin era consciente del apego de los trabajadores europeos a las instituciones representativas, algo que no había sucedido en la Rusia zarista. Allí el salto fue bien fácil. Había, pues, que desmantelar la democracia representativa desde su interior hasta alcanzar el monopolio de poder de los partidos comunistas, que acabara convirtiendo las “democracias populares” en sucedáneos de la dictadura del proletariado.
Desaparecida la URSS, la reducción progresiva del espacio democrático ha seguido un itinerario similar en las vías hacia el autoritarismo seguidas tanto en la Rusia de Putin como en la constelación chavista de Latinoamérica. Sin olvidar la vergüenza que para la UE representa la Hungría de Viktor Orban. Las elecciones sobreviven, pero mediatizadas por el creciente control desde el poder de las instituciones —jurídicas, militares— así como de los medios de comunicación, sustituyendo la limitación de mandatos por la perpetuación en el poder del líder carismático, una y otra vez reelegido a favor de un cerco a la oposición como el que en plena histeria registra hoy Venezuela, acentuado incluso tras morir Chávez.
En Europa occidental, sobre fondo de la crisis económica, la erosión de la democracia ha sido causada por el mal gobierno. Tanto en Italia como en España, el desenvolvimiento del proceso degenerativo ha sido de naturaleza fundamentalmente política, y en ambos casos ha provocado un divorcio perfectamente justificable entre la opinión pública y la clase política, con el efecto inmediato de quebrar la adhesión de los ciudadanos a la democracia representativa.
De nuevo entre nosotros “España real” frente a “España oficial”, instalada además esta sobre la basura de una corrupción con implicaciones políticas que afecta a los dos grandes partidos, PP al frente —Gürtel, Bárcenas, Sepúlveda— y que por consiguiente los mismos evitan cuidadosamente analizar, salvo cuando un escándalo sirve para atacar al adversario. Resulta además asombroso comprobar hasta qué punto desprecian las demandas bien concretas procedentes de la sociedad. Solo cuenta para los líderes, con particular incidencia catastrófica sobre el PSOE, llegar a las siguientes elecciones. Del PP, qué decir, salvo que únicamente rectifica —privatización de la sanidad— ante las incesantes movilizaciones. Estas siguen siendo el único cauce para defender la democracia.
Sin atender a la grave situación italiana, el payaso-dictador Grillo ordena eliminar
todo compromiso
con las reformas
En Italia, el marasmo viene de atrás, a partir de la crisis de la Tangentópolis en los noventa, y fue resuelta mediante la instauración de la “videocracia”, una forma degenerativa de poder asentada sobre la colusión entre intereses económicos, corrupción y monopolio de la imagen. Todo ello en manos de un auténtico tahúr de la economía, del sexo y de la política. Dispuesto, llegado el caso, como en la escena final de Il caimano, de Nanni Moretti, a hacer saltar todo por los aires si los jueces le condenan. Dado su predominio político desde 1994, la degradación alcanzó a todo el sistema, y ni siquiera los recientes esfuerzos del centro-izquierda por potenciar la democracia interna han logrado atenuarla.
Es aquí donde entra en escena el Movimiento 5 Estrellas de Grillo, en aplicación del criterio de oportunidad política. Como en 1917, como en la caída del sah. El protagonismo de la red parece hacer hoy realizable el sueño rousseauniano de eliminar la representación política, por una democracia directa que fije desde la base social las decisiones, la llamada democracia líquida. Solo que en 5 Estrellas, el movimiento está sometido a un centro de poder personal, Beppe Grillo, con la asistencia de su cerebro informático (Casaleggio). El antipoliticismo, de evocación ácrata, funciona en los nuevos grupos de afinidad locales (meet-up), pero, como se ha visto, no en las opciones estratégicas trazadas desde su blog por Papá Pitufo Grillo (él llama Gargamel a Bersani) y exigidas a diputados y senadores, sin posible disidencia: son transmisores, ahora con comisarios informáticos a su lado, para evitar fugas de conciencia. Sin atender a la gravísima situación italiana, el payaso-dictador ordena la eliminación de todo compromiso con las reformas; así el centro-izquierda de Bersani es su blanco principal y Berlusconi su gran beneficiario. Su consigna frente a los demás es “Vaffanculo!”. Él mismo se la tiene bien ganada; la desesperación social le ampara y legitima.
La explosión de pluralismo de la red desemboca así en un grado máximo de manipulación, al servicio de una “democracia de la plaza pública” en torno a un Líder. A la destrucción de la democracia acompaña la inevitable deshumanización de los enemigos —políticos, prensa, sindicatos— para los grillini, y de estos en sí mismos, privados de capacidad de pensar y decidir.
Con Berlusconi lanzado al asalto y Monti encarnando la frustración, sorprende que incluso el presidente Napolitano haya perdido el rumbo, desde el día en que avaló implícitamente el asalto de los berlusconianos al Tribunal de Milán, llamando a capítulo a la magistratura. En el encargo para formar Gobierno, ha optado por la equidistancia, condicionando al máximo a Bersani. Berlusconi, exultante. Triste final de mandato y callejón sin salida.
Antonio Elorza es catedrático de Ciencias Políticas.
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