El nuevo tablero europeo
La crisis del euro fuerza una realineación de la geografía política en la UE
La crisis del euro ha forzado una realineación sin precedentes en la geografía política europea. Durante décadas, la integración europea ha funcionado como un tablero de juego con varias dimensiones: económica, política, estratégica. En cada una de ellas ha habido dinámicas distintas, pero también equilibrios que han permitido que todos los participantes en el proceso pudieran sentirse satisfechos.
En el tablero económico ha habido siempre asimetrías de tamaño y fortaleza, pero nunca una hegemonía que hiciera a nadie sentirse amenazado. La integración europea ha funcionado como una globalización “buena”. Europa se ha dotado de unas reglas del juego transparentes y equitativas, pero también de la autoridad y las instituciones para hacerlas cumplir. Cada país ha podido buscar su nicho de mercado, experimentar con diversos modelos socioeconómicos y de crecimiento y ajustarlos hasta encontrar el éxito. Todos los miembros de la UE han tenido al alcance buenas oportunidades no solo de crecer, sino de hacerlo de forma cohesionada, tanto hacia dentro, generando inclusión social, como hacia fuera, acortando las diferencias de renta entre países.
En el tablero político, las cosas no han sido muy diferentes, pues las vocaciones europeas de Francia y Alemania, aun cuando fundamentalmente diferentes en su origen, ambiciones y visiones, se han complementado siempre. Pero lo mejor del motor franco-alemán ha sido que ha liderado Europa sin necesidad de obligar a los demás a tomar partido por Berlín o París. De esa forma, países como España han podido jugar siempre a múltiples bandas de forma simultánea. Y por si fuera poco, el Reino Unido ha ofrecido siempre una tercera puerta a la que llamar, haciendo del todo imposible que una eventual intención de Francia y Alemania de constituir un duopolio pudiera materializarse.
La crisis hace que la UE carezca de los apetitos y el capital político necesarios para intentar forjar equilibrios
En el plano estratégico, los miembros de la UE han logrado algo que, dadas sus diferentes tradiciones de política exterior y su apego a la soberanía en materia de seguridad y defensa, no deja de ser muy destacable, pues en sus relaciones exteriores tampoco se han repartido el mundo en áreas de influencia. Al igual que España ha despertado el interés de la UE por América Latina o el Mediterráneo pero nunca ha podido imponer sus puntos de vista sin más, escudándose en la intensidad de sus intereses en esas regiones, ni Francia, ni Alemania, ni el Reino Unido han impuesto sus visiones estratégicas, en absoluto coincidentes, sobre Rusia, China, Estados Unidos o la globalización, sino que se han visto obligadas a consensuarlas.
Estos equilibrios están, hoy por hoy, rotos. En el tema económico hemos asistido a la aparición de dinámicas centro-periferia y percepciones de ganadores y perdedores inéditas. La sensación dominante hoy es de divergencia, no de convergencia, y de desequilibrio entre Norte-Sur y acreedores-deudores. También en lo político se ha producido un vaciamiento del poder y de la capacidad de influencia de París, Londres, Madrid, Roma, Varsovia u otros a favor de Berlín, pero como allí no ha habido el suficiente liderazgo para administrar ese poder de forma que genere cohesión ni adhesión, la hegemonía de Alemania está muy lejos de ser la que Europa necesita. Por último, la crisis ha acabado impactando sobre la política exterior de la UE de una manera muy negativa, pues nadie tiene el apetito ni el capital político que invertir en forjar los delicados equilibrios que se necesitan para que la UE pueda hacer frente a los desafíos que plantea una Rusia cada vez más autoritaria, una China cada vez más asertiva, unos Estados Unidos cada vez más ausentes de Europa, una Turquía cada vez más lejana y una primavera árabe sobre la que cada vez tiene menos influencia.
Con cada año que pasa, estos desequilibrios se solidifican. Por eso, aunque las elecciones alemanas y el estancamiento económico convierten 2013 en un año de transición, la pregunta que debemos formularnos viendo esta nueva geografía política europea es “transición, hacia qué?”.
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