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¿Quién guarda la caja fuerte de Merkel?

El titular de hacienda alemán, Wolfgang Schäuble, es el ministro más poderoso de Europa En 1990, un loco le tiroteó en un acto electoral. Desde entonces va en silla de ruedas Celebra su 70º cumpleaños en la cima de la influencia

Wolfgang Schäuble, la semana pasada en el Bundestag, en Berlín, durante las sesiones sobre los presupuestos generales de 2013.
Wolfgang Schäuble, la semana pasada en el Bundestag, en Berlín, durante las sesiones sobre los presupuestos generales de 2013.MARKUS SCHREIBER (AP)

Para romper el hielo con el ministro más poderoso de Europa, lo mejor es hablarle de fútbol. Aunque Wolfgang Schäuble se dice seguidor del equipo de su ciudad natal, Friburgo (asociado con el modestísimo club de su circunscripción electoral, Offenburg), lo que de veras le enciende la mirada son la selección nacional alemana y el Bayern de Múnich. El pasado julio lo demostró de nuevo al recibir a EL PAÍS en las tripas del mastodóntico Ministerio de Hacienda. ¿Cómo está? “Impresionado con el equipo español”. Charló brevemente de los méritos de Del Bosque y la sequía alemana de títulos internacionales antes de esbozar un gesto resignado: “Ahora toca hablar de cosas más simples”. Se refería a la crisis del euro y al rescate español. Cuando le parece, Wolfgang Schäuble suelta ironías con una gracia a la que las cámaras no hacen justicia.

Es lógico que a un político le interese el fútbol. Primero, porque lo conecta con la afición de una enorme masa de votantes. A un tipo como Schäuble le permite bajar un rato del pedestal de su inteligencia y también algún peldaño de la torre de marfil que es la alta política. Tiene otros usos prácticos: Schäuble eligió el descanso del partido de la Eurocopa entre Alemania y Portugal para informar a los espectadores de que España había solicitado su multimillonario rescate bancario. La victoria alemana ayudaría a digerir la mala noticia. El fútbol, además, es una mina didáctica. El estilo del actual equipo alemán, más creativo y flexible que en el pasado, le sirve a Schäuble para ilustrar los cambios sociales en Alemania. También recurrió a la Eurocopa para explicar que en las negociaciones sobre el rescate español “no hay ganadores o perdedores, esto no es fútbol”.

En mitad de la crisis del euro, una hora en el despacho de Schäuble puede provocar desconcierto. A la entrada del ministerio, un conserje cuenta que los pasamanos están hechos de mismo aluminio que el fuselaje de los Stukas de Hermann Göring, el gerifalte nazi que lo mandó construir en 1935. Afuera, una de las fachadas graníticas conserva un mural de colorines comunistas y risueños de la República Democrática Alemana (RDA). El interior es solemne y burocrático. Una puerta nada vistosa conduce a una antesala donde dos secretarias atienden las necesidades del ministro, que espera en su silla de ruedas tras el escritorio decorado con un ramo de flores. Fútbol, claro. Después, 60 minutos de implacable confianza en las posibilidades de Europa ante la crisis, fe en las reformas y esperanza en la austeridad. El visitante se pregunta si las desmedidas incertidumbres españolas, el temor de millones por sus puestos de trabajo o el desaliento de las clases medias griegas alcanzan el recóndito y austero despacho del ministro alemán de Hacienda. “Hemos salido de situaciones peores”. ¿No se entera este señor mayor tan simpático? ¿No se entera el resto?

No pudo ser candidato a la Cancillería en 2002. Tampoco a la alcaldía de Berlín ni a la Presidencia federal en 2004, porque Merkel no se lo permitió

Tres semanas más tarde, el jefe del Banco Central Europeo Mario Draghi anunció que hará “lo que sea necesario” para estabilizar el euro. Esto incluye la compra masiva de deuda. Schäuble estaba de acuerdo.

Quizá la más grave de las “situaciones peores” de las que Schäuble ha salido fue lo que él llama el “accidente”. En 1990, un loco le tiroteó en un acto electoral de su circunscripción. Le entró una bala por la mejilla y la otra le fraccionó una vértebra. Desde entonces va en silla de ruedas. Había sido un apasionado jugador de tenis. En el equipo de fútbol del Bundestag jugaba de extremo izquierda, muy lejos de donde tiene el escaño.

Ha estado 10 legislaturas en él y medio siglo en la democristiana CDU, desde los días en que estudiaba Derecho y Económicas en Friburgo. Después de presentar su tesis doctoral en 1971 obtuvo su primera acta de diputado federal en Bonn. En 1984, Helmut Kohl (CDU) lo nombró jefe de la Cancillería y Ministro sin cartera. En 1989 sustituyó al halcón bávaro Fridrich Zimmermann en Interior, aún más conservador que él. Hasta que las elecciones de 1998 liquidaron 16 años de aplastante hegemonía democristiana. Con la era Kohl terminaba también la vieja República Federal de Bonn. Schäuble tuvo tanto peso en el proceso de Unificación de las dos Repúblicas alemanas como en el traslado de la capital federal a Berlín, a final de siglo.

En los años de decadencia democristiana, Schäuble fue el delfín del orondo canciller. Tras el varapalo electoral de 1998 se hizo con la presidencia de la CDU y nombró secretaria general a la exministra de Medio Ambiente Angela Merkel. Había que poner orden y Schäuble aplicó la mezcla de autoritarismo y carisma, marca de la casa, para devolver las aguas al cauce y terminar con lo que después llamó “la hora de los listillos” en el partido. Las urnas europeas le depararon un éxito sensacional en 1999. Entonces estalló el escándalo de financiación ilegal que transformaría a la CDU para siempre. Merkel publicó un artículo cargándose a su valedor Kohl. Este se negó a aclarar las responsabilidades en el escándalo y Schäuble tuvo que dimitir. Son enemigos desde entonces, tan acérrimos que el excanciller ha rechazado la invitación a la fiesta del 70º cumpleaños del ministro, el próximo día 26.

Es uno de los políticos mejor valorados por los alemanes, pero en cuarenta años de primera división política, nunca ha superado el honroso segundo puesto

Schäuble, “el último europeísta” de la vieja guardia democristiana, encarna las contradicciones de su generación: marcado por la infancia de posguerra y la desnazificación, su reconocido “patriotismo” no entiende una Alemania ajena al proceso de unificación europeo. En otros aspectos como la inmigración o la seguridad, su conservadurismo es de manual. Practica el cristianismo evangélico, está casado con la economista Ingeborg Schäuble desde 1969 y tiene con ella cuatro hijos. La caída de Kohl y el ascenso de Merkel impidieron su candidatura a la Cancillería en 2002. Tampoco pudo presentarse a la alcaldía de Berlín, por rencillas en la política local. Ni a la presidencia federal en 2004, porque Merkel prefirió a un tecnócrata llamado Horst Köhler del que hoy se ha olvidado ya incluso su extemporánea dimisión en 2010.

La política no será fútbol, pero la biografía del influyente ministro de Hacienda revela numerosos puntos de corte: la pugna constante entre rivales, por ejemplo, o la importancia de la táctica, la perseverancia o el quiebro. Pero sobre todo, el peso fundamental del azar en los resultados. Schäuble es un político de talento enorme, duro, disciplinado y ambicioso, que no apartó la mirada de las primeras posiciones del poder. Es uno de los políticos mejor valorados por los alemanes, pero en cuarenta años de primera división política, nunca ha superado el honroso segundo puesto.

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