Un hombre bueno
He leído con gran interés la nota necrológica que publicó el martes EL PAÍS en memoria de José Murillo (Comandante Ríos en la guerrilla maqui). Soy sobrino de Fray Dionisio, el fraile que le salvó de la pena de muerte, y doy fe de la veracidad de todo lo que en la nota se dice. Además de amigo íntimo de José Murillo, soy paisano suyo: de El Viso (Córdoba) y conozco desde hace muchos años la calidad humana de este hombre.
En los años 60 yo estudiaba en Burgos y recuerdo, como si fuera ayer, el día en que José salió del penal de presos políticos de Burgos. Le acompañé desde la puerta de la cárcel hasta la estación de ferrocarril. Me emocionó ver cómo acariciaba a los niños en el autobús y cómo les daba unas monedillas para que se compraran caramelos. El domingo, día de su muerte, ofrecimos por él la misa en mi parroquia y me gustó lo que dijo el sacerdote: “Este hombre, José Murillo, aunque no ha sido creyente, ha hecho más que muchísimos creyentes por el proyecto de libertad, justicia y fraternidad de nuestro Padre Dios”. Me pareció una gran verdad. José sabía mejor que nadie que un ritual (religioso o político) por sí solo no cambia a las personas. Por eso antepuso siempre su ética y su humanidad a todos los rituales. Y por eso también grandes y pequeños adoraban al señor Pepe (así le llamaban en su barrio de Usera de Madrid), porque era “un hombre profundamente bueno y profundamente humano”, como lo calificó Dolores Cabra en su preciosa columna necrológica de ayer, cuya lectura recomiendo a todo el mundo.
Son hombres y mujeres como José Murillo los que hacen cambiar a las personas, a los barrios y a los países.— Alfonso Valverde León.
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