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Columna
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Discursos

La afición a la retórica que muestran estos días políticos y autoridades termina resultando soporífera

Las Felices Fiestas suelen presentar territorios peligrosos, minados por polvorones y parientes no deseados, así como por la modalidad discurso de racimo, arma tediosamente letal que multiplica sus efectos soporíferos cuando, después, los medios dan en destripar, desde cualquier ángulo, la redundante palabrería. Los discursos son jerárquicos, de tal modo que el señor Rajoy, respetuoso con el Rey y el Papa, ha tenido el detalle de colocar su deposición el Día de los Inocentes, lo cual me parece de lo más propio pues, cuando incumpla lo que prometerá en tal fecha —si es que resulta inteligible que promete algo— podrá aducir que se trataba de la típica inocentada, como cuanto lleva dicho en su año de mandato.

Siempre que se produce un evento de este tipo y, en especial, cuando el orador es del más alto fuste, viene a mi mente esa biblia laica de consulta permanente —debería hallarse en todas las mesitas de noche y emitirse en todos los colegios, desde la enseñanza primaria— titulada La vida de Brian. Creo que tanto el Rey como el Pontífice y el presidente del Gobierno, y asimismo los mandatarios autonómicos, los alcaldes y el caso Botella, deberían visionar la secuencia del Sermón de la Montaña, en versión Monty Python, antes de currarse los ensayos.

¿Que dice qué? ¿Qué panes? ¿Qué peces? ¡Más claro, que no se entiende! Tales podrían ser las quejas de nosotros los ciudadanos —o quizá súbditos— cuando ejercemos de Brian y su madre. Confieso que la mayoría de las veces, como ellos, al final prefiero la lapidación. Es más honrada. Que te turren a retórica con lo que tenemos encima me parece una muestra de impotencia, y de querer salvar el cuello, patética y lamentable.

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Me horroriza pensar que no solo ya no quedan actores como antes. Además, han muerto los guionistas.

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