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Tribuna
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La tierra de las oportunidades

La consolidación de una plutocracia está acabando con el lema igualitario de EE UU, pero hay una base ciudadana que defiende invertir en educación para que todos puedan ascender en la escala social

ENRIQUE FLORES

Como dijo en una ocasión el difunto director Sydney Pollack, “el cine estadounidense dice a la gente de todo el mundo que no hace falta ser poderoso para triunfar. Uno puede ser un niño que vive en un pueblo y lleva aparato dental, y que sueña con una vida de éxitos y aventuras. El cine le dice que es posible. Cada uno puede escribir su propio relato. Esa es, en un sentido muy básico, la verdadera esencia de Estados Unidos”.

En la Convención celebrada en Tampa hace unos meses, la última republicana popular, la exsecretaria de Estado Condi Rice, expresó ese credo, esa aspiración, de forma muy escueta: “En Estados Unidos no importa de dónde viene cada uno, sino adónde va”.

Sin embargo, hoy, las oportunidades para todos están convirtiéndose a toda velocidad en una ficción salida de Hollywood. Lo irónico es que quizá Hollywood sea una de las escasas bolsas que quedan en las que la posibilidad de ascender gracias al mérito y el talento sigue siendo una realidad. Silicon Valley, donde un chico de una residencia universitaria puede elaborar un algoritmo, conectar el mundo entero y ganar una fortuna, es otra.

Pero, para la inmensa mayoría de los estadounidenses, está empezando a surgir otra situación: la de una nueva plutocracia formada por los súper ricos, cada vez más consolidada en la cima. En la parte inferior de la escala solo se crean trabajos mal remunerados que no llevan a ninguna parte. La clase media se está vaciando porque se ha sacado la producción industrial del país y las nuevas tecnologías digitales, que suponen la deslocalización de los trabajos de cuello blanco al trasladarlos a los propios consumidores, están reemplazando todos los oficios, desde los cajeros de banco hasta los empleados de líneas aéreas.

El 90% de los empleos creados en EE UU en los últimos 20 años está en sectores de salarios bajos

Basta con unir los puntos entre unas cuantas cifras fundamentales para descubrir una imagen clara de la agresión que sufre el credo sobre el que se fundó Estados Unidos.

Hoy, como dice Chrystia Freeland en su libro Plutocrats, el 20% más rico de los estadounidenses posee el 84% de la riqueza. Y desde la crisis financiera de 2008, ese reparto tan desigual se ha acentuado. Mientras que la renta del 99% ha “recuperado” un 0,2%, la del 1% superior ha mejorado un 11,6%.

En 1975, ese 1% tenía el 8% de la renta total; en 2012, el 22%.

Gran parte de esa riqueza se concentra en las llamadas súper élites financieras, que tenían el 40% de todos los beneficios empresariales en el momento de la crisis de 2008. Otro factor importante es el acceso a los mercados mundiales, en el que “el ganador se queda con todo”.

Al mismo tiempo, la producción industrial en Estados Unidos ha caído a menos del 12% del PIB, frente al 24% que representaba en los últimos dos decenios. Casi la cuarta parte de esos puestos de trabajo se perdieron como consecuencia del comercio con China. (Mediante una serie de políticas que consisten en invertir en preparación y formación al mismo tiempo que recortan las prestaciones para hacerlas sostenibles, Alemania ha logrado conservar una base de producción industrial competitiva que constituye el 24% del PIB y es el pilar fundamental de la prosperidad de su clase media. China es uno de los mayores mercados a los que exporta su maquinaria y sus famosos avances tecnológicos).

Como afirman Eric Brynjolfsson y Andrew McAfee en su reciente estudio Race Against the Machine, la difusión de la tecnología digital en todos los sectores de la economía, que ha reorganizado prácticamente todos los modelos de trabajo, ha aumentado enormemente la productividad sin añadir más empleo. El “fantasma del cajero automático” acosa a la clase media y sus puestos de trabajo.

Por otra parte, como ha demostrado el premio Nobel Michael Spence, el 90% de los 27 millones de empleos creados en Estados Unidos en los últimos 20 años pertenecen a los sectores económicos “no trasladables” y de salarios bajos: el comercio minorista, la sanidad y la función pública.

Solo una fuerza laboral preparada será capaz de aprovechar la dinámica de la revolución digital

El gran peligro para el credo estadounidense de las oportunidades es que esa mezcla de concentración de riqueza, cierre industrial y desplazamiento tecnológico acabe impidiendo la movilidad ascendente. En la medida en que los plutócratas pretendan defender sus privilegios mediante la influencia política del dinero y perpetuar su condición de élite a base de monopolizar para sus hijos el acceso a los Stanford, Harvard y Princeton de la enseñanza superior, todos los demás se quedarán sin ninguna posibilidad de ponerse nunca a su altura.

No cabe duda de que la energía emprendedora de Estados Unidos intentará romper esa tendencia al cierre de los plutócratas que se encuentran en la cima. Asimismo, es fundamental que haya políticas gubernamentales que ofrezcan incentivos (como las de Alemania) para conservar o ampliar la producción industrial, si queremos reducir la creciente desigualdad de rentas.

Pero todos los economistas están de acuerdo en que la variable más importante que contribuye a las diferencias de renta es el nivel educativo. Una fuerza laboral muy preparada e imaginativa será la única capaz de aprovechar la dinámica creativa-destructiva de la revolución digital para que el aumento de la productividad vaya seguido de puestos de trabajo bien remunerados.

No obstante, para invertir en educación, formación, investigación y desarrollo, será preciso sacar recursos para el futuro de una economía no solo sesgada hacia los plutócratas que tienen una buena posición para proteger sus intereses sino además lastrada por los costes actuales de las promesas hechas hace tiempo sobre Medicare, la Seguridad Social y otras prestaciones.

En resumen, cualquier intento de restablecer la fe en la movilidad y las oportunidades tendrá forzosamente que confrontar a los de arriba y el pasado con el futuro. Lo que ha quedado claro con la reelección del presidente Obama —y la batalla actual a propósito del “abismo fiscal”— es que los estadounidenses, en general, no están dispuestos a sacrificar las prestaciones sociales que les han prometido a cambio de invertir en el futuro si los plutócratas no pagan también su precio.

En los recientes comicios en California tuvimos una pista de cómo puede acabar todo esto, porque la medida propuesta por el gobernador Jerry Brown de subir los impuestos a los ricos para financiar la educación primaria, la Universidad de California y el sistema de universidades públicas se aprobó por un margen sorprendentemente amplio. Lo que le dio esa ventaja fue el voto de los latinos, los asiáticos y los jóvenes.

La lección de este referéndum es que existe una base nueva de ciudadanos partidarios de invertir en el futuro y que confirma un principio fundamental del credo estadounidense: la educación, en particular una enseñanza pública superior que sea asequible, es la mejor garantía para todos los ciudadanos de que van a poder ascender en la escala social.

Poner a remojo a los ricos, por sí solo, no va a limpiar los canales atascados de la movilidad y las oportunidades para la mayoría de los ciudadanos. A la hora de la verdad, una sociedad solo sale adelante si todos los que comparten los beneficios comparten también los costes.

Pero lo que nos dice la votación en California es que la mayoría de los estadounidenses cree que la aspiración a escribir el propio relato es un derecho que tenemos todos, no el privilegio de unos pocos.

Nathan Gardels es director de NPQ y Global Viewpoint Network, de Tribune Media. Es coautor, con Nicolas Berggruen, de Intelligent Governance for the 21st Century: A Middle Way Between West and East.

© 2012 GLOBAL VIEWPOINT NETWORK/TRIBUNE MEDIA SERVICES.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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