26.000 africanas mueren cada año por abortos insalubres
(ESTA ENTRADA FUE PUBLICADA ORIGINALMENTE EL 27 DE ENERO DE 2012)
Mujeres sudanesas esperan la entrega de alimentos en el campo de Mastura (Darfur). ©UNHCR/H.Caux May 2005.
Lapolémicadesatada en los últimos días acerca de la reforma de las normas sobre elabortoen España ofrece la oportunidad de recordar una realidad mucho más cruda: el modo en el que losabortos insalubrescontribuyen a los pavorosos niveles de morbilidad y mortalidad maternas en los países pobres. Con independencia de donde se sitúe cada uno en este debate, seguro que podemos ponernos de acuerdo en la urgencia de este problema.
Según unimportante estudiodel Guttmacher Institute y la Organización Mundial de la Salud, publicado enLancetla pasada semana, la mitad de los 44 millones de abortos inducidos que tuvieron lugar en el mundo durante el año 2008 (el último para el que existen datos) fueron insalubres. Esta cifra se dispara al 97% en el caso de los países africanos, contribuyendo de manera determinante a una plaga que mata cada año en este continente a 26.000 madres. Otro millón y medio largo acaba en el hospital y muchas más carecen de atención médica arrastrando durante toda su vida las lesiones físicas, morales y sociales de una carnicería.
Las razones que llevan a millones de mujeres a asumir el riesgo de unaborto insalubretienen muy poco que ver con una frivolidad, a pesar de lo que sugieren recurrentemente algunos representantes políticos y religiosos: la incapacidad de acceder a métodos anticonceptivos eficaces, las relaciones sexuales forzadas, los estigmas familiares y culturales o la simple ausencia de leyes y recursos públicos que permitan realizar las interrupciones de forma segura. Beber lejía, introducirse objetos cortantes en el cuello del útero o recurrir a curanderos que operan en condiciones medievales son algunos de los recursos deseperados que acaban con la vida de estas mujeres.
Aunque el esfuerzo de gobiernos, donantes y sociedad civil ha permitido reducir en un tercio los niveles globales demortalidad maternadesde 1990, los investigadores alertan de que las muertes relacionadas conabortos insalubresconstituyen una excepción. El número total deabortosse incrementó en cuatro millones desde 2003 y, lo que es más alarmante, las interrupciones del embarazo que se producen en países en desarrollo pasaron del 78% al 86% del total, elevando las cifras de abortos insalubres.
Las consecuencias de la muerte y enfermedad de estas mujeres van mucho allá de lo personal. Como señala Sharon Camp en unreciente artículopara The Guardian Development, "la pérdida de una madre y proveedora de cuidados resulta devastadora para las vidas de los niños y las familias, además de debilitar a unas comunidades que dependen de las muchas contribuciones que realizan las mujeres sanas. Losabortos insalubressuponen también un importante agujero en los limitados recursos públicos de salud. Mientras el gasto medio per capita en salud de los gobiernos africanos es de 48 dólares, el tratamiento de las enfermedades y discapacidades relacionadas con un aborto insalubre asciende a 114 dólares por persona".
Las recomendaciones de este y otros estudios similares parten de la misma constatación empírica: las leyes más restrictivas sobre interrupción del embarazo no están asociadas con tasas deabortomás bajas, sino con niveles más altos deabortos insalubres. La verdadera eficacia en la lucha contra esta tragediaestá en el acceso a métodos anticonceptivos eficaces, la provisión de servicios básicos de salud y la educación de mujeres y hombres. Apoyadas por la cooperación internacional y los gobiernos locales, estas medidas han dado resultados tangibles en países tan pobres como Nepal y Etiopía, donde disminuye tanto el número de abortos como las incidencias que se producen en ellos.
Es la otra cara del aborto, la que admite menos certezas de las que nos gustaría tener.
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