Las tres tragedias de Malí
Esta entrada ha sido escrita por nuestro colaborador Gonzalo Sánchez-Terán, que ha vivido varios años en África occidental y la región del Sahel.
Soldados franceses revisan uno de los aviones de Fuerza Aérea destinados a Malí. /NICOLAS-NELSON RICHARD / ECPAD(EFE)
Ayer Francia anunció el envío de nuevas tropas a Malí, mientras su aviación bombardea las principales ciudades rebeldes. La explicación que se nos da es sencilla: grupos terroristas islámicos ocuparon el norte del país saheliano y el ejército galo debe intervenir para expulsarlos y devolver la estabilidad a su antigua colonia. De esta manera, insisten, se evitará la creación de un nuevo Afganistán a las puertas de Europa. Es otra la realidad: las raíces del conflicto son múltiples y profundas, y una intervención militar, por más que a estas alturas parezca necesaria, no las arrancará.
Tres tragedias, comunes a buena parte de África, desencadenaron la ocupación del norte maliense por distintos grupos rebeldes en los primeros meses de 2012: las fronteras coloniales, la pobreza ubicua y la endeblez de la democracia.
El primer grupo en alzarse contra el poder de Bamako estaba formado por tuaregs que desde la independencia de Malí se han sentido abandonados por el gobierno central. Los tuaregs son nómadas, como los saharauis y otras tribus que históricamente hicieron de las rutas transaharianas su territorio y su medio de vida. Las potencias coloniales los confinaron en fronteras extrañas a su cultura y los sometieron a gobiernos ajenos y distantes. El mismo patrón, con diversos matices, se repite por todo el continente. El daño está hecho y repararlo no es fácil: en medio siglo solo se han producido dos cambios significativos de las fronteras coloniales, la creación de Eritrea y Sudán del Sur, y ambos han costado docenas de miles de vidas.
Al avance de los rebeldes tuaregs se sumaron varios grupos extremistas islámicos que acabaron por liderar la rebelión e imponer sus leyes criminales en las ciudades ocupadas. Fanáticos y vinculados a redes internacionales yihadistas, estos grupos se han ido instalando en África Occidental con fuerza en la última década espoleados por la Guerra al Terror durante la presidencia de George W. Bush. Para combatirlos, siguiendo la lógica de derrotar al integrismo musulmán sin otro argumento que las armas, Estados Unidos creó en 2005 la Iniciativa Contraterrorista Transahariana, a través de la cual envió cientos de millones de dólares a apoyar los ejércitos de estados dictatoriales (Mauritania o Chad) o absolutamente corruptos (Níger o Nigeria). Malí fue uno de los beneficiarios: su ejército, armado y entrenado por Occidente para luchar contra los terroristas, dio un golpe de estado en marzo de 2012 agravando la crisis que se expandía por la parte septentrional del país.
Sin embargo el crecimiento de estos grupos se ha debido, desde el Magreb hasta el Golfo de Guinea, más a la miseria que a las convicciones religiosas. Quince de los países ubicados en esta región se encuentran entre los treintaidós más pobres del planeta. Si bien África ha crecido a un ritmo decente en lo que va de siglo, más del 4% de media, esta prosperidad relativa no ha alcanzado a la inmensa mayoría de la población, como denuncia en su último informe el Africa Progress Panel, presidido por Kofi Annan. Aunque los misiles de Francia expulsen a los rebeldes integristas de Malí estos grupos no desaparecerán hasta que los africanos del otro lado del Mediterráneo sigan sin tener acceso a viviendas, hospitales y escuelas dignas. Cerrarles las fronteras de Europa, hay que ser un fascista o un idiota para no entenderlo, no es la solución.
Pero para lograr ese desarrollo hacen falta gobiernos democráticos, y a esto, pese a la impudicia de su retórica, no están dispuestos ni Europa, ni Estados Unidos, ni China. La descolonización procreó, intencionadamente, gobiernos inhábiles y autoritarios que cada cierto tiempo han requerido de Occidente para mantener el orden. Esto no ha cambiado. Descuartizada aún en áreas de influencia, África sigue sirviendo a las economías de los antiguos amos que ejercen de chalanes y policías. Malí queda en el Sahel Occidental, una zona de influencia francesa, donde las empresas francesas (Bolloré, Areva, etc.) dominan la economía, y donde las tropas francesas tienen que acudir a mantener la estabilidad, que en la mayoría de los casos es sinónimo de pobreza y falta de libertades.
Cuando Francia reconquiste el norte de Malí instalará, o protegerá, a un gobierno en Bamako fiel a sus intereses como ha hecho en Costa de Marfil, Níger o Chad; como Estados Unidos hizo en Etiopía o Ruanda; como ocurre en demasiados países africanos.
¿Quiere esto decir que el mundo debería tolerar la ocupación de Malí por grupos integristas islámicos? No; mas mientras no se permita a los ciudadanos africanos construir libremente democracias funcionales, seguirán recibiendo desde el norte orden a cambio de pobreza.
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