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Columna
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Yo soy autoridad

Silenciar las palabras de Mario Draghi es absurdo, insano, un propósito enfermo de raíz

Juan Cruz

El presidente del Congreso no aspira, seguramente, a pasar a la historia por lo que hizo el martes primero desde la tribuna que le corresponde y luego como jefe de prensa del presidente del Banco Central Europeo. Pero esas imágenes debiera tenerlas muy cerca para que sepa cuál es el ámbito del río en el que navega.

Jesús Posada tiene el aire reposado de un hombre que fuma puros y mira más largo que los suyos. Pero debe tener en algún lugar de sus órganos reactivos la capacidad incendiada para dar órdenes. Y ese martes negro de su biografía puso a andar esos demonios.

En primer lugar, arbitró con verbo autoritario y terminante (el verbo terminado en “coñ!”, no en “coño”, no: en “coñ!”) el urgente desalojo de los invitados al hemiciclo cuando juzgó que ya estaba bien de juerga. Ese deseo de los presidentes del Congreso de descontaminar los debates de expresiones o de presencias indeseadas es viejo como el humo de los puros, pero de vez en cuando hay una persona que parecía pacífica e incluso ilustrada que se siente émula allí de los que gritan en las tertulias. “¡Desalojen, coñ!”.

La segunda parte de su día autoritario lo tuvo como mayordomo informativo del señor Draghi. Al parecer, Posada y sus ayudantes en el ejercicio de convertir el Parlamento en un caballo lejano y solo, convencieron al árbitro del capital para que hablara en silencio, sin móviles ni taquígrafos.

Lo que diga el señor Draghi es, por culpa de la crisis que nos ahoga, artículo de primera necesidad informativa; silenciar lo que cuente es absurdo, insano, un propósito enfermo de raíz. Pues ahí estuvieron manipulando los inhibidores para inhibir precisamente lo que tuviera que decir el principal banquero de la Comunidad Europea a los representantes del pueblo español.

En esta tesitura, poseído de la autoridad que le confería la absurda decisión que él protagonizaba, acompañó a Draghi en su paseo hacia la salida del lugar donde había hablado; entonces los periodistas quisieron acercarse al dios actual del dinero comunitario, y de hecho ahí está esa mano de periodista díscola acercándose al sonriente Draghi, frente a la mano, plena de autoridad, de Posada diciéndole no hasta con la barbilla.

Ese gesto es muy español, me parece; cuando digo no es no, parece decir, como los padres viejos y como los sacerdotes que nos castigaban en el patio. No es no, señorita. En la barbilla del presidente del Congreso hay mucho más que un gesto o que una palabra que se ve pero que no se pronuncia, hay el largo atavismo del secreto, de lo que debe permanecer entre nosotros, las autoridades.

Como el azar actúa en golpes de teatro, como dijo san Fernando Arrabal, ese sonriente Draghi (que en realidad vino a mostrar aprecio por los esfuerzos que según él ha hecho España para aliviarse de su duelo contra la crisis) desconocía por completo que a él lo iban a someter a la teoría Posada sobre el silencio, y su equipo de Bruselas puso negro sobre blanco todo lo que dijo mientras a su alrededor trataban de que no se filtrara ni un suspiro.

La foto queda ahora como un descarado e inútil ejercicio de autoridad. Si el presidente del Congreso la guarda, dentro de nada se reirá mirándola antes de pedirle un puro a quien se lo sirva. Y se preguntará: ¿este era yo?

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