Los peligros de la perfección
Los gurús de Silicon Valley están proponiendo aplicaciones que resuelvan todas las pegas de la humanidad. Los problemas genuinos requieren, sin embargo, respuestas complejas y no rápidos arreglos tecnológicos
“Cuando tu corazón pare de latir, tú seguirás tuiteando” es el tranquilizador eslogan que saluda a los visitantes de la página web de LivesOn, un servicio que promete tuitear por ti incluso después de que te mueras. Mediante el análisis de tus anteriores tuits, el servicio aprenderá “acerca de tus aficiones, gustos, sintaxis” y añadirá un toque personal a todos los garabatos automáticamente compuestos desde el más allá.
LivesOn puede que resulte ser una parodia, o podría irse a pique por distintas razones, pero como idea pone de manifiesto cuál es hoy la ideología dominante en Silicon Valley: lo que puede alterarse, debe alterarse, incluida la muerte.
Barreras y restricciones —cualquier cosa que imponga límites artificiales a la condición humana— son destruidas con particular entusiasmo. Superhuman, otro misterioso lanzamiento que podría amenizar cualquier comedy show, promete ofrecer, como manifestó recientemente su cofundador, un servicio no especificado que “ayuda a que la gente sea sobrehumana”. Bien, al menos tuvieron la decencia de no llamarlo The Übermensch.
Otro misterioso lanzamiento promete ofrecer “ayuda para que la gente sea sobrehumana”
Recientes debates sobre las revoluciones de Twitter o sobre los impactos de Internet en el conocimiento han versado en su mayor parte sobre el hecho de que los gurús y futuristas “tecnófilos” de Silicon Valley han emprendido la búsqueda del desarrollo de un definitivo remiendo a las desagradables pegas de la humanidad. Si por ellos fuera, no habría flaquezas individuales que quedasen impunes, y lo ideal sería que la tecnología incluso hiciera obsoletas tales flaquezas.
Incluso el aburrimiento parece hallarse ante sus últimas boqueadas. Unos diseñadores japoneses han encontrado un modo de hacer que los viajes en tren sean un entretenimiento permanente. Con la ayuda de un iPhone, un proyector, un GPS, y el sensor de movimiento Kinekt de Microsoft, su invención permite a los viajeros añadir nuevos objetos a lo que ven en el exterior, animando así cualquier paisaje inhóspito que aparezca por las ventanas del tren. Esto podría ser un gran éxito en Corea del Norte, y no sólo en los trenes.
O, si usted tiende a olvidar las cosas, Silicon Valley quiere ofrecerle una aplicación para recordarlo todo. Si, ocasionalmente, usted prevarica, al objeto de hacer conciliar sus antagónicas obligaciones como padre, amigo o colega, otra aplicación puede reconocer las contradicciones de su conducta e informar a sus interlocutores de si usted está diciendo la verdad. Si usted experimenta desagrado porque se encuentra con gente y con cosas que no le gustan, otra aplicación o gadget podría ahorrarle ese incordio al hacerlas invisibles.
Gracias a varios programas, los viajes en tren pueden convertirse en un entretenimiento permanente
Soleada, tersa, limpia…con Silicon Valley al timón nuestra vida se convertirá en una larga autopista californiana.
El mes pasado, Randi Zuckerberg, el antiguo director de marketing de Facebook, se entusiasmaba con una aplicación de moda capaz de “colaborar abiertamente con la gente de fuera en absolutamente todas las decisiones de tu vida”. Con el nombre de Seesaw, la aplicación te permite realizar encuestas instantáneas entre tus amigos y pedirles consejo sobre cualquier cosa; qué vestido de boda comprar, qué tipo de café con leche pedir y dentro de poco, tal vez, a qué candidato político apoyar.
Seesaw ofrece un interesante giro en cuanto a lo que pensamos acerca de información y fracaso. Solía suceder que comprábamos cosas para impresionar a nuestros amigos, siendo conscientes de que a ellos pudieran no gustarles nuestras compras. Ahora esa lógica se ha invertido: si algo impresiona a nuestros amigos, lo compramos. Se han minimizado los riesgos de rechazo; sabemos con mucha anticipación cuántos “me gusta” del Facebook habrá acumulado cada una de nuestras decisiones.
Una aplicación permite realizar encuestas instantáneas entre tus amigos y pedirles consejo sobre cualquier cosa
Para Jean-Paul Sartre, el filósofo existencialista que celebraba la zozobra de la decisión como distintiva de la responsabilidad, no hay lugar en Silicon Valley. Cualquiera que sea su contribución a nuestra madurez como seres humanos, las decisiones también implican cierto grado de dolor y, puesto a elegir entre madurez y minimización del sufrimiento, Silicon Valley ha optado por esto último, tal vez como resultado de otra encuesta instantánea más.
La única excepción a la regla de la minimización del sufrimiento es cuando ese sufrimiento —o al menos esa incomodidad— debe servir para asegurar que nos comportamos de una manera honrada y consecuente.
Pongamos por caso Google Glass, las sobrevaloradas “gafas inteligentes” de esa compañía, que pueden tomar fotos de manera automática de todo lo que vemos y almacenarlo para la posteridad. Para algunos, eso puede resolver por fin el problema del olvido, una vieja ambición de muchos maniáticos, que han estado desarrollando cámaras del tamaño de sellos de correos que pueden llevarse en la solapa de la chaqueta y fotografiar, a intervalos fijos de tiempo, las cosas que nos rodean.
Con las “gafas inteligentes” se puede resolver por fin el problema del olvido, una ambición de muchos maniáticos
Esta idea de anular el olvido fue formulada por Gordon Bell, el visionario científico de Microsoft en su muy provocador libro de 2009, escrito conjuntamente con Jim Gemmell, Total Recall: cómo la revolución de la e-memoria lo cambiará todo.
Bell prometía que las nuevas tecnologías del registro nos proveerían “con un mejorado autoconocimiento, con la capacidad de revivir la propia vida con detalle proustiano y la libertad de memorizar menos y de poder pensar más de un modo creativo.” (Por desgracia, proustiano es un adjetivo inapropiado: en realidad el escritor estaba en contra de lo que él llamaba una “simple visión cinematográfica”, que trataba a la memoria como una mera acumulación de datos, y no como una compleja interacción de experiencias sensoriales y de narrativa).
Para Bell, esos siempre activados instrumentos de registro pueden hacernos más conscientes de nuestros fallos, de nuestras incoherencias, o de las muchas mentiras que nos decimos a nosotros mismos y a los demás.
Para el filósofo polaco Leszek Kolakowski, la coherencia absoluta es idéntica al fanatismo
“Las personas de éxito no evitan ser objeto de un registro sincero”, escribió. “Imagínate enfrentarte a la cantidad de tiempo que realmente dedicas a tu hija, en lugar de a tu propia versión de color de rosa. O abrir los ojos a lo verdaderamente desagradable que eras en una conversación.” ¡El Doctor Freud se encuentra con el i-Freud!
Eso suena bien en teoría, pero en el mundo en el que realmente vivimos, la búsqueda de la coherencia por parte de Bell roza lo tiránico. En su brillante ensayo Elogio de la incoherencia, publicado en 1964, el filósofo polaco Leszek Kolakowski sostenía que, dado que a menudo nos vemos enfrentados a opciones igualmente válidas en las que se impone una dura reflexión ética, ser contradictorio es el único modo de impedir convertirse en un ideólogo doctrinario, en alguien adherido a un algoritmo. Para Kolakowski, la coherencia absoluta es idéntica al fanatismo.
“La estirpe de los indecisos y los débiles… de aquellos…que creen que hay que decir la verdad, pero que en vez de decirle a un pintor de prestigio que sus cuadros son un pintarrajo le elogiarán educadamente”, escribió, “esta estirpe de los contradictorios sigue siendo una de las principales esperanzas para la supervivencia de la raza humana”. Si el objetivo de vernos enfrentados a nuestra propia incoherencia es el de hacernos más coherentes, entonces aquí hay poco que celebrar.
Para el “solucionismo”, los problemas son aquellos que pueden resolverse con una arreglo tecnológico
¡Pero las gafas inteligentes pueden hacer mucho más que eso! ¿Por qué no suprimir las visiones desagradables que nos rondan de camino al trabajo? El año pasado, el futurista Ayesha Khanna describió incluso unas lentes de contacto inteligentes que podrían hacer desaparecer de nuestra vista a las personas sin techo, “realzando nuestro sentido básico” y, sin duda, haciendo mucho más agradables nuestras vidas. En cierto modo, eso soluciona el problema de las personas sin techo, a no ser, por supuesto, que dé la casualidad de que tú seas una persona sin techo. En ese caso, Silicon Valley te proporcionará un carísimo par de gafas que harán que en la calle te sientas como en casa. Por citar un anuncio de televisores de Samsung: “La Realidad. Qué desilusión”.
Todos esos esfuerzos por aliviar las torturas de la existencia podrán sonarle a Silicon Valley como algo paradisíaco. Pero a los demás pueden resultarnos infernales. Están dirigidos por una ideología penetrante y peligrosa, a la que yo llamo “solucionismo”, una patología intelectual que identifica los problemas conforme a un único criterio: el de si esos problemas pueden o no resolverse mediante una buena y limpia solución tecnológica a nuestra disposición. De este modo, el olvido y la falta de coherencia se convierten en “problemas” sencillamente porque tenemos las herramientas para librarnos de ellos, y no porque hayamos sopesado todos sus pros y contras filosóficos.
Los solucionistas no se limitan a solventar los problemas de los individuos; también están dispuestos a hacerlo con los problemas de las instituciones. Nuevos negocios con conciencia cívica, como Ruck.us, que ayuda a la gente a crear, y a incorporarse, a movimientos políticos, eludiendo el sistema convencional de partidos políticos y que permite a los individuos intervenir en política sin mediación alguna de las instituciones, dando por hecho que la única razón por la que en el pasado necesitábamos la democracia representativa era la de que los costes de comunicación eran demasiado altos. Ahora que las tecnologías digitales han abaratado los costes de participación los partidos políticos pueden considerarse en vías de extinción y ser sustituidos al efecto por grupos online de ciudadanos interesados.
Las nuevas tecnologías permiten incorporarse a movimientos políticos eludiendo el sistema de partidos
Es difícil defender el actual sistema político norteamericano, pero es todavía más difícil estar a favor del proyecto solucionista por una sencilla razón: la “solución” propuesta por Internet no se nos vende basándose en sus inherentes méritos —de los que sabemos muy poco— sino más bien en los deméritos del sistema existente, ya sean estos el partidismo o la corrupción. Sí, el actual sistema abunda en imperfecciones, pero la imperfección es el precio que hay que pagar por una democracia que funciona a medias. Después de todo, hay poco partidismo en Corea del Norte. Aprender a reconocer las muchas imperfecciones de nuestras instituciones y de nosotros mismos, en un tiempo en el que los medios para repararlas son tantos y tan aparatosos, es una de las más arduas tareas a las que nos enfrentamos hoy.
Los solucionistas se equivocan al suponer, más que investigar, los problemas a los que tienen intención de enfrentarse. Dado que existen los martillos digitales de Silicon Valley, todos los problemas empiezan a parecer clavos, y todas las soluciones empiezan a parecer aplicaciones.
Semejante predisposición hace que sea más difícil darse cuenta de que no todos los problemas lo son, y que los problemas que demuestran ser genuinos pueden requerir de prolongadas respuestas institucionales y no de rápidos arreglos tecnológicos producidos en algún hackathon o videos virales para avergonzar tardíamente a señores de la guerra ugandeses ya sometidos.
Se nos vende el arreglo por los los deméritos del sistema existente, ya sean estos el partidismo o la corrupción
A Silicon Valley, curiosamente, le gusta exhibir su “solucionismo”. Sus compañías de más éxito quieren aparentar ser los equivalentes digitales de Greenpeace y Human Rights Watch, no de Wal-Mart o de Exxon Mobil. “En el futuro”, dice Eric Schmidt, presidente ejecutivo de Google, “la gente empleará menos tiempo intentando obtener tecnología para trabajar…Si lo conseguimos, creo que podremos solucionar todos los problemas del mundo”.
Mark Zuckerberg, de Facebook, está de acuerdo: “Hay un montón de cuestiones realmente importantes en el mundo que hay que resolver y, como empresa, lo que intentamos hacer es construir una infraestructura sobre la que solucionar algunos de esos problemas”. Como afirmó en su carta original a potenciales inversores: “Nosotros no nos despertamos cada mañana con el objetivo primordial de hacer dinero".
Tal humanitarismo digital se propone generar la buena voluntad de los de fuera y estimular la moral de los de dentro. Después de todo, salvar al mundo puede ser un precio que merezca la pena pagar a cambio de destruir la privacidad de todos, mientras una misión de proporciones épicas podría convencer a empleados jóvenes e idealistas de que no están desperdiciando sus vidas engañando a crédulos consumidores para que hagan clic en anuncios de productos inútiles. Silicon Valley y Wall Street están compitiendo por la misma bolsa de talento, y al atribuirse la capacidad de solucionar los problemas del mundo las empresas tecnológicas pueden ofrecer lo que Wall Street no puede: un sentido de misión social.
“¿África? Hay un aplicación para eso”, se lee en un titular real de la página web de una prestigiosa revista
La ideología del solucionismo resulta así esencial para ayudar a Silicon Valley a mantener su imagen. La prensa tecnológica —junto con los meme-hustlers de las conferencias TED— está encantada con realzar cualquier iniciativa solucionista. “¿África? Hay un aplicación para eso”, se lee en un titular real (!) de la página web de la edición británica de Wired. ¿Puede alguien prestarle esa aplicación al Banco Mundial, por favor?
Llamativamente, salvar al mundo implica por lo general utilizar los propios servicios de Silicon Valley. Como dijo Zuckerberg en 2009, “El mundo será mejor si compartes más”. ¿Por qué dudar de su sinceridad esta vez?
Cuando las empresas tecnológicas se quejan de que nuestro averiado mundo necesita ser reparado, nuestro impulso inicial debiera ser preguntar: ¿Cómo saber que nuestro mundo está averiado exactamente del mismo modo en el que Silicon Valley pretende que lo está? ¿Y si los ingenieros están equivocados y la frustración, la contradicción, el olvido, tal vez incluso el partidismo, son los auténticos rasgos que nos permiten transformarnos en los complejos actores sociales que somos?
“Vean, pues, los ingenieros cómo, para ser ingeniero, no basta con ser ingeniero”, escribió José Ortega y Gasset en 1939. Dada la relevancia cultural y política de Silicon Valley —desde la educación a la industria editorial y desde la música a los transportes— ese consejo merece ser objeto de particular atención. Pregúntaselo si no a tus amigos en Seesaw.
Evgeny Morozov es profesor visitante en la Universidad de Stanford y profesor en la New America Foundation.
Traducción de Juan Ramón Azaola.
© 2013 New York Times News Service.
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