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Tribuna
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Un mundo nuevo y el Israel de siempre

Si Tel Aviv solo “gestiona” el conflicto pueden caer sus pilares de seguridad

Mark Leonard

Benjamin Netanyahu está intentando demostrar que nada ha cambiado. Israel defenderá a sus ciudadanos igual que hacía antes de la primavera árabe. El lenguaje de los políticos israelíes, la brutal eficacia de su campaña de bombardeos y las cifras asimétricas de muertos recuerdan a otras campañas anteriores. Pero la dinámica política que rodea a este ataque no puede ser más distinta.

El presidente de Estados Unidos no está en el gabinete de crisis de la Casa Blanca, sino que se dedica a volar por Asia mientras prepara su giro hacia el Lejano Oriente. El presidente egipcio, Mohammed Morsi, no cerró la frontera, sino que envió a su primer ministro a Gaza en señal de solidaridad. Y los líderes regionales, de Catar a Túnez y Turquía, se han situado en medio de la escaramuza. Pero los israelíes no están reaccionando a este entorno nuevo con una estrategia diplomática creativa, sino que parecen insistir más que nunca en técnicas ya probadas.

En mi última visita a Israel, vi que los funcionarios hablaban de que su Gobierno, en los últimos años, ha pasado de trabajar para la paz a “gestionar el conflicto”. Han construido un muro para mantener encerrados a posibles terroristas y lanzan ataques periódicos para trastocar las operaciones militares de Hamás y Hezbolá. (Un funcionario dijo que estos intentos repetidos de neutralizar a Hamás eran como “cortar la hierba”). Todos los países tienen derecho a defenderse. Pero la violencia, mientras no forme parte de una estrategia política, no suele generar auténtica seguridad. El problema de todas estas operaciones militares es que crean una reserva cada vez mayor de resentimiento en la zona y erosionan el prestigio internacional del país.

Con Netanyahu, Israel está cayendo en una especie de triple escapismo —defensivo, geopolítico y económico— que aleja cada vez más a la nación del diálogo directo con los palestinos.

Israel está cayendo ahora en una especie de triple escapismo: defensivo, geopolítico y económico

Los muros de hormigón de casi diez metros de altura que recorren la barrera de seguridad de Israel no solo protegen a los israelíes de atentados terroristas. También les ocultan la realidad de su ocupación y han hecho que el Gobierno israelí evite todo tipo de negociaciones de las que se necesitan para lograr una paz duradera.

Hoy, muchos israelíes se niegan a celebrar negociaciones serias con los palestinos mientras estos no reconozcan el derecho de Israel a ser “un Estado judío”. Un alto oficial de los servicios de inteligencia del Ejército dice: “Antes pensábamos que esta era una disputa territorial, pero ahora hemos comprendido que en realidad es conceptual, sobre la legitimidad de la existencia de Israel como Estado judío”.

Isaac Rabin solía decir que trabajaría en el proceso de paz como si no hubiera terrorismo y combatiría el terrorismo como si no hubiera proceso de paz, pero a Netanyahu solo le ha interesado siempre la segunda parte de esa ecuación.

El segundo escapismo de Israel es geopolítico. La clase dirigente está preocupada por las repercusiones de las revueltas árabes, pero tiende a ver las expresiones de solidaridad de los nuevos dirigentes hacia los palestinos como gestos huecos. Sin embargo, Daniel Levy, un exasesor del primer ministro israelí Ehud Barak que hoy es investigador en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, dice: “Es peligroso y equivocado suponer que los Estados árabes han retirado las sanciones económicas y las respuestas militares de la mesa para siempre”.

Un motivo por el que los israelíes no se toman en serio el riesgo de que sus vecinos emprendan acciones sustanciales es que muchos saben que su disputa con los palestinos queda empequeñecida al lado de conflictos más apremiantes como los que enfrentan a chiíes y suníes o a regímenes reformistas y contrarrevolucionarios.

Con Benjamin Netanyahu,

Los israelíes hablan de su temor al programa nuclear de Irán, pero también confían en que el sentimiento anti-iraní transforme la política regional. Los Estados artificiales creados por Occidente tras la Primera Guerra Mundial podrían venirse abajo y ser sustituidos por nuevas entidades formadas en función de tribus y sectas. “No es imposible imaginar que, con la región en pleno caos”, dice un miembro de la Knesset, “Irak, Siria y Jordania pudieran desaparecer y los palestinos se afiliaran a nuevas entidades”.

A varios analistas de inteligencia especializados en Oriente Próximo les parece absurdo obsesionarse con una solución de dos Estados basada en las fronteras de 1967 precisamente cuando las fronteras y las formas de Gobierno de todos los Estados de la región están a disposición de quien las quiera. Pero no se trata de eso. Sean cuales sean las fronteras de otros Estados, los palestinos siempre exigirán sus derechos como ciudadanos.

El escapismo económico constituye hoy el centro para el mundillo político de Israel. La clase dirigente del país ha creado un nuevo mito fundacional apropiado para una época de consumismo: el de la nación start-up de empresarios que llegaron al desierto a crear empresas de alta tecnología. Este país de siete millones de habitantes, en estado de guerra desde su fundación, sin recursos naturales, posee más compañías nuevas incluidas en el Nasdaq que Japón, China, India, Corea y Reino Unido, según Daniel Senor y Saul Singer. No obstante, los partidos de izquierda aseguran que las reformas económicas que han impulsado ese crecimiento han hecho que este país furiosamente igualitario se haya llenado de desigualdades y que el aumento de los precios y los recortes en los servicios estén afectando cada vez más a la clase media. Por eso, el año pasado hubo una protesta —denominada tentifada— contra el coste de la vida. Si la primera generación de Israel se dedicó a fundar el Estado y la segunda, a defenderlo con heroísmo de las agresiones externas, los israelíes actuales están preocupados por los precios de la vivienda y de alimentos básicos como el requesón.

La paradoja es que Israel se ha retirado del mundo en un momento en el que sus perspectivas de supervivencia a largo plazo se han vuelto más inseguras que nunca. La operación actual se denomina Pilar Defensivo. Es irónico que se produzca cuando los cuatro auténticos pilares de la seguridad del país están erosionándose: el recuerdo del Holocausto, su condición de única democracia en Oriente Próximo, su superioridad nuclear y militar de tipo convencional y la protección de Estados Unidos. La peor perspectiva para los israelíes sería que los palestinos les superaran como víctimas, los árabes como democracias y los iraníes en cuestión de armas; y, además, dejaran de ser centro de atención para Estados Unidos por su giro hacia el Pacífico.

Si Israel intenta protegerse retrocediendo a un mundo en el que imagina que se puede “gestionar” el conflicto y en el que la demografía y los asentamientos hacen que sea imposible negociar una solución de dos Estados, los pilares de su seguridad tendrán aún más probabilidades de derrumbarse. Por consiguiente, pese a todas las complejidades por las dos partes, que hacen que sea tan difícil lograr esa solución, no puede permitirse esperar hasta que surja un interlocutor más conveniente o una situación más estable. Necesita un acuerdo. Cuanto antes, mejor. Esa es la única manera de defender la seguridad de sus ciudadanos.

Mark Leonard es cofundador y director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.

© Reuters.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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