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Columna
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Infidelidad

Creo que la infidelidad es algo natural porque nace de la insatisfacción, ese rasgo esencial del ser humano

Rosa Montero

La Reina se ha querellado contra una empresa de contactos, Ashley Madison, por utilizar su imagen en un fotomontaje: la pusieron abrazada a un joven de torso desnudo. A. M. es esa firma que promete facilitarte un adulterio discreto. También sacaron al Rey en una foto de infieles. Mucha gente a la que le repatea la monarquía encuentra esos anuncios graciosos, pero a mí los de A. M. me parecen unos cantamañanas y su publicidad tan chillona y zafia como el más cutre de los programas del corazón. Usar tu identidad para hacer el montaje que les dé la gana es inadmisible.

Pero lo llamativo es que, según A. M., el negocio de la infidelidad parece ser el único que no está en crisis en España. Dicen que nuestro país es el más infiel de cuantos han trabajado y que tienen 800.000 clientes. Puede ser. Creo que la infidelidad es algo natural porque nace de la insatisfacción, ese rasgo esencial del ser humano; del deseo de ser otro, de escapar del encierro de la propia vida y conocer algo nuevo, de jugar a reinventarse. Y tal vez los amargos días que vivimos potencien esas ansias fuguistas. ¿Quién no ha sido infiel alguna vez, siquiera de pensamiento? Me temo que es sobre todo el miedo lo que impide que haya más adulterios. Y, aún así, hay muchísimos. Un estudio de Nordic Mist (2006) descubrió que el 37% de los hombres españoles y el 35% de las mujeres habían sido infieles a sus parejas. O sea, uno de cada tres, indistintamente del sexo: me encanta que se reviente el ñoño mito de la fidelidad femenina. Aún más: según un estudio hecho en 1999 por una firma de cosméticos italiana, las mujeres rejuvenecen con la infidelidad (el 47% se preocupan más de su aspecto, el 52% dicen que ganan equilibrio psicológico), mientras que los hombres se hacen polvo: el 32% se ven con más arrugas y se sienten muy culpables. La infidelidad: una alegría gratis para tiempos de crisis.

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