_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las rubias

Una se queda rumiando cuál es el criterio de selección con que los hombres poderosos eligen a sus amistades entrañables

Elvira Lindo

En el gran abanico de condiciones que influyen en la infravaloración de una trabajadora nos faltaba una fundamental: ser rubia. Ser rubia es muy difícil. No sabemos si tanto como ser negra, como ser negra pobre, como ser latina inmigrante, como tener hijos y no contar con nadie que los atienda mientras se trabaja, o como ser simplemente mujer en un mundo laboral en el que por sistema se retribuye más a los hombres. La princesa Corinna ha puesto sobre el tapete un hándicap que ninguna otra mujer había verbalizado: ser rubia. Un adjetivo que contiene otro que esta ejecutiva de alto standing no ha querido pronunciar, seguramente por modestia: ser guapa. Ser rubia y guapa. Un impedimento, sin duda, para hacerse con una agenda nutrida de contactos, manejar hilos y relaciones estratégicas entre instituciones internacionales. Pero la señora Zu Sayn-Wittgenstein salvó todos los escollos provocados por la maldita genética. Le sobró tiempo incluso para echar una mano de manera gratuita a desastrosos países como el nuestro en alguna crisis diplomática. ¿Qué crisis? La princesa no puede entrar en detalles porque se tiene por una mujer discreta y los secretos de Estado, como todo el mundo sabe, no se pueden contar. Y como a las rubias, también es sabido, les ocurre como a las testigas,que no pueden mentir, nuestra heroína ha advertido que en su ánimo jamás ha estado ni estará el perjudicar a la Casa del Rey. Lástima que a los ojos de cualquiera el resultado del fin de su silencio sea radicalmente el contrario. La alucinada lectora se queda rumiando cuál es el criterio de selección con que los hombres poderosos eligen a sus amistades entrañables, y cuál es el de esas entrañables amigas.

Pero puede que mis palabras contengan un inconsciente prejuicio contra las rubias que, como se nos acaba de comunicar, lo tienen bastante difícil.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_