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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La malquerida

La visita de Merkel a Atenas no logra apaciguar el resentimiento antialemán de los griegos

Si el objetivo de Angela Merkel en su visita ayer a Atenas era apaciguar a los griegos y rebajar el sentimiento en su contra, fracasó en el empeño. Pues aunque insistió en la necesidad de que Grecia siga en el euro y en que los sacrificios de sus ciudadanos darán fruto, no aportó ningún consuelo ni apoyo suplementario a una sociedad desmoralizada. Tras seis años de recesión, los griegos no ven aún la luz al final del túnel y ha crecido su rechazo a la canciller alemana, en la que personifican —injustamente— sus males.

Era la primera visita de Merkel a Atenas desde la cursada en 2007, en unas circunstancias muy diferentes. Esta vez la canciller democristiana quería apoyar en Atenas los esfuerzos del nuevo primer ministro conservador, Antonis Samarás. Pero tener que hacerlo en medio de un despliegue de más de 6.000 policías indica la impopularidad de la canciller. El Gobierno de Samarás cometió además el error de anular la autorización de dos manifestaciones solo horas antes de la llegada de la dirigente alemana. El conflicto callejero estaba servido en una ciudad ya casi acostumbrada a las manifestaciones e incluso a la violencia de los radicales y de la acción policial.

Los griegos están exhaustos de apretarse el cinturón en tiempo de paz —las guerras son otra cosa—, tras ver su tasa de paro subir al 25% y su economía encogerse una quinta parte. Merkel debía saber que los ánimos estaban soliviantados y que su presencia iba a despertar los demonios de los recuerdos de la dura ocupación nazi de Grecia. Tenía que intentar recomponer unas relaciones ya de por sí tensas por la insistencia de Berlín en una política de estricta austeridad, agravada cuando hace unos meses uno de sus ministros describió a Grecia como un “pozo sin fondo” y ofreció montarle el sistema de recaudación fiscal del que carece.

Merkel tenía que demostrar en Atenas, no a los griegos, sino a los alemanes que la juzgarán en las urnas en un año, que el pozo tiene fondo, que no habrá más dinero para Grecia tras el segundo rescate de 2010 por valor de 130.000 millones de euros. Ni siquiera mostró flexibilidad alguna para relajar las condiciones de la próxima entrega de 31.500 millones sin la cual el Estado no podrá pagar sus nóminas a finales de noviembre. Alemania, como el Eurogrupo y el FMI, quiere que el Gobierno de Atenas hable menos y actúe más.

La insistencia en que Grecia seguirá en el euro estaba sobre todo dirigida a los alemanes, mayoritariamente en contra de que Grecia siga en la moneda única. Pero la canciller ha logrado acallar las voces que en su país exigían la salida, pues Alemania teme ahora de nuevo que una salida del peor de los alumnos de la Eurozona pudiera romper la Unión Monetaria y dañar así gravemente los intereses alemanes y los europeos en general. Este es el único punto débil que ha dejado entrever la canciller en Atenas: en el fondo, su dependencia de Grecia.

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