Medallas o escapularios
Phelps cumple con todos los requisitos para una beatificación deportiva acelerada
La naturaleza, los mercados y los Juegos Olímpicos tienen horror al vacío y por eso necesitan materia, triunfadores con plusvalías e ídolos por encima del bien y del mal. Londres ha tallado el suyo en la figura de un nadador al borde de la retirada, avasallador en la piscina y pasto de numerosas hagiografías periodísticas: el nadador Michael Phelps. El Tiburón de Baltimore (ningún ídolo sin denominación de origen) ha conseguido 19 medallas olímpicas (15 de ellas de oro) y quizá rebañe alguna más. Phelps es el deportista olímpico con más medallas, superando a la gimnasta soviética (hoy competiría con Ucrania) Larissa Latynina. En Baltimore sospechan que pretende alcanzar su peso en oro y dedicarse el resto de su vida a nadar en una piscina de agua mineral Perrier en loor de multitudes.
Phelps cumple con todos los requisitos para una beatificación deportiva acelerada. Practica un deporte poco sospechoso de contaminación mercantil como es la natación; sigue la estela acuática de simpáticos tritones como Mark Spitz, que acostumbraron a los devoradores de pruebas olímpicas a contemplar prodigiosas acumulaciones de medallas; exhibe una ostentosa deportividad (“en el triunfo y en la derrota”, como gustan encomiar los columnistas de retén) y tras su fácil desplazamiento por el agua se adivinan muchas horas de repetición mecánica de braceo y respiración.
Bien mirado, las medallas de Phelps en Londres son escapularios, porque el Tiburón de Baltimore está agotando sus expectativas de triunfo; a cambio, cobra sentido otra función, la de fijar la atención infantil en la natación y codificar un modelo de éxito (admiración universal, esfuerzo constante, modestia y camaradería). Resulta inquietante la comparación de las 19 medallas del nadador americano con la sequía de metales de la delegación española. Y muy revelador el contraste del bueno de Michael con Ye Shiwen, la nadadora china que pugna con ocupar una hornacina en el santoral olímpico. Las acusaciones, nada veladas, de dopaje sofisticado lanzadas por Estados Unidos contra Ye no tienen como objetivo impugnar sus medallas, sino vedar su ascenso, presente y futuro, al edén de los bienaventurados que pueblan los Zatopek, Lewis, Spitz o Phelps.
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