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don de gentes
Columna
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Odio y simpatía

Los discursos hoy se acaban reduciendo a cinco frases, despreciadas y alabadas con la misma furia

Elvira Lindo

Todo se saca de quicio, probablemente porque no se lee o no se escucha o porque no están los tiempos para razonamientos sofisticados que ocupen más de los 140 caracteres del Twitter. El rábano se coge por las hojas y se simplifica lo que una persona ha pretendido decir, reduciendo su discurso a esa frase en la que ha patinado. Algo así le pasó a Toni Cantó esta semana. Pretendió expresar su apoyo en el Parlamento a la fiesta de los toros rizando el rizo y valiéndose de las viejas razones de Savater. Los que venimos leyendo los artículos del filósofo en este periódico sabemos que cuando afirma que los animales no tienen derecho a la vida lo está enmarcando en un razonamiento más amplio: los animales no tienen derechos porque no tienen obligaciones. Además de no estar de acuerdo, me ha parecido siempre un argumento tramposo, incluso cómico, uno de esos trucos de viejo zorro de la dialéctica que quiere hacerte el lío para adornar su afición por las corridas. También es habitual completar dicho argumento con aquello de que los no defensores de la fiesta no tenemos prejuicios a la hora de comernos un pollo que padeció una vida miserable. Yo defiendo los derechos del pollo, aunque admito que tenía razón Delibes cuando decía que sentimos más piedad por los mamíferos. Y establecemos categorías entre unos y otros. Cuando se habla del escándalo de las hamburguesas de caballo no se trata solo de señalar que nos dan gato por liebre: con el gato tenemos una conexión sentimental y con la liebre no.

Sea como fuere, los argumentos savaterianos tienen en mi mente un único rostro: el del hombre barbado, con unas gafas de montura de color chillón y que mira a un lugar indefinido del espacio en un gesto involuntario de tozudez y de sarcasmo. Pero ese discurso tan florido no le cuadra a cualquier individuo y menos a uno que lo tenga que expresar desde la tribuna del Congreso. No cuela. Puestos a ser retóricos, le hubiera venido más a cuenta a Cantó echar mano de las clásicas metáforas taurinas, que son las que con más arte han enmascarado la crueldad de la fiesta, que perderse por los jardines del antropocentrismo.

Cualquier discurso hoy se acaba reduciendo a cinco frases, que degluten los analistas, simplifican las cámaras de televisión, escupen los detractores y alaban con la misma furia los fans. Cinco frases de Twitter, no más, de tal forma que ya le vale al político decirlas bien o tener la astucia de envolverlas en un socorrido populismo. Debemos de estar bajo mínimos para que una intervención tan asombrosamente inocente como la de Beatriz Talegón logre convertirla en pocas horas en la líder juvenil que estaba reclamando el pueblo. Uno de los grandes cambios de los últimos 20 años que han transformado la concepción del paso de una edad a otra ha sido que una persona de 30 pueda articular todo un discurso a partir de la siguiente frase: “Nosotros los jóvenes y vosotros…”. Cuando dice “vosotros”, ¿a quién se refiere?, ¿a los viejos? Lo digo con envidia, porque jamás pude subirme a ese carro. Una persona de esa edad en las juventudes políticas de mi generación hubiera sido considerada un tarra, por decirlo con lenguaje de la época. Tampoco formaba parte del discurso juvenil la muy discutible frase: “¡Somos la generación más preparada de la historia!”. Jamás se me hubiera ocurrido pensar eso con respecto a la mía, y eso que en los últimos setenta y primeros ochenta había muchos cerebritos por las juventudes de los partidos articulando discursos políticos trufados de citas y de referencias intelectuales. Un nivel.

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¿Qué adulto halagador se inventó esa dichosa frase convertida tan en lugar común que ya aparece hasta en los anuncios navideños de Campofrío? ¿Tan seguros están de sus conocimientos aquellos que se atreven a autopiropearse de esa manera? Una buena campaña política para adular a los jóvenes que fue recibida con entusiasmo por aquellas mentes receptivas al halago, que no tienen por qué ser las más brillantes. Dejando a un lado la tendencia facebookiana del “porque yo lo valgo”. Like, like, like, like.

Los periodistas afirmaron que la autodenominada joven militante le sacó los colores a la vieja guardia socialista. No he tenido la oportunidad de ver esos rostros encendidos. Si todo el pecado reseñable es que los dirigentes de un partido se vayan a debatir a un buen hotel, no habría de qué preocuparse. Pero estoy convencida de que no provocó rechazo entre sus mayores; es más, me imagino al cardenalicio Rubalcaba acercarse en algún momento a esta alumna aventajada y envolverla en uno de sus abrazos de oso hormiguero. Cómo no se le iba a dibujar a don Alfredo una sonrisa en la cara cuando escuchó aquello de que estamos aquí para hacer “la revolución”… ¿Partido socialista y revolución? Enternecedor. Los franceses, defensores del hedonismo sin culpa de la izquierda, pensarían: “Igual se ha equivocado de reunión”.

Pero todo se saca de quicio. La simpatía y el odio. Los ataques furiosos a un sobreactuado Cantó y los aplausos a una sobreactuada Talegón. Da la impresión de que necesitamos desahogarnos linchando a alguien o sacándole a hombros de la plaza. Las dos reacciones se expresan a gritos. Y los gritos son un corrosivo para la inteligencia.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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